Cualquier parecido con la realidad que trato en este artículo no es sólo cuestión de coincidencia.
Aunque Poncio Pilatos estableció que Jesús no significaba una amenaza para su estabilidad política, como el Procurador de Roma que era en Judea, lo entrega a Herodes que sabía lo sacrificaría, para mostrar su poder y el del Imperio romano sobre esos territorios conquistados y bajo su mando.
El “San Nicolás” que Hugo Chávez nos dejó como regalito decembrino, convirtiéndolo en un usurpador que ni siquiera nació en Venezuela y al que designó a dedo como candidato presidencial, en realidad fue concebido como el regente bajo la autoridad y supervisión de los malignos hermanitos Castro, dictadores de Cuba por más de 65 años y que dispusieron de la vida de Chávez según sus acostumbradas decisiones de reyezuelos e intereses.
Este monstruo, disfrazado de “San Nicolás”, aunque se vista de traje navideño para decretar que el primero de octubre llegará la Navidad, en realidad es un Herodes que sacrifica vidas y futuro de nuestros hijos, intentando continuar en el poder al ocultar la infinita verdad de su fracaso. Pretende mantenerse a represión pura y dura, encarcelando adolescentes, creyendo que puede camuflar el ambiente con “pan y circo”. Maniobra una vez más, pero ahora inútilmente para que el pueblo olvide que desde su comienzo prometió y prometió. Desde el mismísimo año 2013, cuando nunca llegó a ser un legítimo presidente electo. Tampoco en 2018, ni ahora en 2024, cuando finalmente quedó al desnudo y sin posibilidades de disfraz, sea del tal San Nicolás de Navidad que se pone para llegar a enero o del de un Herodes que amenaza con seguir persiguiendo los niños del pueblo venezolano.
Sólo el sainete de una cúpula de militares cobardes y corruptos lo mantienen como dictador, amenazado por sus amos de la Cuba castrista y la Rusia de Putin. Bajo la vergüenza ante los que llevan sus verdaderas riendas, como dóciles cuadrúpedos amaestrados con Padrino López a la cabeza siguen amarrados al poder del eje Moscú-La Habana, persistiendo en entregar nuestra soberanía venezolana, a pesar de la inocultable evidencia de un pueblo que votó y defendió sus actas de escrutinios. Hemos ganado la batalla moral. Tenemos la victoriosa noche democrática del pasado 28 de julio con Edmundo González Urrutia como nuestro PRESIDENTE CONSTITUCIONAL ELECTO. Como “Herodes el Grande”, que así se hacía llamar aquel despreciado por la historia rey de Judea, el Maduro de hoy, disfrazado «San Nicolás», se asemeja a aquel tirano de otro tiempo y otra región del mundo que comprendía las ciudades importantes de Belén y Jerusalén. Desde el año 37 antes de Cristo, hasta su muerte, Herodes semigobernó parte de aquella época en que Judea realmente estaba bajo dominación romana. El mayor consenso entre los estudiosos es fijar el nacimiento de Jesús entre el 6 y el 4 a.C., 25 de diciembre. Al morir este enano moral mal llamado “el grande” se le recuerda como un asesino de bebés, al que le sucedieron sus también crueles hijos y nieto, que completan la malvada dinastía de hasta seis Herodes que se mencionan en la Biblia. Herodes Arquelao, su hijo mayor, tan degenerado como su padre, fue reemplazado por el procurador romano Poncio Pilato, unos diez años después de su reinado. Pilatos, como es sabido, es al hombre que le consultan acerca de la crucifixión de Jesús, en lugar de a la supuesta autoridad de aquel otro “Herodes”.
Así, las cosas de la historia que se escribe al paso de los años, décadas y siglos ocurren en el entorno de cada realidad; que queramos o no seguirán así si no las cambiamos. Ellas nos obligan a entender que para cambiar cosas trágicas hay que arriesgar mucho. Para que podamos hacerlas ocurrir se paga en muchas ocasiones un alto precio, pero que vale la pena porque van marcando en nuestras vidas la trascendencia. Entre unas y otras se va forjando nuestra entereza y capacidad para afrontar lo inaplazable; aquellas cosas que significan un reto vital. Al cambiarlas se marcan nuestras vidas para siempre, dejando una huella de amor indeleble hacia los pequeñines que hoy son esos bebés que salvaremos de Herodes. Esos que van naciendo y creciendo, como niños y adolescentes libres del presente que les rescataremos ya y que serán los hombres del futuro. Son menores que pronto serán mayores; y para los que queremos lo mejor de lo mejor, como nuestros descendientes.
Los Herodes de hoy son los dictadores que se creen reyezuelos en Venezuela, Nicaragua y Cuba, en las narices de nuestra América. En otras latitudes como Rusia, Corea del Norte o en Afganistán sobreviven otros insólitos reyezuelos, al fin de un cuarto del presente siglo XXI. Se comportan bajo ideas de poseer un derecho divino de siglos que deberían estar superados por la modernidad. Creen que aún como sus súbditos nos tenemos que doblegar. Asesinan, cual Herodes de ayer, la vida desde su nacimiento para millones de seres esclavizados.
Nuestras conciencias saben que aunque los dictadores se resisten a dejar el poder, como los villanos y canallas que precisamente son, nosotros debemos prevalecer y triunfar, por amor a la vida, a la libertad. Debemos nosotros, en el aquí y el ahora, asumir el sacrificio que sea necesario para con la inteligencia y tecnologías de hoy, como auténticos libertadores de nuestro tiempo, hacer de los sueños de libertad de los oprimidos de hoy nuestra causa común e inmortal. Tenemos que vencer al mal para hacer del renacimiento de la propia Navidad una oportunidad real para todos. Comenzando por los más pequeños. Para observarlos al crecer viendo absortos al trencito de Navidad moverse veloz al futuro, y girar sobre los rieles de un curso del bien predestinado para ser recorrido por ellos.
Aun cuando en nuestro planeta persistan “los Herodes” que sacrifican las vidas de cientos de miles de niños porque, como lo dijo la primera ministra israelí Golda Meir (Kiev, Ucrania, 3 de mayo 1898 – Jerusalén, Israel 8 diciembre de 1978) «hay quienes odian más a otros que lo que aman a sus propios hijos». Es nuestro deber apoyar la lucha por la paz que, en pleno paroxismo sangriento de una guerra no deseada ni buscada se impone la obligación moral y existencial de acabar con los canallas del terrorismo que secuestran y martirizan a los pueblos. Es una cruzada dolorosa pero inevitable al asumir la obligación de salvar futuras vidas al enfrentar a quienes quieren tomarlas hoy para esclavizarnos por siempre.
Abraham Lincoln (1809-1865) en sus célebres discursos planteó lo inadmisible de una condición de supuesta paz desde la entrega de vidas a la esclavitud o a la injusticia. Ante lo esencial e irrenunciable de que cada hombre y mujer tiene como derecho al nacer su libertad e igualdad y derechos ante las leyes, todos deben ser tratados ante dichas leyes con igual respeto como expresión de la soberanía de una nación y por todos quienes así eligen vivir dentro de su territorio y normas.
En el camino de nuestras vidas muchos hemos compartido los preceptos anteriores. Ya que hemos designado a un servidor público como nuestro presidente, Edmundo González Urrutia, preparémonos para ir a la defensa de nuestra soberanía nacional, a todo trance, por nuestros derechos a la libertad, a la justicia y a la reconstrucción de nuestra Venezuela para el equilibrio de una sana sociedad de progreso y de luminosa convivencia.
catedrainternacionalibertad@
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