A Juan Francisco Sans y Mariantonia Palacios
Hace dos semanas escribí en esta misma vecindad un artículo en defensa de Caracas. Me di cuenta de que somos una mayoría la que la aprecia aunque siguen existiendo los sospechosos habituales para quienes Caracas es apocalíptica y hay que escapar de ella. Pero se quedan. Curioso. Parafraseando la motivadora frase del presidente Kennedy, no hay preguntarse lo que Caracas puede hacer por ti sino lo que tú puedes hacer por Caracas. Algunos han adelantado esa apuesta en firme, con esfuerzo y trabajo por esta comarca. Uno de esos ilustres fue Inocente Palacios Caspers, promotor inmobiliario, urbanizador de Colinas de Bello Monte y Chulavista, hombre culto, ligado a la música, empresario, promotor cultural, hermano de la escritora Antonia Palacios, además el fundador y sostén de la Escuela de Arte de la UCV, que le regaló a su ciudad, nada menos que la Concha Acústica. Al urbanizar Colinas de Bello Monte, Palacios pensó desde un principio que construiría un espacio único para la ciudad. Téngase en cuenta que eso salió de su bolsillo. Por ello hubo una ceremonia de colocación de la primera piedra, evento que reseñó en primera plana el diario La Esfera en 1953, con la participación de los maestros Vicente Emilio Sojo y Pedro Antonio Ríos Reyna junto a Palacios, para dejar constancia de que la Concha Acústica o Anfiteatro “José Ángel Lamas” sería otorgada a la Orquesta Sinfónica Venezuela. El diseño de la obra corrió a cargo del arquitecto Julio Volante. Cuarenta y cinco días tardó la construcción. El tiempo de los venezolanos comprometidos con el futuro fue siempre eficiente y ajustado. Nos estábamos encontrando con la modernidad y había que celebrar cada posibilidad en ese cruce. Inocente Palacios apostaba a que las colinas de Bello Monte fuesen el nuevo corazón de la ciudad. Aquello sería como una terraza para asomarse al valle y calcular su júbilo.
El 19 de marzo de 1954 se inaugura este regalo para Caracas con la presencia del presidente de la República, Marcos Pérez Jiménez. Pero no sería un corte de cinta protocolar ahogado por discursos edificantes y prosopopéyicos. Si se estaba obsequiando esa obra de gran factura, había que buscar quien honrara la realización. Y se trajo no solo al mejor director de su tiempo, sino probablemente al mejor de la historia, Wilhelm Furtwängler. El alemán compartió escenario con Vicente Emilio Sojo, que tomó la batuta en la primera parte del programa para dirigir O Maria de José Ángel Lamas, Parce mihi Domine de José Antonio Caro de Boesi y Benedicta et Venerabilis, también del maestro Lamas. El director berlinés se hizo cargo de la segunda parte con el concierto Op. 6 No. 10 en re menor de Georg Friedrich Händel, el poema sinfónico Don Juan de Richard Strauss, para concluir con la obertura de Tannhäuser de Richard Wagner. La decisión de contar con dos directores la tomó Inocente Palacios, que era muy amigo de Sojo. Hay algunos entretelones ligados a este concierto. Al parecer se consultó quién sería el director extranjero invitado y se barajaron dos nombres, el de Pierre Monteux y el de Wilhelm Furtwängler, imponiéndose el último. Cuentan que el maestro Sojo se negó a saludar a Marquitos y eso agitó la ira del perezjimenismo, y que también Furtwängler, antes de dirigir y contemplando al generalato uniformado y plagado de medallas, le preguntó a alguien que dónde se las habían ganado. Furtwängler, por cierto, moriría en Baden-Baden ocho meses después de su debut en Caracas. Para este evento inaugural se cursaron invitaciones a los músicos más relevantes de entonces. Algunos se excusaron como el finlandés Jean Sibelius porque a su avanzada edad “cruzar el mar, me mataría”, como escribió de su puño y letra a los organizadores. Después del concierto se seguía con el primer Festival Latinoamericano de Música, también emprendido por Inocente (había sido cellista en la temprana orquesta de Sojo) y participaron Alberto Ginastera, Aaron Copland, Domingo Santa Cruz, Carlos Chávez, Harold Gramatges, Rodolf Halffter, Julian Orbón, Gertrud y Nuria Schönberg, la viuda e hija de Arnold Schönberg, Virgil Thomson y Heitor Villa Lobos, entre otros. El segundo festival se realizó en 1957, siempre bajo la organización de Inocente Palacios y el último se realizó en 1966. A esos eventos vino gente de la categoría de Joaquín Rodrigo, René Leibowitz, Samuel Barber, Lukas Foos, Pierre Schaeffer, Witold Lutoslawski, Eugene Ormandy y Krzysztof Penderecki. En el festival de 1956, el Retrato de Lincoln, la famosa obra de Aaron Copland, fue interpretada por Juana Sujo con el compositor dirigiéndola. Según el músico, musicólogo y pianista Juan Francisco Sans, el aforo de esos días para cada uno de los conciertos rondó las 6.000l personas, un hecho extraordinario si se tiene en cuenta el tono de vanguardia y hasta experimental de muchas de esas composiciones.
¿Cuántos caraqueños hay en nuestros días como Inocente Palacios? En la inmensidad de esa concha enclavada en la montaña, pocos habrán escuchado hablar de él como tampoco imaginan el esfuerzo detrás de esa obra colosal. María Matilde Suárez publicó con la Academia de la Historia un libro sobre el personaje. Pero en la Caracas de las camionetas blindadas y los guardaespaldas, cuántos habrá dentro de esos vehículos apresurados dispuestos a hacer algo parecido por la ciudad. Venezolanos eminentes como Eugenio Mendoza dejaron hospitales y universidades. Hay quienes prefirieron legar su patrimonio como Anala y Armando Planchart para fines culturales. O la familia Eraso, que preservó la Quinta Anauco. O la obra admirable de la Fundación Polar con la casa Lorenzo Mendoza Quintero. Pero seguimos buscando titanes como ellos en la Caracas del siglo XXI. Hay algunos empresarios y coleccionistas que se dicen venezolanos pero se vanaglorian de haber donado sus obras a los museos estadounidenses o españoles, a pesar de que hicieron su fortuna contándola en bolívares. Me pregunto, caminando por las calles de mi ciudad, por qué ni una sola de las rutas de Colinas de Bello Monte lleva el nombre de Inocente Palacios. Tal vez hasta le habría parecido un sinsentido, porque su espíritu y su generosidad buscaron siempre dar sin pensar recibir nada a cambio.
Hace 66 años se juntaron las mejores voluntades para un proyecto de redimensión urbana. Inocente Palacios estuvo al frente de esa empresa esclarecida. Caracas, más que nunca, necesita de ideas que la rescaten y que la integren. Hay mucha imaginación que se puede echar a andar. Basta ver lo que ha hecho en sus veinte años la Fundación para la Cultura Urbana, por poner un ejemplo. Hay talento de sobra y queda pendiente ponerlo de acuerdo. Mejorar Caracas a diario, debe ser la primera obligación para sus habitantes. Entretanto, no dejemos escapar de la memoria a esos emprendedores que se impusieron una vida de contribución a la ciudad. Es que siempre la quisieron.
@kkrispin
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