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¿Qué te parece, Bolívar?

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General Bolívar, nos cuesta admitir que te conformaste con tus gestas. Te ilustraste con los filósofos para entender la razón de la existencia humana, lo cual te indujo a que ella es determinante para el sacrificio y la entrega de la vida, por lo que lo opuesto condena a la desgracia espiritual. A la última descartaste, dejándonos tu ejemplo. Hoy muchos nos preguntamos si habrás bajado tranquilo al sepulcro, asombrados ante variedades mitológicas que con toda certeza tu ilustración desechó y que indujeron a manos brujas a manosear tus huesos, pretendiendo desdibujar tu rostro. Pero no solamente eso, también al uso abusivo de tu simbólica espada en plazoletas a lo largo del territorio que nos entregaste libre, fruto de una lucha que el universo admira.

Soy Hugo Marchena, cuya imaginería, alimentada con la desgracia, me induce a creer que analiza con usted su heroicidad en uno de los antiguos, pero aún concurridos, cafés del Latin Quarter, ese histórico hogar de la Sorbonne, pero, además, aún en mesas no tan cercanas, con la presencia, entre otros, de Shakespeare y Voltaire. Nací en Cochabamba, pero he vivido en Quito, Lima, Bogotá y finalmente en Venezuela, cuyas ciudades más importantes he recorrido, estupefacto, no solo porque el país que te propusiste convertir en nación y días después en República es hoy un naufragio, odiándonos unos a otros. No importa que me consideren un personaje ficticio, pero escribiéndote pienso que lo hago juntamente con quienes han emigrado, ya más de 5 millones, sufriendo las inclemencias del exilio, el cual bien sabes es terrible, pues te tocó experimentarlo, debiendo acudir, no obstante tus preseas, a la caridad de amigos. Seguramente no has olvidado tus penurias en Jamaica y Haití. Así los revelan tus cartas escritas, sin duda, por el genio de la desesperación. No sabríamos si veías cercanas las metas independentistas, al afirmar que “sin el apoyo del pueblo, nadie, por más grande que sea, conseguirá el triunfo total”. Y también, que “si Venezuela ha sucumbido es por haberse inspirado en libros escritos por utopistas… Las leyes hechas por filántropos, la táctica propuesta por dialécticos, el ejército mandado por sofistas…”. General, no dudo que un escenario anárquico le indujo a aceptar la propuesta de dictador, por demás necesaria, ya que la causa libertaria estaba estremecida por escarnios y planteamientos egoístas propios de los pueblos que, como la Venezuela de entonces, pretendían enseriarse. Así pareciera transcurrir la de ahora.

Ante el caos de esta patria, que he hecho mía, es difícil contener las lágrimas, ni siquiera ensimismándonos en el libro Cuando quiero llorar no lloro, de Miguel Otero Silva, para citar a uno de los integrantes de la generación del 28, quienes pareciera que aprendieron tus lecciones. Una democracia admirada en el mundo ha debido alegrarte. Hoy no dudo que insistes ante Dios en procura del permiso para regresar espada en mano a liberarnos nuevamente.

Pero, por supuesto, en las alforjas de tu brioso caballo la convicción de que al oprobio, resultado de la desintegración social, debe atacársele integralmente, incluso con las armas.

Declarada la independencia en 1811, como lo recordarás, viviste momentos aciagos, pues, además de alcanzarla, te correspondió conducirla para lograr suconsolidación. Sinceramente no sé cuál de las dos fue más difícil, si haber dotado a un pueblo de libertad o conducirlo a que la entendiera. A mi juicio ambas fueron complicadas, pero creo que la más compleja fue gerenciar la independencia y procurar su entendimiento.No faltan apreciaciones críticas concernientes a la guerra civil y a la miseria de pueblos enteros que produjo la causa de la independencia que lideraste, cuyos ofrecimientos comenzaron a verse como tardíos. Hoy sucede lo mismo con las expectativas de la democracia.

Las serias dificultades, no puede negarse, que golpearon tu alma, pero en tu formación y patriotismo conseguiste la fuerza para superarlas. En medio de la lucha tomaste decisiones heroicas, como aquellas frente a Miranda y a Piar. Elogian tu generosidad con Santiago Marino, al admitirlo nuevamente al ejército, no obstante la inconsecuencia de aquel, con carácter díscolo y el deseo de crear su propio ejército, aprovechando algunas de las dificultades que confrontabas, particularmente tras tu derrota en Aragua en 1814.

En tu reconocida gesta como Gran Libertador, no hay dudas de que confrontaste “una sociedad descompuesta”, como la que miramos, hoy excelso general, para algunos, capítulos del largo proceso de edificar repúblicas, para otros, los más desesperanzados, una ruta desviada que destruye a los pueblos. Fue en aquellos momentos, cuando la descomposición se convirtió en la causa que debilitaba tus gestas, que aceptaste la autoridad absoluta en la conducción de la patria que comenzaba a ser libre. Asumiste la condición de dictador, pero con claridad, como lo revela el párrafo de la carta a Sir Robert Wilson, en junio de l887 “prefiero sucumbir a mis esperanzas a pasar por tirano. Mi impetuosa pasión, mi inspiración mayor es la de llevar el nombre de amante de la libertad”. Se afirma tu respeto por Lucio Cornelio Sila, el dictador romano, resultado de haber expresado “… Yo no soy como Sila, que cubrió de luto y de sangre a su patria, pero quiero imitar al dictador de Roma, en el desprendimiento de que abdicando el supremo  poder, volvió a la vida privada, y se sometió en todo al reino de las leyes” (Discurso en Caracas, el 2 de enero de 1814).

La transitoriedad con la cual asumiste la dictadura aparece justificada por tener siempre claro de que una vez liberada la república, “el Poder Ejecutivo dictatorial quedaría separado del Legislativo, pasando a ejercerlo un gobernante civil, y no un militar”. Estimamos, como afirma Germán Carrera Damas, que se te confía una dictadura ante la necesidad de concentrar todos los poderes con miras a transformar la sociedad, el Estado y la Constitución (Jaime Urueña Cervera, Bolívar, dictador y legislador republicano, 2012).

La melancolía, grandioso general, que me afecta en lo más profundo del alma, ante las calamidades de la patria libertada son profundas. No obstante, tengo años conversando con venezolanos cuyas caras no dejan de reflejar tristeza. El camino no se vislumbra ni siquiera cercano y para los optimistas ha de edificársele civilmente. El soldado en su sitio y obedeciendo al pueblo, titular de la soberanía. En ese espejismo moramos, admirado Libertador. Por favor, insístale a Dios por el permiso. Usted está llamado a socorrernos, sin importar que deba volver a ser dictador por tercera vez.

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