Dado que compartimos lengua hermana, la respuesta más corta a la pregunta del titular es que ambos países somos hermanos. Compartimos lazos para lo bueno y para lo malo, en la prosperidad y en la adversidad… Sin necesidad de pasar por altar ninguno. Los españoles sentimos esa conexión al hablar con los venezolanos sobre lo que pasa allá, que a la vez, pasa acá. A Karina le preguntan por Venezuela y no sólo percibo su dolor. A la vez, algo me golpea dentro. Como si fuéramos hermanas de sangre. Lo somos por historia y cultura. Lo creen fieramente, y aún más lo de la sangre, quienes se aferran a la leyenda negra. Los de la descolonización y la mala España. Por eso descoloca que, a la vez que se arrodillan en nuestro nombre para pedir perdón y pagar por unos supuestos pecados de hace siglos, no actúen con más firmeza estos días. Si nos están pidiendo ayuda urgente a gritos, en vivo y en directo. ¿Qué buenismo es este? Elegir etapa histórica para hacerte el héroe es más que tramposo. El héroe sólo puede serlo aquí y ahora, lo demás es relato y jugar a la máquina del tiempo. No se puede ser valiente a toro pasado. Pedir perdón por antaño para engrandecerte en la actualidad cuando ya nada se puede demostrar es de un oportunismo aterrador. Sobre todo, porque es ya cuando hace falta la acción. O será tarde.
Si, sabiendo lo que sabemos, España no hace nada ahora, quizá dentro de una, dos o tres generaciones los políticos del futuro tengan que arrodillarse y pedir perdón por la omisión de hoy. Por no haber hecho lo suficiente para ayudar a nuestros hermanos. Pero entonces no podrán inventarse historias de buenos y malos. No podrán decir que no hay documentación o que está sesgada o manipulada. Aquí están los periódicos, las redes sociales, la declaración del Carter Center ratificando que las elecciones no han sido democráticas. Aquí, aquí, en Madrid, está Edmundo González pidiendo asilo político y visitando La Moncloa.
Es más cómodo –¿y rentable?– enfrentarse a supuestas tiranías pasadas que a las que están vivitas y gobernando. Pienso en los venezolanos, hermanos, y noto el vacío –Zapatero, ¿tú no?–. Vale que la empatía no gana Moncloas, pero si algún día a los españoles nos pasa como a los venezolanos, a mí también me gustaría que nuestros hermanos, allende los mares, nos hicieran de ariete. Eso sí, no quinientos años después, sino en el momento. Ipso facto. Como actuaría un verdadero hermano. No como ese pariente lejano que se escaquea de las cuestiones familiares, que jamás le echó una mano en vida al muerto, pero aparece en el funeral, todo simpático, a ver qué puede rascar de la herencia. Eso no es ser familia. Eso es usura. Por democracia, y por hermandad, Venezuela no la merece de España.
Artículo publicado en el diario ABC de España