OPINIÓN

¿Qué significa ser buen ciudadano?

por Armando Martini Pietri Armando Martini Pietri

La respuesta parece simple: participar en el gobierno (vote), cancelar impuestos, contribuir al bienestar económico del país, no infringir la ley. Pero hay más. La definición está ligada a los valores culturales de la sociedad, y de cómo se practican en la nación o comunidad, que son la base de una buena ciudadanía.

Los valores culturales básicos deben incluir la propiedad, creación de riqueza y, políticamente, una democracia representativa en la que los votantes eligen ciudadanos para que los representen en roles políticos; dentro del gobierno, estatal, local o nacional, o en entidades como corporaciones, organizaciones sin fines de lucro, formaciones ciudadanas, vecinales y electoras. Sin embargo, hay otros conceptos que contribuyen a las expectativas sobre ciudadanía; patriotismo, derechos civiles, concepto del ser humano, noción del voto y, más reciente, nacionalismo que, acompañados de leyes diseñadas para garantizar el éxito de los principios fundamentales, a menudo se describen como libertad.

El compromiso ciudadano con la comunidad se privilegia sobre el individuo. Históricamente, sin adeudo, la sociedad no habría sobrevivido. El individualismo lesiona, perjudica al conjunto que proporciona sus necesidades a través de la cooperación y esfuerzo comunitario.

El desarrollo del chavismo y el castro-madurismo en Venezuela no ha sido, en veintitrés años, lo que Chávez y sus reciclados entornos ofrecieron a lo largo de casi un cuarto de siglo. Los políticos informales, irresponsables e inconscientes, siempre mienten, los que trajeron el chavo-madurismo, más. Los politiqueros desatienden sus compromisos, ocupándose en anunciar que harán lo que debieran haber hecho y no han realizado. Denominador común de quienes aparecieron y desaparecieron con Chávez y Maduro.

Los venezolanos tenemos un largo rosario de reclamos y carencias. El chavismo cívico militar ha rescatado de la tradición el desorden, los abusos, sobornos, corrupción, chantaje, represión y una obra teatral para cada necesidad cuando esta se presenta, para después olvidarla. Solicitando la vergüenza del borrón y cuenta nueva. Recordemos a quienes depusieron en nombre de la democracia, faltando semanas, para las primeras elecciones libres y universales -que nunca se llevaron a cabo hasta décadas después-, para luego meter en la cárcel a quien osara escribir contra ellos, como recordarían, si vivieran, directores de medios y periodistas de aquellos tiempos.

Pero al menos, hasta ya iniciado el siglo XXI, los venezolanos tenían como pueblo ejemplos activos de cortesía, amabilidad, simpatía y cordialidad. Era tiempo de los buenos días, tardes o noches. Los caballeros se ponían de pie y se quitaban el sombrero ante la presencia de una dama, autoridad o cuando ingresaban en un recinto cerrado. Época de una ciudadanía con problemas y en casos, abandonada, pero educada, llamaban “mi doña” o “doñita” a la mujer de cierta edad, y difícilmente tuteaban a quien fuese mayor, ocupase alguna posición social o laboral superior.

Los de más edad recibían la afable invitación a ocupar un asiento en el transporte público. El paso a los ancianos se le cedía con gentileza y urbanidad. Dios librara a quienes se comportaran poco amables y utilizaran malas palabras para expresarse, eran reprimidos y regañados con severidad. Sin embargo, todo se ha perdido, y no es culpa solo del chavismo -aunque, mucha tiene-, sino de los que han gobernado.

En la Venezuela de los últimos años, la educación como concepto de país se ha desplomado, la carrera docente es de las peor pagadas, lo cual, además de una estupidez, es una grave falla que perjudica a quienes acuden a los institutos educacionales del Estado, cuando debería ser al revés.

Poco gana el país con proporcionar computadoras de baja calidad a los niños, cuyos padres no pueden darles un desayuno decente, razonable; tampoco exigírsele a una ciudadanía exhausta por embustes oficialistas que funcionarios y amigos no se comportan con pundonor. No se trata de que los menos afortunados construyan ranchos, es que desde hace demasiado tiempo el rancho se ha adueñado y penetrado el espíritu de los venezolanos.

Más que lástima, es grave problema que se obligue a elegir entre caminar rutas de Latinoamérica en busca de oportunidades y con ellos transporten talento mal formado, siendo los ejemplos a seguir, la mayoría, de mala educación.

¡Es la revolución al revés, la revolución del malviviente!

@ArmandoMartini