OPINIÓN

¿Qué sentirán quienes votaron por Chávez? (Y por Maduro)

por Carolina Jaimes Branger Carolina Jaimes Branger

 

El pasado jueves circuló por las redes una noticia dada por la periodista Lysaura Fuentes, más que dantesca y jamás conocida durante la república civil: en un edificio en Puente Hierro, Caracas, dos hermanos, Silvia y David Sandoval Armas, fueron encontrados muertos, en estado de descomposición. Tenían 72 y 73 años, respectivamente. No, no murieron por asfixia, ni por mano asesina, ni envenenados, ni por una fuga de gas. La causa de su fallecimiento: desnutrición proteica y calórica. En otras palabras, murieron de hambre.

Además del dolor que me produjo el saberlo, sentí una rabia infinita. Recordé un enorme mural en la avenida Libertador, cerca de Maripérez, que decía algo así como “en revolución los venezolanos cuentan con proteínas para alimentarse”. Esa fulana “revolución” está matando de hambre a un sinnúmero de venezolanos. Nuestro sueldo mínimo está en 0,77 dólares al mes. ¿Quién puede sobrevivir con eso?

Conversando con mi marido sobre el tema, él me preguntó: “¿Qué sentirán hoy quienes votaron por Chávez?”. Yo añadí otra pregunta, más dolorosa todavía: “¿Y qué sentirán quienes votaron por Maduro?”.

Muchos integrantes de la clase empresarial venezolana no solo votaron por Chávez sino que lo apoyaron, creyendo que con unos cuantos güisquis lo iban a poder dominar, como habían hecho tantas veces en el pasado. De ellos se burló Chávez muchas veces en sus interminables cadenas: “Esos carajos creían que me iban a naricear con unos güisquis… ¡yo no tomo güisqui!”. Y se reía a carcajadas.

Con la clase media sucedió otro tanto. Convencidos de que “aquí lo que hacía falta era un militar”, votaron a ciegas por alguien cuya irrupción en la vida nacional estuvo manchada de sangre desde el día uno. No pensaron en algún momento que no se le debía dar una patente de corso a un asesino. Esa idea del “hombre fuerte” aún persiste. Me ha pasado –a estas alturas de la tragedia venezolana- que hay quienes me dicen “se necesita un militar que tenga las botas bien puestas”. Yo quedo atónita cada vez que me dicen algo así. Para mí, la lección más meridianamente clara de estos veintidós años es “más nunca un militar en el poder”. Los militares deben volver a sus cuarteles y hacer lo que en esencia debería ser su función: proteger la soberanía del país, cuidar las fronteras y hacer cumplir la Constitución.

La clase pobre se enamoró de un vendedor de ilusiones. De una especie de vengador que los convenció de que lo que ellos no tenían era porque “otro” se los había quitado. Que desvalorizó el trabajo, ofreciendo todo regalado. Ningún país aguanta eso, pero Chávez se aprovechó de la ignorancia y la explotó al máximo.

Cuando Chávez supo que su enfermedad era irreversible, pidió a sus seguidores que votaran por Nicolás Maduro. Y ellos lo hicieron. Maduro nos ha traído al borde del precipicio y, sin embargo, sigue con un discurso como si aquí no pasara nada. El 15 de octubre decretó el comienzo de la Navidad. Una receta que ha funcionado desde tiempos inmemoriales: pan y circo, con mucho más circo que pan.

Es inútil pensar en “qué hubiera pasado si…”, porque no hay vuelta atrás. Pero Henrique Salas Römer no sabe las veces que he pensado en él, con este desastre. Imposible no elucubrar dónde estaría Venezuela hoy si él hubiera ganado las elecciones. Todavía hay quienes arguyen que Salas era “demasiado blanco, demasiado antipático y demasiado soberbio” para llevar las riendas de este país. Chávez era zambo, simpático y su soberbia mayor a la de cualquier otro.

La próxima vez que podamos votar en elecciones libres, espero que la decisión sobre por quién se va a hacer esté basada en juicios concretos, no en emociones y mucho menos con ánimos de retaliación.

Usted que votó por Chávez… ¿qué siente ahora? Si hubiera podido hablar con los hermanos Sandoval Armas un minuto antes de que murieran, mirándolos a los ojos… ¿qué les hubiera dicho?

@cjaimesb