Escribo este artículo cuando faltan 48 horas para que nuestra Vinotinto, posiblemente la única pasión que nos une a los venezolanos, juegue su partido contra Argentina. Habría querido glosar unas líneas para alabar a Fariñez, a Machis, a Joseph Martínez, a Villanueva, a Osorio, a Salomón y muy especialmente a Dudamel, por su esperanzador desempeño, pero estoy aquí escribiendo sobre la otra Venezuela, la real, la que el régimen no quiere ver, la de los apagones, la del país que gracias al régimen nunca ha encontrado la paz, la del que no tiene gas, ni agua, ni salud, la del hambre y la diáspora, la de las protestas que no se dan o no llegan a su fin gracias a una feroz represión, la de los presos políticos, la del imperio de las mafias criminales, las que venden la gasolina a dólar por litro en un país que tiene como moneda un bolívar que no vale nada, la del carnet de la patria y el control social y el salario mínimo de 6 dólares al mes, pero también el de la oposición “de mis tormentos”, que habría dicho Cabrujas, dividida y por lo tanto errática, la Venezuela que no puede esperar más porque corre el riesgo de desangrarse y desaparecer.
Que me perdone mi querido lector, si soy algo reincidente con el tema, para mí inagotable, de la oposición, por ser este el centro que puede generar las ideas y las acciones necesarias para emprender la recuperación total del país, instaurar una nueva democracia que deje atrás malos vicios populistas, e incorrectos procederes, con una población que, suponemos, aprendió en estos duros años, una lección de ciudadanía que incluye entre otras muchas novedades la de no olvidar nunca las malas decisiones para no volverlas a repetir, y terminar de entender que la indiferencia no tiene cabida en la construcción del futuro.
Entiendo perfectamente que hablar de democracia y futuro en términos de idealidad, en estos momentos, no procede porque, como concepto, su esencia, su verdad y lo que es peor, su utilidad, están secuestradas por el autoritarismo, los falsos profetas, el populismo, la ignorancia ciudadana, el desprecio de la verdad como norte, el inmediatismo, la superficialidad, la moda del selfie narcisista y todas esas otras taras de la decadencia cultural, en un mundo distorsionado en sus valores, agredidos sistemáticamente y, concretándonos específicamente a este espacio llamado Venezuela, secuestrada por un régimen cuyo propósito es destruirla, pero también por la oposición mientras su lucha permanezca ubicada en los extremos que conjugan amplios sectores de la sociedad en los que la ruta marcada es la del todo o nada, lo cual no permite en ningún caso un mejor discernimiento para detener una tragedia con perspectivas de catástrofe. Sin embargo, creo que es necesario hacer algún ejercicio que contribuya a una aproximación de los extremos para salvar a Venezuela antes que el castrocomunismo termine de destruirla.
Esto mismo que ahora estoy escribiendo lo han escrito otros en la China imperial, en la Grecia del pensamiento, en la Roma de los Césares, en la Inglaterra de Marlowe y de Shakespeare, en la Francia de Fouquier Tainville y Robespierre, en la Alemania de Hitler y Adenauer, en la Italia de De Gasperi y de Togliati, en la España de Franco y Adolfo Suárez y Alvaro Carrillo, la Europa del nazismo y el fascismo, en la Rusia que de los zares pasó a ser propiedad de Lenin, Stalin y ahora de Putin, en esa América nuestra que va desde Mexico hasta la Patagonia y por supuesto también en la de Lincoln y Trump.
Son ya veinte años viviendo en el engaño, los oprobios y las ofensas pensadas, promovidas y ejecutadas por un régimen instalado en el poder por un caudillo militar utilizando un discurso mentiroso elaborado por un tirano como Fidel Castro. Son muchas las horas malas que hemos vivido y que seguiremos viviendo gracias a todas las ventajas que los desencuentros de la oposición organizada, sumada a las vicisitudes de un pueblo que tardíamente salió del embrujo y la euforia que le produjo el discurso mediático de un militar populista, para caer en una profunda decepción que hoy lo ha llevado a los caminos inciertos de la diáspora, o a la resignación y los avatares de una cada vez más dura supervivencia.
Que eso haya ocurrido en un país en el que un régimen comunista armado, organizado y absolutamente decidido a permanecer en el poder sin importar las violaciones a las que tenga que recurrir para lograrlo, es algo que nos condena, por eso no dudo en decir que estamos en la hora más oscura de Venezuela toda, en la hora más oscura de un régimen que se hunde todos los días en la más ciega oscuridad de un infierno generado por su propia incompetencia, corrupción y deliberada maldad en todos sus actos. La hora más oscura de una oposición que vive en el infierno repetitivo e inerte de sus rutinarios desencuentros que solo conducen a la creciente desconfianza de la gente, tal como lo revelan todas las encuestas. La hora más oscura de un pueblo que después de veinte años del engaño castrocomunista, se debate entre permanecer aquí con todos los riesgos que suponen sobrevivir con la bota opresora sobre el cogote, o huir y enfrentar los riesgos de vivir en calidad de refugiado en países hermanos limitados en sus recursos y horizontes que ofrecerles.
Y también pudiera ser la hora más oscura para Juan Guaidó porque cada día que pasa sin que se cumpla la premisa del cese de la usurpación, sin que el país vea un gobierno de transición actuando como es debido para poder llegar a unas elecciones verdaderamente libres y confiables, en las que se puedan medir todas las fuerzas políticas que hacen vida en este territorio, el tiempo juega en su contra, y, demás está decir, ese hecho favorece al régimen porque la decepción y la desesperanza no solo crecen como las malas hierbas, sino que por añadidura permiten que los ataques que le vienen de la misma oposición pasen de la crítica sana y necesaria, a una arremetida con intenciones de pulverizar su liderazgo, cuestión de las que ya hay muestras como son la encendida insistencia de estos grupos sobre el llamado fracaso de la entrada de la ayuda humanitaria, los sucesos de abril y el caso que por órdenes de Guaidó investigan las autoridades colombianas, después de haber suspendido en sus funciones a dos funcionarios por él designados y acusados de malversación de fondos en Cúcuta.
Pero la hora se hace más oscura para todos los que queremos un cambio que le devuelva al país una renovada democracia, cuando prospera la desinformación, cuando no sabemos a ciencia cierta la verdad de lo que ocurre, cuando los ejércitos de tecladistas lanzan falsas noticias con el solo propósito de desinformar y dañar cualquier intento de unidad, cuando Maduro, para meter más miedo, advierte que de salir él del poder la radicalización y la represión serían más sanguinarias, cuando un portal informativo habla de reuniones secretas inconcebibles con la deliberada intención de dividir y crear más cizaña en una oposición fracturada y cuando en medio de esa penumbra llena de malos presagios, vemos cómo crece el debate dentro de la misma oposición sobre temas absolutamente fundamentales como el de las negociaciones, sin detenerse a considerar que las mismas nos viene impuestas por la mismísima comunidad internacional, tanto la que reconoce a Maduro como presidente, como la que reconoce el interinato de Guaidó.
Ante este cuadro que pareciera irreversible, dado que no se perfila la posibilidad de una intervención ni siquiera proteccionista en nuestro demolido país, a las oposiciones solo les queda sentarse a discutir y a trazar una agenda capaz de repetir la hazaña lograda en 2015, cuando logramos recuperar la AN que la abstención le había regalado al régimen y desde donde montó su Estado forajido y fue matando a mordiscos y con voracidad lo que nos quedaba de democracia.
De todo corazón sueño con que podamos volver a esos momentos de sensatez que vivimos cuando la oposición en un ejercicio de unidad ejemplar logró celebrar unas primarias para escoger el candidato, eran aquellos momentos de buenos augurios cuando Diego Arria propuso su candidatura, Antonio Ledezma declaraba con buen tino que “de no existir, a la unidad había que inventarla”, y María Corina Machado, a quien le di mi voto como un homenaje personal a la valentía de la mujer venezolana, gritaba a los cuatro vientos refiriéndose a la oposición “somos mayoría”. Por eso digo: Hágase la luz.
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