Los militares han vuelto a aparecer en la escena política latinoamericana. En algunos casos porque los gobiernos se están apoyando en ellos para llevar a cabo sus proyectos como es el caso de Nayib Bukele en El Salvador, Jair Bolsonaro en Brasil o López Obrador en México. En otros casos porque los mismos militares están interviniendo en la política como en Bolivia, Ecuador o Perú. Y en otros porque son parte de regímenes autoritarios como en Venezuela y Nicaragua. Esta presencia es preocupante porque si algo ha caracterizado históricamente a las Fuerzas Armadas es que son instituciones que no se basan en lógicas democráticas.
La tercera ola democratizadora
Desde finales de los años setenta y hasta la década del noventa del siglo XX sucedieron varios cambios de régimen orientados en gran medida hacia la democracia en diversos países del mundo, y particularmente en América Latina. Desde entonces han pasado cuarenta años y si bien es difícil hacer historia del presente, hoy tenemos una mayor claridad de lo sucedido y de las lecciones que nos dejaron.
La tercera ola democratizadora, como la denominó el politólogo Samuel Huntington, inició en Europa meridional en 1974, en Grecia, con la caída de la Junta Militar que había gobernado desde 1967, y en Portugal con la “revolución de los claveles” contra el régimen militar del Estado Novo, que a su triunfo en 1975 inició un proceso de democratización del país. Le seguirían otros procesos como el español, tras la muerte de Francisco Franco en 1975, y muchos otros en prácticamente toda América Latina y Europa del Este.
Entre los años setenta y noventa ocurrieron transformaciones profundas que generaron una especie de optimismo democrático. La opción socialista y comunista se debilitó cuando la Unión Soviética empezó a mostrar signos de franco deterioro, sobre todo entre los países que estaban bajo su órbita en Europa del Este.
El debilitamiento de los regímenes militares en América Latina
En América Latina dos conjuntos de factores debilitaron a los regímenes militares que habían irrumpido en las décadas anteriores. Los factores endógenos fueron su ineficiencia e incapacidad para guiar sus economías, lo cual se vio agravado por la crisis económica mundial de los años setenta que disparó la inflación y aumentó la pobreza. A esto se sumaron las políticas represivas que aumentaron el descontento social y la deslegitimación de las élites.
Uno de los factores exógenos fue que los regímenes perdieron el apoyo de Estados Unidos, que abandonó su “Doctrina de seguridad militar”, que durante la Guerra Fría se basó en apoyar a cualquier régimen que se opusiera al avance del socialismo. Ya bajo el gobierno de Ronald Reagan se lanzaron programas para la promoción de la democracia y más tarde el propio Congreso estadounidense creó el “National Endowment for Democracy”.
En cierto sentido, las alternativas se cerraban y se fortalecía la opción de la democracia, “by default”. En este marco, se presentaron en América Latina tres tipos de transiciones de modos e intensidades diferentes.
Diferentes tipos de transición
Las transiciones por “colapso del régimen” se caracterizaron por ser temporalmente breves. En Perú, en 1977 se inició un proceso que derivó en la elección de una Asamblea Constituyente que en 1979 promulgó una nueva Constitución, celebrándose al año siguiente elecciones presidenciales. En Argentina, en 1982 se disolvió la junta militar que puso fin al “Proceso de reorganización nacional” y en 1983 se llamó a elecciones, mientras que en Paraguay se produjo en 1989 un golpe de Estado que puso fin a la dictadura de Alfredo Stroessner reincorporando las elecciones.
Los procesos por “pactos” se caracterizaron por una lenta retirada de los militares del poder, pero con un claro inicio y final. En 1980 se llevó a cabo en Uruguay un plebiscito que dio inicio a un proceso de apertura que finalizó con la elección de 1985. En Ecuador, entre 1976 y 1979 se instaló un “triunvirato” militar que regresó el poder a los civiles. Mientras que, en Brasil, en 1985 se llevaron a cabo las últimas elecciones indirectas y se abrió un periodo de transición tutelada hasta que en 1989 se celebraron elecciones libres y directas que ganó Fernando Collor de Melo. Y en 1980 se llevó a cabo en Chile un plebiscito sobre la continuidad del régimen de Augusto Pinochet que, tras la victoria del “No”, derivó en las elecciones de 1989 y la asunción de Patricio Aylwin.
México será un caso de “transición por reformas”, caracterizado por lentos pero profundos cambios en el sistema político, con un claro periodo de inflexión desde 1997 cuando el hegemónico Partido de la Revolución Institucional (PRI) perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y finalizando en las elecciones del 2000 con la pérdida de la presidencia.
Finalmente, si bien Colombia y Venezuela se caracterizaron por ser democracias electorales desde 1958, el primero padeció una alta inestabilidad política derivada de la presencia de guerrillas y el narcotráfico, hasta que en 1991 se promulga una nueva Constitución como instrumento de paz. Mientras que Venezuela, una de las pocas democracias estables en la región, entró en una vorágine de corrupción endémica a partir de los años ochenta que puso en crisis al sistema y favoreció la llegada de Hugo Chávez.
Las expectativas que despertó la democracia
Los factores que fomentaron las transiciones abrieron interrogantes ¿Realmente se orientaban hacia la democracia o eran meras ilusiones? Y si era así, ¿en qué medida perdurarían tales democracias?
Las preocupaciones surgían porque en América Latina las relaciones entre civiles y militares habían signado el desarrollo de la política de las últimas décadas con la notable excepción de México. Su constante presencia terminó por politizarlas, y se convirtieron de facto, en un partido político que expresaba la voluntad política de las Fuerzas Armadas, y ya en el gobierno, organizaban las relaciones de poder en favor del ejecutivo.
Las transiciones a la democracia crearon grandes expectativas que en varios casos se vieron rápidamente frustradas. Pero uno de los logros de las transiciones fue alejar a los militares del poder y desde entonces las crisis políticas, en su mayoría, se han resuelto por la vía pacífica y las incursiones militares, salvo lamentables excepciones, han terminado en fracasos.
De las transiciones del pasado surgieron regímenes democráticos débiles, y aún quedan muchos pendientes, pero es equivocado pensar la democracia únicamente como un fin y no como un medio. La democracia, en palabras de Leonardo Morlino, es resiliente ya que tiene la capacidad de superar problemas profundos. Algo que los latinoamericanos deben tener en cuenta para frenar los deslices antidemocráticos que están amenazando a la región.
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Fernando Barrientos es politólogo y profesor titular de la Universidad de Guanajuato. Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Florencia. Sus áreas de interés son política y elecciones en América Latina y teoría política moderna.
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