El triunfo de Cataluña no es producto del azar o de la casualidad, sino de la errónea política que se venía desarrollando en la Generalitat Catalana durante décadas, demostrado en la égida de las empresas, el alto costo de la cesta básica, servicios públicos y el transporte, elementos fundamentales de una democracia sólida y en desarrollo.
En la actualidad está demostrado que vivimos en un mundo interconectado, no sólo en política, sino en todas las dimensiones del ser humano, coartar esta realidad de la globalidad, no sólo es contraproducente sino que infiere en las leyes naturales del respeto y de la civilización, además de que representa la anulación de la inteligencia y el retroceso en el tiempo.
Para cuando se publique este artículo, todo el arcoíris de colores estará tomándose un café de vuelta a la normalidad de la que nunca debió haberse perdido, como si ese evento no hubiese tenido ninguna trascendencia en las conciencias del imaginario colectivo.
Ahora el reto de los triunfadores, es emprender la marcha al desarrollo, no con las armas de la guerra en todas sus insanas facetas, sino de la inteligencia en pro de la defensa de los más débiles, sin importar sexo, condición, religión, raza, ideología, dejando el tiempo de las vendettas en los documentos de la historia, para que los más jóvenes no vuelvan a cometer los mismos errores de una sociedad enferma de la propaganda machista, revanchista, llena de bullying o acoso contra los más vulnerables.
Hoy, a estas alturas de la civilización, la humanidad ya está apta para entender que lo que le pasa al otro le sucede a sí misma, más allá de los conceptos y condicionamientos sociales, no se vive aislado, que las reglas del mercado son tan naturales como las de la libertad de las personas, que nos adaptamos a los mismos principios universales o se queda anulados, como de por sí ya se encuentran pueblos por una dirigencia de espalda al público al que se deben.
Las reglas de las políticas son las mismas de las del mercado, si un empresario pretende vender un producto que no satisfaga las exigencias del público que lo demanda, esta condenado al fracaso; igual pasa con las campañas y programas políticos que a pesar de que ambas no son un contrato escrito, eso no les quita su naturaleza de compromiso entre ambas partes.