“¿Cuánto tiempo debe ser predominante un partido para que el sistema exhiba esta característica?”
Giovanni Sartori
En “Partidos y sistemas de partidos”, Alianza
Editorial, Madrid, 1994, p. 250)
Hay muchas miradas políticas sobre este novísimo siglo XXI; un ejemplo es la fuerza en los cambios sobre el liderazgo. Hoy quiero echar una mirada relacionada con la historia y el esfuerzo de los partidos históricos por sobrevivir. La historia muestra cómo sucumbieron el partido liberal y el conservador exhaustos y sin posibilidades filosóficas y políticas al terminar el siglo XIX. Hoy, ¿se repite la historia? Al utilizar por comodidad el maniqueo esquema, los partidos de la izquierda venezolana han sucumbido ante el PSUV que se tragó todas las organizaciones que le dieron soporte, incluyendo al MVR que, para muchos, fue más puro.
Por otro lado, la derecha acabó con el centro, e intenta permanecer con las antiguas entidades que se descuartizan, permanentemente, como pasó en Copei y ahora se observa en AD. Las otras fuerzas políticas que se crearon hace más de diez años no pudieron comprobar la prueba del poder o de la cuota de poder que les exigió la Asamblea Nacional de 2015. De atenernos a los supuestos más elementales, ¿dónde está el mensaje diferenciador, la dirigencia, la militancia, la estructura y la organización que los distingue? Lo peor es que, con las excepciones del caso, en la oposición, todas se pelean el mismo espacio ideológico sin definirlo jamás: la socialdemocracia.
Esos partidos le dan las características esenciales al sistema tan peculiar de partidos que tenemos. Por un lado, se encuentran los que se alinean esperando una dádiva del presente, y, por el otro, los que prometen ser gobierno a la vuelta de la esquina para darla, aunque han tenido recursos por las contribuciones presuntas del exterior. Una transición pacífica puede, más adelante, reencontrarse con un gobierno del PSUV, resurgido de sus cenizas, si acaso logran sostener sus cuadros y las expectativas con la salida de Nicolás Maduro. Pero este no es Daniel Ortega de probada vocación política como la que tuvo Perón al regresar a Argentina, aunque ya anciano y sin remedio. Ha ejercido, suficientemente, el poder que ostenta hoy día con rasgos muy acusados, caracterizándole frente a los probables competidores de esa izquierda que ha deshilachado. En última instancia, su viabilidad dependerá de las fuerzas internacionales que operen un acuerdo, porque el régimen venezolano es una amenaza continental que pica y se extiende.
Por otro lado, está la oposición. Es de anteojitos que una transición aconseja una coalición que va más allá de los partidos. No obstante, las características de los actuales no permiten sospechar siquiera un adecuado desempeño. De los partidos históricos, prácticamente, no queda la sombra: el Copei que conocimos está despedazado, operando como una sombra de viejas nostalgias. Vemos que AD está comenzando a desmembrarse y su derivado inconfundible, UNT con más garantías para sobrevivir, ya que se mantiene como una sola organización, concentrando sus fuerzas en el Estado que le da fortaleza. Los otros, PJ y VP, más recientes, están a la deriva con mensajes de su cúpula distintos a los que su militancia desea y aspira. El extraordinario politólogo florentino Giovanni Sartori se preguntaba cuánto tiempo requiere un partido para influir y darle una caracterización al sistema en el que se inscribe. Es suficiente el tiempo para saber de la senilidad de unos y del prematuro envejecimiento de otros que marcaron, definitivamente, a una oposición que fracasó.
Así las cosas, por más que estos partidos del G-4 se las ingenien, ya caducaron. A menos que se reinventen, cambien su actuar y, realmente, se adapten a las nuevas circunstancias. Y esto será distinto al movimiento que sucedió en 1958, que supo deshacerse de las organizaciones fundadas, al menos, diez años atrás, sin darle cupo a la novedades de entonces o, aún dándoselo: el MIR, FND, el PRIN, y otros, se diluyeron pronto. Acá, han pasado veinte largos años del siglo XXI, y, de un modo u otro, serán otros los partidos y las individualidades que le darán la otra característica que le es tan necesaria a la transición, completamente inédita. Y de paso actualizarán las corrientes universales del pensamiento político, comenzando por la socialdemocracia y el liberalismo, a la espera de una resurrección del socialcristianismo y del marxismo, ambos francamente agotados.
Aunque consideremos este un panorama muy negativo, no significa que todo esté acabado. Se necesita una reinvención de las organizaciones que están y las que surgirán en un futuro no muy lejano; organizaciones que se adapten a los nuevos paradigmas, sin dejar a un lado esa comunicación bidireccional entre el pueblo y su dirigencia, que bastante falta hace. Porque las organizaciones sin objetivo y sin proyecto colectivo no son más que un proyecto individual de un líder o un caudillo de turno, que mira solo por sus apetencias personales, y esa no es la semilla política de la Venezuela que insiste, resiste y persiste. Los nuevos partidos se están dibujando con líneas claras y colores mixtos, y en los espacios etéreos del ciberespacio que se hace necesario traer a la tierra tangible de la libertad, la democracia, el respeto y la responsabilidad.
@freddyamarcano
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