La tragedia de Venezuela crece día a día. El tiempo se ha convertido en regenerador de una crisis que tiene dimensiones inimaginables para cualquier país del mundo. La hambruna que obliga a madres llevarse sus muchachitos a bordo de un peñero a riesgo de naufragar, como viene sucediendo en estos últimos años en que han perdido la vida muchos venezolanos cuando su viaje a un mundo diferente termina ahogado en las aguas del mar caribe. Cada vez que veo esas imágenes no puedo dejar de llorar como madre y como abuela, pensando en esas criaturas que han podido ser mis hijos o mis nietos. ¡Que dolor tan grande sentimos!
Lamentablemente no veo la misma reacción de parte de los integrantes de organismos internacionales llamados a velar por los derechos humanos. Siento como venezolana que no estamos siendo comprendidos como un pueblo víctima de un genocidio que se expande, hora tras hora, y la otra cara de la moneda es un mundo que pareciera no reaccionar ante semejante cuadro pintado con muertes y todo tipo de padecimientos. Junto a mi querido Antonio Ledezma, he sido testigo de los planteamientos que se han formulado ante la ONU y ante la OEA para que se activen, de una vez por todas, los instrumentos vigentes que pudieran rescatar a una sociedad víctima de un martirio que va acrecentándose, mientras los voceros de esos entes se limitan a excusarse en que “la solución tiene que salir de un diálogo y de un proceso electoral”.
Ante esas alternativas a las que nos tratan de encallejonar me pregunto: ¿Dialogar otra vez para que sean ahora 14 intentos de diálogos con los miembros de una corporación criminal? ¿Negociación para montar un gobierno de transición que estaría a cargo de los mismos responsables de la catástrofe humanitaria que hoy sufrimos? ¿Se puede entender que los capos del narcotráfico y los aliados de los grupos terroristas van a resolver la crisis que ellos mismos han generado?
No se trata de ser radicales, como algunos tratan de descalificar a Antonio Ledezma, a María Corina Machado o a Diego Arria, es que la verdad no se puede desmontar con el chantaje de que “la unidad es indispensable”. ¡Claro que es indispensable! Pero una unidad con un equipo compacto que se dedique de verdad a sacar a esas mafias del poder que usurpan. Por todo lo antes dicho es momento de buscar que es lo que nos puede unir. Para mi no es otra cosa que la idea que comparto con millones de venezolanos: liberar a Venezuela. Esa es la causa que nos une ante un régimen que ha sido capaz de ceder nuestros derechos a reclamar el territorio del Esequibo, porque a ellos nada les importa la soberanía nacional que han rendido a los pies de los cubanos que son los que tutelan a Maduro y ahora pretenden expandir su control más allá del Arco Minero, de nuestros pozos petroleros y de las divisas que sirvieron para mantener ese engaño fidelista a expensas de los petrodólares venezolanos.
Si de verdad nos duele en el alma el naufragio que hundió en la muerte a esos compatriotas de Güiria, si de verdad nos aflige el drama humano que encarnan esos venezolanos que tienen que cruzar las trochas para seguir a cualquier parte del mundo donde puedan conseguir un pedazo de pan, entonces luchemos, unidos, pero de verdad, con honestidad, con coherencia y con el único fin de sacar de las instituciones a esos mafiosos que las invaden y que no cederán en su crueldad.