Es el año 1981. En Manila, una joven mujer filipina trae al mundo a su primer hijo solo meses después de que se levante la ley marcial por primera vez en una década. El dictador Ferdinand Marcos habría de permanecer en el poder por unos años más, pero por ahora los padres de Luis están preocupados únicamente por el bienestar de su joven familia. Tienen una pequeña cuenta de ahorros y han comenzado a guardar dinero seriamente por primera vez, preparándose para los años turbulentos por venir. La tasa de cambio es de siete pesos filipinos por un dólar americano.
Es el año 1993. En Lagos, el general nigeriano Sani Abacha toma el poder y fija la tasa de un dólar americano a 22 nairas nigerianas. Es una movida agresiva que intenta estabilizar la economía evitando que el naira continúe su declive. La tasa fija da origen a una economía sumergida en la cual el naira se cotiza en un valor mucho más bajo.
Al momento de la muerte de Abacha en 1998, los dólares cambian de manos en el mercado negro hasta por 88 nairas, cuatro veces la tasa oficial. Millones de personas sufren, ya que no pueden costear los ascendentes precios de la comida con sus salarios estáticos fijados por el gobierno.
Es el año 2018. A lo largo y ancho de la frontera vulnerable de Venezuela, los ciudadanos huyen de la inflación récord de 400.000% del país, cruzando a los países vecinos Colombia y Brasil. Más de 3 millones ya han escapado de la hambruna devastadora y la desintegración social.
Lorena, una panadera de 48 años, toma la difícil decisión de cruzar hacia Colombia. En la frontera, los guardias revisan sus pertenencias, buscando objetos valiosos que confiscar. No consiguen nada. No saben que Lorena tardó horas enrollando de forma cuidadosa los billetes de dólares americanos alrededor de ganchos de pelo y escondiéndolos en trenzas. Llega a un nuevo país, con la cabeza en alto.
En Manila, los padres de Luis ven que su suerte cambia para mal. La tasa de cambio actual es de 50 pesos filipinos por un dólar americano, y su ahorro paciente durante los años ha resultado en una pérdida generalizada del 80% de su riqueza. Con su retiro inminente, no tienen opción sino continuar trabajando y ahorrando para un futuro implacable e impredecible.
En Lagos, el naira está en un período de estabilidad relativa tras perder otro 50% frente al dólar. Los precios de los bienes locales han subido hasta las nubes de nuevo. Nadie confía en que el gobierno pueda evitar otra crisis económica, ni siquiera los funcionarios gubernamentales mismos.
Es el año 2019. En Shanghái, una joven profesional llamada Annie envía un mensaje a uno de sus amigos en WeChat, la plataforma de red social utilizada diariamente por más de mil millones de chinos. Su amigo menciona que está en problemas por fumar marihuana y en la mitad de la conversación, repentinamente él deja de responder.
Al día siguiente, un par de policías en ropa de civil visitan a Annie en su oficina y le piden que vaya con ellos. Sus compañeros de trabajo la ven irse y luego desaparece por varias semanas. Cuando vuelve a ponerse en línea, ha perdido algunas de las características de pago de WeChat. Ya no puede comprar billetes de avión o de tren. Su récord crediticio se desploma. Su vida está arruinada por una cadena de mensajes de texto.
En Oakland, Alex entra a una tienda de mascotas buscando comida para perros. Encuentra lo que está buscando, más un producto nuevo interesante, uno que le promete mejorar el aliento de su perro. Desliza su tarjeta Visa del Chase para pagar por la comida y sale. Unos minutos después, revisa Twitter, y le aparece una publicidad de golosinas para perros justo como la que acababa de comprar. Descubre que el Chase comparte información sobre sus pagos diarios con empresas externas.
Alex se da cuenta de que los detalles de su vida personal están siendo entregados a anunciantes con una sensación de intranquilidad muy similar a la de todos los de la generación de los teléfonos móviles inteligentes. Inclusive en Estados Unidos, la privacidad financiera está desapareciendo.
Estas son historias de cómo el dinero está descompuesto. Los padres de Luis y millones de personas de la clase media filipina y nigeriana vieron cómo sus ahorros se evaporaban en cámara lenta en una misma generación. Lorena necesitó de una forma de llevar sus escasos ahorros a un nuevo hogar en Colombia sin que fuesen confiscados, por lo que se volvió creativa con su estilo de peinado. Annie ahora se encuentra en la “cárcel financiera” porque uno de sus amigos fumó marihuana. Las compras de Alex son monitoreadas y revendidas a diversas corporaciones con cada deslizada de su tarjeta de crédito.
Estos casos no son únicos. Desde el año 2000, casi todas las monedas han perdido un valor significativo frente al dólar americano. Varias, como el rand surafricano, el peso argentino, la lira turca, la corona checa, el bolívar venezolano han perdido entre 50%y 90% de su valor. Incluso el dólar americano y el euro han perdido 40% de su poder adquisitivo en ese período.
Alrededor del mundo, 250 millones de migrantes y refugiados luchan por enviar dinero a casa o llevárselo consigo a nuevas fronteras. Unos dos mil millones de personas no tienen acceso a cuentas bancarias o no tienen la identificación oficial necesaria para obtener una. En una economía cada vez más globalizada, el dinero sigue siendo tercamente local.
Mientras tanto, en las superciudades como Shanghái o San Francisco, la sensación desconcertante de ser observado es palpable. Por un lado, China está mirando. Por el otro, el capitalismo vigilante registra cada compra y vende la data a docenas de compañías sin el permiso del comprador. La privacidad ahora es un lujo, el cual parece ser más caro con el pasar de los días.