El desenlace de la elección primaria del pasado 22 de octubre no resultó en más que lo anticipado: un poco más del 10% del electorado inscrito en el Registro Electoral Permanente emitió su voto (puesto en duda nerviosa por el gobierno) y la señora Machado se alzó con más de 90% de los sufragios.
¿Qué nos revela este resultado?
En primer lugar, refuerza la ruta electoral como el principal mecanismo para el anhelado cambio político. La participación mayoritaria del electorado del sector radical reafirma el deseo de cambio a través del voto, un camino elegido que difícilmente podrá ser abandonado, a pesar de las artimañas que el gobierno pueda urdir y de las tentaciones y malos hábitos abstencionistas en el radicalismo.
En segundo lugar, demuestra que la señora Machado ha derrotado de manera contundente al liderazgo representado por la Plataforma Unitaria (antigua MUD), a pesar del retiro de los candidatos Manuel Rosales y Henrique Capriles para evitar ser barridos en la primaria.
Tercero, se ratifica la decidida e irreversible voluntad de cambio por parte del pueblo que recuerda el cuadro político de 1998 cuando esa misma decisión por salir de AD y Copei favoreció a Hugo Chávez.
Cuarto, los 2 millones de votos obtenidos por la señora Machado en la primaria pueden no ser suficientes para vencer a Maduro, pero sí son cruciales para derrotarlo.
Quinto, convertida en un factor clave para un posible triunfo en las elecciones presidenciales de 2024, a la señora Machado no se le puede pasar por alto, al igual que ella no debe menospreciar al resto de la oposición que fue derrotada y tampoco a la que no participó en la primaria.
¿Y ahora, qué camino tomar?
Es tarea de la señora Machado tender la mano y buscar la unión con el resto de la oposición para construir una opción que sea capaz de ganar, cobrar y gobernar. Entendiendo que, sin dejar de luchar por revertir su injusta e inconstitucional inhabilitación por parte del gobierno, es poco probable que ella sea la candidata que represente a la oposición en 2024.
Dado que entre sus seguidores se encuentran numerosos sectores moderados que defienden la vía electoral, les corresponde a ellos allanar el terreno del entendimiento para forjar una alternativa y un programa que garantice el cambio y allane el camino hacia la recuperación de la democracia, la modernidad, el progreso y el bienestar para todos los venezolanos.
El régimen de Maduro, con apenas 9% de popularidad, se encuentra en un inexorable declive, como un cuerpo enfermo cuya recuperación es una quimera, preludiando su inminente desvanecimiento. A pesar de que no escasean en la oposición aquellos que aún contemplan al gobierno como invulnerable, inmune a errores políticos.
Nos hallamos ante el gobierno más inepto y corrupto en la historia de nuestra nación. Lo que no ha logrado en beneficio del pueblo durante un cuarto de siglo, con recursos en abundancia gestionados sin control alguno, engullidos por la impunidad y una corrupción desvergonzada, infringiendo los derechos humanos a diestra y siniestra. Nada de esto será rectificado en los próximos seis años. La población lo sabe y ha tomado una decisión aparentemente irrevocable: está dispuesta a liberarse de Maduro y su régimen a través de la vía electoral en 2024. La dirección política de la oposición que lidere este desafío debe reconocer esta realidad y actuar en consecuencia, separando la paja del trigo y forjando una alternativa.
Sin una base social que pueda revivir la creencia en su retórica de revolución utópica y trasnochada, cada intento debilita aún más al régimen y profundiza su descrédito, desgarrándolo hasta lo más profundo. El ejemplo más reciente, aunque no el único, fue la destitución y repentina desaparición pública de Tareck el Aissami, el zar de Pdvsa, después de hacer desaparecer 23.000 millones de dólares como por arte de magia.
Las entrañas infames de este ente político están agotadas, su aliento agonizante, incapaz de controlar la inflación y reavivar el crecimiento económico. Está condenado a envejecer sin recuperar la prosperidad que le permita mantener el favor popular. Maduro y su régimen enfrentan el desahucio político.
La relación entre el pueblo y el régimen de Maduro evoca a esos matrimonios en los que el hartazgo lleva a la esposa a expulsar al esposo del hogar sin titubear, incapaz de soportar su presencia o perdonar sus innumerables transgresiones. La gobernabilidad se convierte en una quimera en un país que conoce demasiado bien las mentiras tejidas por su liderazgo gobernante. El agotamiento colectivo es palpable ante las constantes artimañas; no hay vuelta atrás en el repudio popular, y cuando llegue la oportunidad de ejercer el voto, este gobierno será devorado.
El régimen parece depositar sus esperanzas en una negociación con Estados Unidos que le brinde un respiro financiero con el que espera influir en la voluntad popular. Pero los deseos no son suficientes; la gente ha alcanzado su límite de tolerancia. El hartazgo contra Maduro y su régimen llega a niveles nauseabundos.
El acuerdo con su archienemigo, el imperialismo estadounidense, para aumentar la producción de petróleo, acceder a los mercados internacionales y llegar a la banca internacional y los organismos financieros multilaterales, muestra la debilidad de Maduro y el interés estratégico de Estados Unidos. Esta alianza implica el envío de cientos de miles de barriles adicionales de petróleo a los Estados Unidos, aliviando la escasez y estabilizando los precios de la gasolina, así como una estrategia para diversificar sus fuentes energéticas y reducir su dependencia del crudo del Medio Oriente debido a los conflictos en Ucrania y el conflicto entre Hamas e Israel.
Un trueque que quizás dé un respiro a Biden, pero a Maduro no le servirá más que para alimentar sus ilusiones con algún reparto populista, tendrá en su poder algunos recursos adicionales, cuyo impacto difícilmente cambiará la decisión tomada por la gente hace tiempo: sacarlo del poder, una decisión que se expresará en las elecciones de 2024. Durante la llamada «burbuja económica» su popularidad apenas creció 1% mensual, muy poco es lo que pudiera lograr con un nuevo reparto populista partiendo de su 9% actual. Biden buscará calmar el creciente descontento con su gobierno debido al aumento en el precio del combustible.
En este contexto, el petróleo se convierte en la pieza central de la negociación, mientras que otros asuntos, como las condiciones electorales aceptables, la liberación de prisioneros y la no interferencia en las elecciones primarias, parecen de menor importancia. La oposición venezolana deberá conformarse con estos términos mientras desempeña un papel secundario en las negociaciones entre los actores principales.
De igual modo, deberá ajustar sus expectativas en torno a la negociación entre los grandes actores y concentrar sus esfuerzos en consensuar una candidatura viable que asegure su participación, victoria, y la capacidad de gobernar. Si las elecciones presidenciales se celebran hacia el último trimestre de 2024, habrá tiempo para sanar las heridas de las primarias y construir esa opción.
Aunque todavía es un enigma, es clave la actitud que pueda tomar la señora Machado en las inevitables negociaciones internas de la oposición, en sus manos reposa la responsabilidad, casi absoluta, de lo que pueda suceder, los electores la ungieron con 93% de los votos en la primaria del pasado 22 de octubre, y eso no es concha de ajo.
¿Los incentivos de la proximidad al poder podrán moderar a la señora Machado?
Eso está por verse. El pragmatismo puede encender una luz que guíe. Pero la sumisión que ya ensayan los voceros del G-4, al estilo de los días del interinato, puede envanecer y arrojar sombras sobre la luz del entendimiento.
Por lo pronto, el martes la señora Machado, con una bandera de siete estrellas a su espalda -el simbolismo cuenta, remember Ramos Allup sacando los cuadros en la AN-, dijo que “el domingo los venezolanos votaron y derrotaron a una forma de hacer política y avalaron una nueva”, o lo que es lo mismo: prepárense que “hay una nueva dirección política”.
De igual modo; como para que no quede duda de lo que se puede discutir o no, dejó bastante claro que “El que en este momento plantee el término «inhabilitación» está diciendo que desconoce lo que pasó el domingo 22 de octubre”, algo así como que “la gente es la que habilita” y san se acabó.
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