OPINIÓN

¿Qué hacer con el gobierno interino?

por Gonzalo González Gonzalo González
Guaidó

Federico PARRA / AFP

El régimen, a pesar de ser rechazado por la inmensa mayoría de la sociedad, por su ausencia de legitimidad de origen y gestión luce, para algunos, consolidado o en todo caso que controla la situación. No obstante sus tropiezos – la certificación de su condición de minoría socio política visualizada en los resultados del 21N, la investigación abierta en la Corte Penal Internacional, la ratificación del statu de sancionado por parte de Estados Unidos y la Unión Europea, el negativo Informe Preliminar de La Misión de Observación Electoral de la UE – sigue sin amenazas serias en el horizonte que pongan en riesgo su estabilidad y continuidad. Contribuyen a ésta situación la debilidad y dispersión de las fuerzas democráticas, la ausencia de presión y conflictividad social que se esperaría de una situación socio económica tan grave como la que experimenta la ciudadanía. Por si lo anterior fuese poco, debe registrarse un debilitamiento sensible en los apoyos internacionales a la lucha contra la dictadura debido a la marea roja en progreso en Latinoamérica que ha sumado en este final de año las victorias electorales en Chile y Honduras de coaliciones de izquierda donde tienen mucha influencia sectores afiliados al Foro de Sao Paulo; la guinda del pastel es la, por ahora previsible, victoria de Lula en Brasil en 2022.

Es en este contexto adverso en el cual algunos plantean de manera dilemática el tema de la continuación del interinato. Este debate que es uno de los asuntos pendientes a resolver por las fuerzas democráticas debe ser asumido de manera seria y rigurosa, alejado de los cálculos e intereses subalternos y sectarios.

Es innegable que el gobierno interino y su cabeza, Juan Guaidó, experimentan un serio desgaste en materia de apoyo y liderazgo. Ese desgaste es la consecuencia natural de confrontar a un régimen impermeable a cualquier tipo de cambio que ponga en peligro su continuidad y dispuesto a hacer lo que sea para garantizarla, de  no haber podido lograr el cese a la usurpación… y por errores propios, entre otros: subestimación de la capacidad de resiliencia del oficialismo, creación de expectativas de difícil materialización, sectarismo, supuestos manejos indebidos en la administración de algunos activos de república en el extranjero (asunto, por cierto, no bien explicados en descargo a las acusaciones), actitudes incoherentes como el posicionamiento ante los comicios del 21N donde por un lado se llamaba a la abstención y el otro se hacía campaña por candidatos de Voluntad Popular.

De lo anterior no debe extraerse la conclusión de que el interinato ha sido un fracaso. Ha sido y continúa siendo una verdadera piedra en el zapato del régimen, y por ello lo ataca con saña y su actitud permite colegir que su desaparición junto con estimular la dispersión de las fuerzas democráticas son objetivos prioritarios de su agenda. El interinato ha sido un instrumento muy útil para evidenciar ante el mundo la ilegalidad e ilegitimidad del régimen imperante, así como para generar los importantísimos apoyos a la causa  de la libertad, la democracia y el progreso en Venezuela en el seno de la comunidad internacional democrática.

El interrogante clave y decisivo al respecto es  si su continuidad es de utilidad para la lucha por la superación  de la dictadura.

En mi criterio, el interinato conserva todavía el potencial para ser de primera utilidad como instrumento para logra el cambio siempre y cuando se den los pasos necesarios para superar sus carencia, errores y limitaciones. Son de conocimiento público algunas propuestas al respecto: convertirlo en un gobierno colegiado tipo Junta lo cual podría redundar en representatividad, tener una presidencia rotatoria, constituir un fideicomiso para gestionar los activos de la república en el exterior, reducir y reconvertir de acuerdo a criterios de prioridad y eficacia la representación en el exterior. Y sobre todo no continuar cediendo a la tentación de que el interinato es un fin en si mismo (la tentación secular de toda burocracia) sino un instrumento con objetivos particulares y necesaria – aunque todavía no determinada-  fecha de caducidad.

El cese del gobierno interino sería un error. Empezando porque sería otorgarle al oficialismo una victoria innecesaria o una concesión a cambio de nada; por otro lado sería sacrificar una instancia de demostrada utilidad en términos simbólico políticos y prácticos en el campo internacional – nos quedaríamos sin tribuna oficial en instancias y organizaciones como la OEA y otras -. Con ese acto poco recomendable el régimen, probablemente, recuperaría para su usufructo y financiamiento de sus propósitos continuistas los importantes activos del Estado en el exterior.

Aspiro a que la decisión por tomar al respecto sea la mejor en función del  interés supremo de los venezolanos de lograr el cambio político.

Les deseo a mis compatriotas una feliz navidad y  un próspero año nuevo en compañía de los suyos.