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Foto: @ComanditosVzla

 

La primera respuesta es muy simple: seguir luchando. Pero, seguramente, muchos o casi todos se preguntarán, a su vez, hasta cuándo. Y la respuesta es también conocida: hasta el final. Nada está absolutamente decidido. Nicolás Maduro es un dictador, un presidente ilegítimo, que conserva el poder en razón de la fuerza de las armas y su asociación en una corporación criminal que se extiende fuera de las fronteras nacionales. 

No es una dictadura clásica al estilo de la del general Marcos Pérez Jiménez, por citar un caso de nuestra propia historia, ni tampoco del corte de la del general Augusto Pinochet, que se encaramó en el poder con el fuego siniestro de las bombas y las balas en la era de la Guerra Fría y que vivió su etapa final justo cuando aquel mundo bipolar comenzaba a hacer aguas. Si bien Estados Unidos más que bendijo el golpe contra Salvador Allende, a finales de la década del ochenta cuando el dictador chileno perdió el plebiscito y tuvo que reconocerlo la política exterior de Washington primaba entonces la vigencia de los derechos humanos y la instalación de sociedades democráticas en la región.

Ahora vivimos en una era mundial de declive democrático. Son más las autocracias que las democracias que habíamos conocido y vivido. No es el ambiente más propicio para desalojar del poder por medios pacíficos a un régimen como el venezolano que se burla con descaro con todas las normas de la convivencia y que somete a la población a la miseria. Aún así, Maduro y su camarilla es una vergüenza para la comunidad internacional democrática y solo puede recurrir al respaldo de los nefastos dictadores de Nicaragua y Cuba.

Siempre hay que poner, sin embargo, la mirada en nuestro campo. Qué más tendremos que hacer para cobrar la victoria aplastante del 28 de julio. Cuáles tareas nos falta por hacer para lograr que el cambio democrático no sea solo inevitable sino que ocurra antes de que los que ejercen el poder terminen de destruir la nación y enviar a miles y miles de venezolanos más a ganarse la vida en otros países. 

A lo largo de 25 años la oposición al régimen chavista, primero, madurista ahora, para darle algún nombre entendible, ha intentado por todos los medios retomar el poder y restaurar la democracia. En este largo trayecto ha habido errores y aciertos, grandes retrocesos y avances tan extraordinarios como los librados en 2023, 2024 y en estos primeros días de 2025. Ya está ampliamente demostrado que el pueblo venezolano, tanto en 2015, como en 2024, decidió en contra de Maduro. 

Este último período es particularmente significativo. Por medios notoriamente pacíficos se ha derrotado sin apelación a la dictadura, que está aislada e incluso despreciada por los países y líderes de talante democrático, ni siquiera quienes aún mantienen incomprensiblemente algún lazo filial ideológico se atreven a reconocer al mandatario usurpador e ilegítimo; se ha consolidado el liderazgo de María Corina Machado dentro y fuera del país, como genuina representante del anhelo de libertad de los venezolanos. Pero, ¡ay que pero!, el elefante sigue ahí.

El liderazgo político que nos ha conducido hasta aquí, en una prueba de constancia, gallardía e inteligencia, tiene un plan, como ha reiterado, para el rescate del país. No hay claudicación, ni rendición. Ni tampoco la cohabitación es una salida. Habrá que hacer más, luchar más, organizarse aún más y mejor, e identificar con mayor pertinencia las tareas que aún faltan. 

María Corina Machado a lo largo de su trayectoria política de dos décadas ha dado muestras, para el observador atento, de que es una dirigente política cada vez con mayor envergadura, con tino para captar el momento político, para sorprender a los jerarcas del régimen, y a otros, y que está apuntando sin dudar a la victoria que los venezolanos reclaman desde su corazón y entendimiento.

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