“Quienes nunca cambian de opinión, nunca logran cambiar nada”
Winston Churchill
Ensayar una respuesta a la pregunta que titula este artículo nos expone a los que osamos, impajaritablemente, a una controversia. Cualesquiera que sea la respuesta, encontrará pareceres distintos y eventualmente emociones duras. Y si, como sabemos, en Venezuela los ánimos están crispados y la sospecha generalizada, se hace más riesgoso emitir opinión, pero vamos “pa’ encima”, como se oye decir en el coloquio popular.
El asunto se convierte además en un dilema. ¿Asumo mi ciudadanía o me abstengo? Seamos serios y admitamos que tenemos razones para temerle al régimen que ocupa el poder desde hace ya 22 años y que comenzó como una esperanza para muchos y hoy en día es, una decepción para la cuasi totalidad de los compatriotas, aparte de mostrarse como una amenaza evidente, real, cruenta, para los que se atreven a reprocharle y más aún, si muestran su voluntad de oponérseles.
Para decirlo de una vez; ejercer la membresía del cuerpo político en una sociedad democrática permitiría reclamar y exigir los derechos a los que tenemos derechos, pero en nuestro país y desde hace dos décadas esas acciones que contrarían e indisponen a los dignatarios públicos parecieran tenerse como sedicentes y desde luego, plausibles de acciones no solo legales sino incluso generadoras de represalias contra la integridad física, material, moral de los temerarios críticos.
La política devino, pues, una sórdida provocación que distingue entre amigos y enemigos, que no entre agonales adversarios y produce aventuradas contingencias, derivando inclusive en la conculcación de las garantías básicas ciudadanas como el debido proceso, concluyendo en la negación del Estado de Derecho y en la privación de la más elemental seguridad jurídica. Cabe una frase que mi amigo Marcos Villasmil consignó en un artículo la semana pasada y atribuida a un presidente guatemalteco, pero que ilustra al venezolano quejumbroso de hoy en día: “Estamos jodidos todos ustedes”.
La ciudadanía ha sido criminalizada y el régimen degeneró hacia una autocracia perversa, ideologizada, militarizada y oclocrática, asistida además por un modelo que como un paradigma se nos ha venido imponiendo, el de la experiencia castrista en Cuba. En palabras y en actitudes han querido divinizar al averno.
Para hacerlo eficazmente, se mediatizó la institucionalidad, torciendo la justicia y su administración y se pervirtió la Fuerza Armada Nacional, otrora respetada y tenida como sostén del sistema democrático, hasta mutarla en un ente que se miente a sí mismo, medroso internamente, agresivo externamente y especialmente al servicio personal de los jefes y artífices del régimen. Dejó de servir a la nación cuando se convirtió en peón del orden de facto que nos sojuzga.
La violencia, la impunidad, paulatinamente acompañaron la gestión ideológica convertida en razón de estado y por esa vía, envileció definitivamente al establecimiento público que abandona su cualidad republicana y se torna simplemente, abusivo y dominador. Varios centenares de ciudadanos han sido ultimados por protestar sin armas como la Constitución autoriza y un velo recubre la comisión de hechos punibles que comprenden también públicas ejecuciones sumarias para llevar el miedo a todas las instancias.
Disuadir por las buenas o por las malas, cual tiranía, describe los usos regulares del usurpador que no se detuvo ni siquiera ante los militares que tampoco encontraron respeto a sus disensos de parte de ellos, persiguiéndolos, torturándolos y asesinándolos por permitirse reacciones, demandas o reuniones simplemente, para cuestionar la marcha de un país que ante sus ojos se muere cada día.
Sin partidos políticos o fracturados, anulados los mismos, algunos se les ha señalado de terroristas, sin gremios, sin sindicatos, sin colegios profesionales, con universidades asfixiadas han logrado imponer la apariencia de una hegemonía, defenestrando a placer los fundamentos constitucionales y legales y simulando lo contrario ante el mundo que, internacionalmente cada día los conoce más y los alinea con Corea del Norte, Rusia, Cuba, Irán y otros miembros de un club de países que no reconocen ni respetan ni las libertades, ni los demás derechos humanos ni la democracia constitucional de la que cínicamente se reclaman.
La avalancha de denuestos podría continuar pero, el objeto de la pregunta inicial nos exige disciplina y así, hemos de abordar lo que tenemos como realidad y las opciones que derivan.
A primera vista entonces, hay poco que podamos hacer. ¿Lo dejamos así conciudadano sin hacer nada? Se lee en las redes que una insurrección armada, una invasión orquestada por el norte, una acción militar del cada día menos nombrado Grupo de Lima, pero no se ve nada de eso y lo poquísimo que se ha visto ha tenido poca fortuna. Cabe una frase de Fernando Mires que retrata prístina la realidad venezolana: “Un régimen que se las da de revolucionario sin haberlo sido nunca y una oposición que se las da de insurreccional sin tener cómo serlo. Esa es la tragedia de Venezuela”.
Si hacemos, sería pacíficamente y a ratos incluso, estoicamente. No será fácil, cómodo, equilibrado, sino que supondrá una serie de acciones que acaben de cuajar eventualmente un arco de salida del laberinto. Con humildades franciscanas y conscientes de nuestro mérito, debemos avanzar en la reconquista de la soberanía, aprovechando cada resquicio, cada grieta, cada friso que la simulación y el ademán del hegemón permita. No se ve por lo pronto nada más que podamos hacer y si lo hubiere, seriamente, descúbranlo para que ese tesoro no se pierda. Evoco a Gabriel García Márquez y “nadie será recordado por sus pensamientos ocultos”.
Se oye decir en la calle que esta camarilla criminal no sale sino por la fuerza; pero, por lo visto, es menester ser más pacientes, persistentes, consistentes y regresar al camino electoral que nos permite exigir y lograr como pasó en 2015, una ocasión de victoria.
Enemigos hacemos al tener y defender una opinión nos enseñó también el león inglés, pero sostengo que mantener la conducta opositora constante, regular, sistémica a la larga paga y debemos hacerlo de esa manera.
Unidad a pesar de todo. Necesitamos una MUD, por así llamar a una plataforma nacional, unitaria y democrática. Sin organización no llegaremos a nada. Mantener la mayoría en la Asamblea Nacional o ampliarla es vital para recuperar o mantener vivas las opciones.
Lograr otro CNE que permita unos comicios supervisados y garantizados por testigos y veedores internacionales es fundamental. Llevarlos al único escenario en que podemos medirnos con racionales oportunidades de victoria debe ser el cometido.
Para eso hay que sentarse a negociar. Nos agrade o nos disguste, no veo otro contexto que nos permita obtener avances y al gobierno le conviene también hacerlo. Negociar es dar y a cambio recibir. De eso y no de otra cosa se trata.
Hace un par de días se consumó un acuerdo que permite disponer de insumos, asistencia, recursos para atender el covid-19, que temo está apenas mostrándose en nuestro país y que permite la activación de mecanismos administrados por la OPS. Saludo esa iniciativa que se dirige a la solución de una problemática que no estamos gestionando de la mejor forma. Saludo ese esfuerzo de Maduro y Guaidó.
Imagino que no es inocuo tener un criterio. Ojalá no se ponga en duda para ensayar una refutación, al menos mis buenas intenciones, pero quisiera que nuestra energía se dirigiera a encontrar el punto de apoyo donde la mayoría que somos mueva las cosas y no, distraernos en escaramuzas diarias, entre nosotros mismos. Decía Camus que había dos cosas en la vida irreparables, la torpeza y la estupidez. No incurramos a consciencia ni en la una ni en la otra. Pongámonos inteligentes, como se oye en el coloquio decir.
@nchittylaroche
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