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¿Qué fue del hombre nuevo?

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Todo proyecto socialista empieza con una utopía y termina con un fracaso. No existen excepciones a esta regla. Sin embargo, no todas las utopías se asemejan y no todos los fracasos son iguales. Una característica de la utopía socialista moderna, desde los tiempos de Marx, ha sido su opacidad. Son contados los textos en los que Marx, Lenin y otros dibujaron, siempre con parsimonia, cómo luciría el mundo ideal del comunismo. En esto la utopía socialista moderna se separa de los esfuerzos de algunos pensadores del Renacimiento, como Tomás Moro, Francis Bacon y Tomaso Campanella, quienes puntualizaron prolijamente sus visiones acerca del mundo deseable al que aspiraban.

En todo caso, una de las fórmulas que el proyecto socialista moderno ha manipulado, más bien como consigna que como concepto elaborado, ha sido la del hombre nuevo, frase que el Che Guevara hizo popular y que nuestros revolucionarios venezolanos, siempre propensos a sacrificar el presente en función de un futuro que jamás llega, adoptaron como estribillo. Ello ocurrió con Hugo Chávez, quien regularmente se refería al hombre nuevo como el destino de sus mejores empeños, y la bandera retórica ha continuado apareciendo en los pronunciamientos de sus sucesores.

Si bien ni Chávez ni sus herederos se han tomado el trabajo de definir, con alguna precisión, las características del tal hombre nuevo, es razonable deducir que se trata de un ser idealizado, ajeno al egoísmo, las limitaciones y pequeñeces propias de la naturaleza humana a través de la historia. Lo que en particular llama la atención del asunto es que, en la práctica, los experimentos socialistas que han enarbolado esa consigna como meta, y de modo particular los de Cuba y Venezuela, han generado un inmenso abismo entre los postulados teóricos y los resultados prácticos de sus acciones. La quimera anunciada contrasta de manera chocante con una repugnante realidad.

En efecto, tanto en Cuba como en Venezuela, el paso destructor del socialismo hace convivir la visión ingenua e infantil de la naturaleza humana, encarnada en sueños nunca concretados, con la más despiadada crueldad. El iluso panorama del rescate de la dignidad humana arroja en Cuba y Venezuela un rastro de torturas, persecuciones, arbitrariedad y siembra permanente del miedo y del odio, como instrumentos de desnudo dominio sobre cualquier disidencia. El castigo a las familias de los que se oponen y el ensañamiento contra personas inocentes, son parte esencial de los regímenes políticos cubano y venezolano, en los que la creación, la productividad, el pensamiento crítico y la solidaridad son sentidos como amenazas por los poderosos de turno.

El lenguaje del hombre nuevo chavista, encarnado en los que hablan en nombre de la presunta revolución liberadora y humanista, solo conoce términos asociados a la violencia, la amenaza, la guerra, el abuso y el hostigamiento hacia los que de un modo u otro evitan doblegarse. Los que optan por permanecer libres en sus conciencias son estigmatizados e insultados, y lejos de ser acogidos como hombres nuevos de un futuro mejor son deshumanizados como “gusanos” y “escuálidos”.

Al final de esta ruta lo que queda del socialismo es el miedo, un miedo generalizado del que no escapan los poderosos, que miran todo el tiempo a los lados y a sus espaldas, acosados por la sombra implacable de sus desmanes e injusticias. El imperio del miedo, un miedo que se expande de todos hacia todos y con respecto a todos, es el punto culminante de estas revoluciones, que acaban por matar en sí mismas todo rastro de humanismo.

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