“El entendimiento no puede intuir nada,
y la sensibilidad no puede pensar nada”
I. Kant
“La razón sin el entendimiento es nada;
el entendimiento sin la razón es algo”.
G.W.F. Hegel
En la filosofía clásica alemana, el término abstraktes Verständnis -en español, entendimiento abstracto-, fue introducido por Hegel como respuesta a la arquitectónica de la razón kantiana y al uso -y abuso- que de dicho término hiciera la Modernidad. Se trata de la instauración de una estructura cognoscitiva que, con el triunfo de la Ilustración, adquirió rasgos absolutistas, no solo en Europa sino -poco tiempo después- a nivel mundial. Sus presupuestos conceptuales son el resultado de la cópula histórica y cultural de las formas canonizadas de la escolástica medieval -y su particular modo de concebir la lógica aristotélica- con los dogmas de la fe judeocristiana. De modo que, por más que se pretenda negarlo, sus premisas provienen de la “teología filosofante”, como la llamara Hegel. Ya el joven Spinoza había exigido una necesaria reforma (emmendatio) del entendimiento. Y es que, en el núcleo de sus presupuestos, se anunciaba el nacimiento de la nueva racionalidad, esa que hoy, quiérase o no, gobierna en todo el planeta. Bastará con recordar algunos de los títulos famosos que lo promovieron, mientras más pretendían alejarse del modelo del logos medieval porque, via negationis, a medida que proponían su radical exclusión más se le aproximaban: Discurso del Método, de René Descartes; Ensayo sobre el entendimiento humano, de John Locke; Investigaciones sobre el entendimiento humano, de David Hume, Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, de Leibniz, la Enciclopedia, de Diderot, d’Alembert, Voltaire, Rousseau y Holbach, entre otros, y, por supuesto, la Crítica de la razón pura, del gran Immanuel Kant, especialmente en su segunda parte, relativa, como se sabe, a la lógica trascendental, el templo metafísico del entendimiento abstracto.
No es que el entendimiento no sea una importante determinación para el conocimiento y para el proceso del saber universal, porque, como observa Hegel, el entendimiento es algo, y un algo determinante y necesario, a pesar de las afirmaciones de Schelling. El problema se presenta cuando el entendimiento se confunde con la razón y pretende sustituirla. Sí, el entendimiento también es un usurpador, pero no solo del poder político sino de la totalidad de las más variadas y múltiples expresiones de la vida. Todo lo pone (setz), todo lo fija (satz), dado que esa es su función principal: reificar o cosificar en conceptos estáticos el devenir concreto de la realidad. La metáfora de la luz de la que se vale y con la que gusta identificarse desde tiempos remotos oculta su temor ante lo que desconoce, por lo que debe construir un mundo fenomenológicamente seguro y estable, sin imprevistos ni sobresaltos. Es el imperio doctrinario de las abstracciones, de la instrumentalización y esquematización de los “principios” de identidad, contradicción y tercero excluido. Pero, por eso mismo, para poder afirmarse, tiene la imperativa necesidad de negar. Sin saberlo, su afirmación se transforma en negación y la negación en su reflejo invertido, en el espectro de sí mismo. El temible lobo que saca por la puerta de su sólida, ordenada y segura casita de cerdito constructor se le termina colando inadvertidamente por la ventana. Quiere ocultar lo que no puede. Su rechazo de lo que interpreta como lo no verdadero es una proyección de su autoinversión. Y mientras más se afana en presentar sus mayores esfuerzos por preservar su positividad mayor es la fuerza con la que irrumpe su propia negación.
Muy por encima de los términos puestos y fijados por el entendimiento, el viejo y noble Nous (el acto de pensar) siempre lo descubre, lo sorprende y lo denuncia. El traje nuevo del Emperador, de Andersen, es la fiel representación del entendimiento abstracto, de su pompa vestida de desnudez. Su escolasticismo lo delata, aun rodeado de sus sofisticados enseres tecnológicos. Sus poses cientificistas lo conducen directamente a la fe. Como afirmaba Hegel, la filosofía de la reflexión termina en el peor de los dogmatismos religiosos. Es la Izquierda que exhibe sus peores caracteres fascistas. Es la derecha que transgrede sus propios límites para devenir populismo. Es el muro de Berlín que no termina de caer, elevado a categoría y disciplina de la cotidianidad. Es la democracia burlada que promueve la dictadura. La industria farmacéutica o alimentaria que, lejos de curar o nutrir, administra un silencioso pero gigantesco genocidio. El machote que inflige golpizas a las mujeres para esconder sus atormentadas debilidades femeninas. El movimiento feminista que oculta el peor de los machismos. Un sistema de “redes sociales” que promueve la desocialización, el aislamiento y la incomunicación. Un sistema de información que premeditada y alevosamente fomenta la inmediatez, lo espurio y la estulticia. El mayor logro tecnológico del presente, la Artificial Intelligence, muestra sin pudor las costuras de la idiotez. (Hey, wake up! The Big Brother just is here!). El globalizador que se niega a reconocer las autonomías regionales. El independentista regional que no logra comprender el valor del cosmopolitismo. El político que se ha hecho gánster. El gánster que se ha hecho político. En fin, la fijación exacerbada por el fanatismo y el maniqueísmo. El imperio del entendimiento abstracto ha roto los sutiles diques que aún contenían la liquidez, ya denunciada por Bauman, para provocar este diluvio del presente. Descartes exigía “claridad y distinción”, y he aquí la ceguera causada por tanta claridad y el fanatismo desbordado por tanta distinción. Les extrêmes se touchent.
El entendimiento abstracto ha dejado de ser algo para transmutarse en demasiado, usurpando el lugar de la razón y, todavía más, el del saber absoluto. Es la paradoja de toda racionalidad instrumental. Su pretensión de controlarlo todo lo ha hecho perder el control, mientras incita a la entera humanidad a lanzarse por el abismo y sumergirse en la noche de la locura. Y a pesar de todo, no se pretende negar sus indiscutibles méritos, porque la certeza tiene valor, aunque no sea la verdad. Las sociedades requieren de arqueólogos y enterradores, de disecadores y momificadores, así como de camposantos, templos y museos. A pesar de todo, la vida está llena de “momentos Kodak” o, en todo caso, de selfies. Más bien, se trata de la cuestión de zapatero a su zapato, como reza el adagio. Disecar es una cosa (importante), pero hacer de la disección un modelo, una norma de vida y una religión, ya es otra cosa.
@jrherreraucv
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