“El espasmo de esperanza y miedo pasó instantáneamente, en cuanto la fría lógica reemplazó a la emoción”. Stanley Kubrick, 2001, Odisea en el espacio
Desde que James Cartell engendró su “movimiento del test” y echó las bases para la construcción del “templo de la psicología experimental”, sin tener plena conciencia de las consecuencias de aquella formulación, terminaría por imprimir una huella indeleble no solo en los estudios sociales sino en toda la cultura estadounidense, cuyas bases levantan su estructura sobre el fordismo corporativo. Hoy las extremidades de su “test” se extienden no solo por el sistema educativo en general sino por todas las redes sociales, y son la premisa lógica y metodológica de la llamada “inteligencia artificial” que ya comienza a dar los primeros frutos de lo que le aguarda a la humanidad. Buena parte de sus académicos están convencidos, pie juntillas, de que la ideología es un sistema de ideas, de valores y creencias que, la mayor parte de las veces, poco o casi nada tiene que ver con las llamadas “condiciones materiales de existencia”.
Carlo Cattaneo no era, precisamente, un pensador dialéctico. Más bien, en el fondo, se podría afirmar que abrazaba tendencias conceptuales cercanas al positivismo. Pero, a diferencia de la cultura estadounidense, Italia nutre -y se nutre- de historicidad. No del Historismus, propio de las “ciencias del espíritu” germánicas, sino del storicismo de Vico que, no sin paciencia, ha sido cultivado por años, con la misma devoción y fervor con la que se cultivan los viñedos y los olivos bajo el sol y la brisa del Mediterráneo. Decía Cattaneo que “la común naturaleza humana” viene a ser profundamente transformada por las más diversas instituciones sociales dentro de las cuales se desarrolla la vida social, y que no es posible distinguir el carácter universal de la naturaleza humana de lo contingente si no a través del estudio de las experiencias recorridas por el mayor número posible de las más diversas formaciones sociales, desde las más rústicas hasta las más avanzadas. Siguiendo a Vico, sostenía que el curso de la civilización no es lineal, porque junto al curso histórico siempre es posible el ricorso que, por cierto, ni es lineal ni es idéntico. Y es justo en este aspecto que las ideologías presentan para él una actuación de primer orden. Algo de Cattaneo -quizá mucho más de lo que la vulgata presume- puede hallarse en Antonio Gramsci, uno de los más agudos intérpretes contemporáneos de la ideología.
Gramsci, lector de Vico y Hegel, relabora la concepción de la ideología de Marx con extraordinario ingenio, muy por encima de las simplicidades -por cierto, ideológicas- esparcidas por los andamiajes doctrinarios de los textos de Althusser, cuyo único aporte genuino e incontestable consistió en señalar a Spinoza como el primer crítico de la ideología.
Ideenkleid o “vestido de ideas”, es el modo como Marx define a los ideólogos alemanes de su tiempo. Se trata de una acepción del concepto de ideología que implica la representación que recubre y justifica la realidad existente, de tal modo que, al decir de Spinoza, “la apariencia oculta la esencia”. En este punto, en medio de una era de “pecaminosidad consumada” -al decir de Hölderlin-, Hollywood ha sido el mejor aliado. Pero más allá de los llamados “ideólogos”, en la obra de Gramsci la ideología tiende a identificarse con la expresión Weltanschauung, es decir, literalmente, con una “visión del mundo”. No se trata, en este caso, del sentido estrictamente académico del término sino, como observa el filósofo italiano, de una visión “ocasional y disgregada” de la realidad, que bien pudiera contener tanto “elementos del hombre de las cavernas” como de los “principios de la ciencia moderna y avanzada”, los “prejuicios de las etapas históricas pasadas, groseramente localistas”, junto a las “intuiciones de una filosofía del porvenir”. “Es preciso -en consecuencia- examinar históricamente cómo el concepto de Ideología, de “ciencia de las ideas”, ha pasado a significar un determinado sistema de ideas”. De ahí que sea imprescindible “distinguir entre las ideologías históricamente orgánicas”, necesarias para la formación de determinada estructura política y social, y las “ideologías arbitrarias”, superficiales y de mera circunstancia. Las primeras son “históricamente necesarias”, “organizan las masas humanas, forman el terreno en medio del cual se mueven los hombres, adquieren conciencia de su posición, luchan, etc”. Las segundas “no crean más que “movimientos” individuales, polémicas, etc.”.
En este sentido, la de Gramsci es una interpretación crítica e histórica del concepto de ideología, que logra poner al descubierto no solo su uso convencional y aparentemente “neutro”, sino también su uso toscamente polémico y abstractamente negativo, característico de las presuposiciones empiristas y enciclopedistas que desebocaron en la doctrina positivista. Y es que, en el fondo, ambas interpretaciones coinciden, se identifican, toda vez que portan signos recíprocamente opuestos. Gramsci se propone la “superación y conservación”, a un tiempo, de estos puntos de vista. Comprende por ideología una relación histórica -determinante y necesaria- que resulta ser la expresión concreta de una “visión del mundo” que logra adecuarse con los intereses, anhelos y valores de la base real de la sociedad, formando un “bloque histórico”. En una expresión, se trata de la constitución de una “ideología orgánica”. Cuando las ideologías no son más un conjunto de elucubraciones individuales, de flatus vocis, sino la fuerza unificante, real y verdadera, que hace posible el reconocimiento de los diversos intereses sociales y políticos, ella constituye la adecuación efectiva de una nueva organización de la sociedad.
La pregunta que conviene hacerse en estos tiempos de crisis orgánica, tiempos que parecen estar signados por la barbarie retornada, es si los regímenes totalitarios, dictatoriales y gansteriles que llevan la voz cantante contra Occidente, son portadores de una ideología. Se podría decir que sí, solo que en ellas están presentes los elementos más diversos e, incluso, incompatibles: desde “los elementos del hombre de las cavernas”, a los que hace referencia Gramsci, hasta las más estrambóticas mixturas religiosas y políticas, cuyo único punto de encuentro es, justamente, el creciente rencor contra la civilización occidental. Bañadas por el barniz de la sublimidad, ocultan sus verdaderos intereses. De riqueza, poder y sensualidad hablaba Spinoza para quienes, víctimas de una ideología arbitraria, preferían, por indisculpable barbarie, sacrificar su propia vida con tal de no reconocer ni al verdadero bien ni, mucho menos, al bien supremo. Tarde o temprano, la historia viva dará cuenta de sus ficciones.
@jrherreraucv