La Historia sería un individual registro de hipotéticos hechos. Pero, las definiciones deben fundamentarse. No podemos presumir para luego definir. Investigamos, procesamos datos, los sometemos a pruebas de autenticidad y, más tarde, fijamos un concepto. Honro la verdad cuando afirmo que la Historia es [también] una arbitraria acumulación de acaecimientos improbables, prolija en maquillajes. El primer historiador que divulgan las Redes de Disociados: Heródoto o Herodoto (Halicarnaso, c. 484 a.C. – Turios?, c. 426 a.C.) https://www.edaf.net/autor/herodoto/
Siempre he pensado que jamás la historia podría asumirse cual «disciplina científica». Sencillamente, porque es –a mi juicio– un «caprichoso» e «individual» registro de acaecimientos. Los historiadores, por tanto, se aproximan más a los hacedores de literatura que a los hombres de ciencia.
Hechos, interpretaciones
Quien se dedica a escribir sobre los sucesos que juzga trascendentales sabe, perfectamente, hasta qué punto es subjetiva su exposición: «fidedigna» transcripción de lo «incidental».
Pero, ¿cómo debe el humanista codificar los sucesos trascendentales y dignos de ser conocidos [en el futuro] mediante sus crónicas o ensayos? ¿Acaso censurándolos? ¿Es «válido» y «científico» anteponer principios morales a su redacción?
Por muy buenas que parezcan sus intenciones, los historiadores suelen ser frágiles exponentes de hechos que les impactan o conmueven a un gran número de habitantes del mundo. Más serios lucen quienes desestiman elementos que solo a ellos impresionan, por supuesto. Pero, igual parecen poco severos los que sopesan los sucesos conforme a sus adhesiones ideológicas.
Lo cierto es que alrededor de esa disciplina se teje toda clase de marañas. En el mundo [por] moderno, prosperan los historiadores de mercenariado o palangre: oficializados, mediatizados: frente a los cuales sobreviven los auténticos profesionales de la Historia, que sirven a universidades o empresas privadas.
Aunque hoy muchos promueven la idea que la Historia sea reconocida como una «ciencia», nunca podría –de facto– decretarse. Inclusive, los sucesos que se hacen públicos y que alcanzan periodística difusión no siempre reflejan la realidad «aparencial». Cuando no los vuelven imperceptibles personas expertas en camuflajes, son maquillados por los gobernantes de acuerdo con sus necesidades políticas.
Algunos eminentes han pretendido establecer que la Historia consiste «en la compilación de la mayor cantidad posible de datos irrefutables y objetivos» [Edward Hallett CARR en: ¿Qué es la Historia? Seix Barral, S. A., Barcelona, España, p. 20] https://www.tiposinfames.com/libros/que-es-la-historia/21578/
Entre los científicos, nada puede ser tenido por irrefutable. Si ellos –que tiempo atrás desecharon a los empiristas– sostienen la falibilidad de ciertas teorías, ¿qué argumentos blandiríamos los humanistas para infundir aires de inobjetable a cualquier dato histórico?
La Historia y los avances en materia de comunicación
Pululan quienes, ingenuamente, aseguran que las filmaciones representan pruebas irrefutables de la veracidad de unos hechos. Aparte que existe la simulación [que puede igualmente filmarse], abundan técnicas para elaborar montajes fílmicos. Ningún historiador auténtico documentaría sus afirmaciones con películas.
Los avances en materia comunicacional no dotan al historiador de mejores instrumentos de trabajo; lo vuelven más débil e inseguro. Filmaciones «en vivo» y «vía satélite», textos transmitidos por «fax», «tabletas», «celulares» o «equipos digitalizados de fotografía»; todos, digo, son elementos que no deberían tomarse cual incuestionable documentación para una persona severamente dedicada a la Historia. Las Redes de Disociados son el epitafio de esa disciplina.
Si presumimos que ningún hombre está exento de caer en la tentación de redactar –acomodaticiamente– cualquier suceso juzgable trascendental, la Historia sería un individual registro de hipotéticos hechos. Pero las definiciones deben fundamentarse.
¿Para qué sirve la Historia?
La interrogante por mí empleada como intertítulo es, sin dudas, baladí. Previo y profesoral ritual, suele formularse a los que se inician en el estudio de la Historia.
Pese a que no es «científica», pienso que la mencionada disciplina si orienta un poco a los seres humanos. Al centro de profusas informaciones, algo sería rigurosamente cierto. Por ejemplo: lo que se ha escrito sobre Bolívar, aun pareciendo fantástico, ilumina lo que fueron aquellos tiempos de combates contra el Imperio Español.
La admiración y el odio que inspiraba Simón Bolívar precipitaron múltiples e históricas versiones respecto a lo que fue su existencia, pensamiento y acción. Pero, fue (mortal) hombre y dirigió regimientos.
Simultáneamente, es indiscutible y no «probable». Los testigos presenciales ya entraron a la muerte. Las cartas y legados escriturales del «Libertador» nos hacen presumir, una vez más, que vivió.
La Historia, aun la fabulada, sirve. Nos entretiene o advierte. Nos pone atentos. Nos invita a imaginar un inatrapable y desconocido mundo. También sirven la literatura, el cine, la política. Todas, disciplinas que satisfacen apetencias intelectuales.
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