Dibujo manuscrito de Santrich para el capo de la mafia mexicana Rafael Caro
El Marco Jurídico para la Paz fue un hecho legislativo que instauró los injustos instrumentos para la firma del pacto Santos-FARC, con el camelo que, tras la desmovilización de una parte de la banda armada, se garantizaría a sus víctimas saber la verdad, recibir reparación y garantía de no repetición. Con 70 votos de un congreso salpicado con los sobornos de Santos a los padres de la patria del liberalismo gayvirista, el Partido de la U del voltearepas Roy Barreras, el Partido Conservador de Hernán Andrade, socio del Cartel de la Toga, Cambio Radical de Vargas Lleras y los mamertoides Polo Democrático y Verdes, el padre Sergio Jaramillo, titulado alto comisionado para la paz, escupió otra de sus mentiras: «Este sistema de constitucionalidad no solo permitirá saber quién es el responsable, sino conocer qué pasó, saber la verdad y contribuir a la no repetición».
La verdad oculta en la manga del que nadie sabe hoy, a ciencia cierta, en qué compañías anduvo durante más de tres décadas en Europa, luego de haber pasado la juventud en un Canadá de extrañados comunistas, fue declarar delitos conexos a la política los crímenes de lesa humanidad y narcotráfico, y la invención de un tribunal, llamado JEP, para encarcelar a los enemigos de las FARC y el santismo y arrodillar a las Fuerzas Armadas, como es evidente estos días. Los criminales más crueles que ha tenido Colombia están en el Parlamento, incluso uno de ellos pedido en extradición por narcotráfico, y no pagarán un solo día de cárcel, sino que pasarán el resto de sus días barriendo el portal de sus mansiones y cobrando por ventanilla su pensión de convictos.
Diploma de Santrich como representante a Cámara de Colombia
Ese Marco Jurídico para la Paz fue votado por un Congreso que presidia el hijo de César Gaviria, sobrino de su tío Juan Carlos, gran contratista de las casas gratis de Santos, el joven Simón, el mismo que hizo aprobar una reforma a la justicia sin haberla leído, el 14 de junio de 2012. Al día siguiente, para celebrarlo, a las 11:10 de la mañana, la Columna Móvil Teófilo Forero puso una bomba lapa en la camioneta donde viajaba el doctor Fernando Londoño Hoyos, uno de los más eficientes críticos del gobierno de Juan Manuel Santos y la banda armada. Se sabe que la Teófilo Forero invirtió unos 1.000 millones de pesos en el atentado contra el ministro de Uribe Vélez. En el colmo de la contumelia, Santos ordenó a su correveidile vallecaucano, el seudoministro Federico Rengifo Vélez, a quien premió por su indignidad con cinco años como embajador en París, con la sangre todavía destilando del cuello de la víctima, presionar la votación de la reforma constitucional que favorecía a la banda criminal de las FARC, diciendo al Congreso: “Creo que este es un acto que debemos reforzar precisamente para no hacer caso a los terroristas”.
Miguel Gómez Martínez, sobrino de Álvaro Gómez, asesinado por la mafia del narcotráfico para favorecer el gobierno de Ernesto Samper, dijo en el recinto que el atentado contra la vida de Fernando Londoño mostraba cómo allí habían amigos de la subversión, y era inadmisible que se tendiera la mano a unos asesinos cuyas respuestas a los gestos de paz eran las bombas y los muertos: “Yo creo que no están dadas las condiciones para la discusión del marco para la paz; yo creo que el Congreso tiene que ser consecuente y yo creo que este ni es el ambiente y es algo para reflexionar si este país necesita ese marco”. Y el senador Uribe repetía: “El marco para la paz vuelve elegibles a cargos y corporaciones a los cabecillas de las FARC, enorme daño a la democracia”. La Teófilo Forero, comandada por el hoy protegido por la JEP Hernán Darío Velásquez, alias el Paisa, es acusada de los asaltos al edificio Miraflores de Neiva, el asesinato de la familia de Diego Turbay Cote, Jaime Lozada, Liliana Gaviria, Luis Francisco Cuellar, los policías de Doncello, Rafael Bustos, Francisco Cuellar, los atentados al Club El Nogal y más de uno a Álvaro Uribe Vélez, a la Zona Rosa de Bogotá, la Casa Bomba de Neiva, las masacres de los concejales de Puerto Rico, de Rivera, los secuestros de los aviones de Aires, de Consuelo González, de tres contratistas norteamericanos, de los diputados del Valle del Cauca, el concejal Armando Acuña, etc., etc.
La reforma a la Constitución que introdujo el Marco Jurídico para la Paz de Santos estableció las condiciones centrales para que la camarilla del traidor pudiese pactar con los narcotraficantes más poderosos que ha tenido la república, superando las que recibió Pablo Escobar, que a todas vistas, hoy, resulta un pata hinchado, con los beneficios otorgados a los miembros del sanedrín de la banda, llevándose por delante la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos al pretermitir las obligaciones de perseguir penalmente los crímenes internacionales; los bajos niveles al principio de complementariedad con investigaciones no judiciales y los beneficios y aquiescencias sin retribución alguna a los llamados desmovilizados. No olvidemos que el pacto Santos-FARC reformó los criterios básicos con que se debe juzgar a los máximos responsables ignorando claramente, para el caso de los militares, que los mandos medios no serán culpables sino los mandos superiores y para la banda criminal, todos los crímenes serán juzgados como un asunto colectivo de la pandilla, haciendo la vista gorda a las responsabilidades que les caben, sin duda, con las facciones que siguen haciendo la guerra contra el Estado y sembrando y procesando coca.
El Congreso de Colombia rechaza la presencia de Santrich el 12 de junio de 2019
Y es aquí donde Jesús Santrich pasa de ser un criminal de lesa humanidad a convertirse en el Jesús de Nazaret del pacto Santos-FARC. No olvidemos que el Caifás de los acontecimientos del 9 de abril de 2018, setenta años justos del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, fue el fiscal Néstor Humberto Martínez y, Juan Manuel Santos, nuestro permanente Poncio Pilatos, que sigue lavándose las manos para no mancharse con la sangre de esta nación.
Ese día el fiscal general sostuvo “Tenemos copiosas pruebas de un acuerdo para exportar 10 toneladas de cocaína hacia Estados Unidos con un precio en el mercado local de 320 millones de dólares», y Santos, con la boca macilenta por el dolor que le causan los implantes dentales: «Si con pruebas hay lugar a la extradición, no me temblará la mano para autorizarla». El juez del Distrito Sur de Nueva York pide para su delito cadena perpetua. Según la documentación facilitada por la Fiscalía, Santrich hace parte de una red que llevaría delinquiendo desde junio de 2017, seis meses después del acuerdo final de paz del 1 de diciembre de 2016, por lo que no tendría acceso a los beneficios judiciales aunque se haya acogido al proceso de paz y firmado las actas para someterse al mismo.
El Indictment pide también en extradición a Marlon Marín, sobrino de Iván Márquez, ya convertido en su principal acusador, junto a Armando Gómez España, alias el Doctor y Fabio Younes, “todos” ex combatientes de las FARC. El Doctor merece el detalle: es el padre de Miss Colombia 1993, presentadora de W Radio, protagonista de la serie televisiva La viuda de la mafia, y estuvo casada con Jaime, “el Sánchez Cristo de la rumba”. El Doctor fue directivo de Cali Hoteles, una empresa vinculada al Cartel de Cali en la figura de su presidente, Eduardo Gil Rodríguez, hijo de uno de los capos. Se comenta que su hija perdió la corona mundial de la belleza al descubrir Donald Trump que la mafia caleña aportaba dinero para esa conquista, y ha sido acusado de porte ilegal de armas, fabricante de falsos taxímetros, de numerosos edificios, uno de los cuales lleva el nombre de su hija, de hurto, falso testimonio, amenazas de muerte, etc.
Santrich, según expresan en secreto los miembros del Secretariado de las FARC, es su mesías. Por algo fue, junto al padre Sergio Jaramillo, el arquitecto del pacto Santos-FARC. Documento que, para ellos, la banda criminal, parte en dos la historia de Colombia en este siglo.
Santrich es un pájaro, ciertamente, raro. Un iluminado que sufre de atrofia óptica de Leber y va por el mundo disfrazado de Yasser Arafat: la kufiyya, que introdujo en la alta costura el modisto francés Nicolás Ghesquière, de la casa Balenciaga; unas sandalias Tres Puntá marca Vélez, pantalón blanco liqui-liqui y chacabana dominicana. Se llama Seuxis, en honor de un pintor nacido en Heraclea que tenía en poca estima las opiniones de la gente del común sobre el arte, “porque elogia los asuntos pero ignoran los detalles de las composiciones”, y Paucias, otro de Sición, que en el siglo IV antes de nuestra era decoraba techos de mansiones y puttis, niños desnudos y alados, suerte de querubines o amorcillos y, de adehala, era muy afecto a la pintura pornográfica, en especial de su seducida, la vendedora de coronas de flores Glícera. Convertido en bandido, durante los 31 años que estuvo en el monte se colocó el apodo de Jesús Santrich, para recordar a un muerto durante una riña con unos “tiras” del DAS. Ahora que es representante a la Cámara ha vuelto a llamarse con los nombres de los pintores.
El verdadero Jesús Santrich se ganaba la vida haciendo afiches para el Partido Comunista y la Juco, a la cual pertenecía desde el bachillerato. Aun cuando estudió biología, la militancia en la Juventud Comunista lo llevó a la Social Bacanería: al ron, la poesía de Benedetti y las mujeres chéveres, mientras vivía con una tía anciana y su madre se desempeñaba como criada en las casas de los ricos de Caracas. Mamador de gallo y parrandero, la medianoche de un fin de semana de 1990 varios agentes del DAS, que habían sido expulsados de un bar por estar borrachos amenazando a la gente con las armas de dotación, ingresaron a un restaurante frente a la universidad del Atlántico y luego de tropezar con el verdadero Santrich, uno de ellos entró en cólera, sacó el revólver y comenzó a disparar, hiriendo de muerte al pintor gracioso. De inmediato, los miembros del Partido Comunista dijeron que había sido asesinado como parte del plan de exterminio de la Unión Patriótica. Un año después el agente fue destituido y condenado por el homicidio.
El ministro Fernando Londoño Hoyos después del atentado perpetrado por el Paisa, cabecilla de la Columna Teófilo Forero de las FARC
Desde entonces el doble Santrich hizo parte del Bloque Caribe de las FARC, 1.200 hombres y mujeres en armas comandados por Iván Márquez; Hermilio Cabrera, alias Bertulfo; Abelardo Caicedo, alias Solis Almeida y Seuxis Paucias. El conjunto tenía 5 frentes y una compañía móvil, poseía inmensas caletas de insumos para producir pasta de coca, extensos sembrados de la planta en Dibulla, laboratorios en Codazzi, Pailitas y La Paz y bodegas de coca en El Carmen de Bolívar y Sincelejo. Hay pruebas de que fueron protegidos por Hugo Chávez y en la actualidad la reciben de Nicolás Maduro.
La Serranía de San Lucas, los Montes de María, Ovejas, Colosó y San Jacinto eran azotados por este bloque que impedía la movilización de las gentes hacia Cartagena de Indias, Barranquilla y Santa Marta, sometidas a secuestros, pescas milagrosas, quema de automotores, atentados a estaciones de policías y peajes, reclutamiento de niños y destrucción de estructuras de energía.
Santrich era el encargado de las comunicaciones y propaganda clandestinas de la banda en emisoras de la Cadena Radial Bolivariana como La Voz de la Resistencia, que surgió luego de la VIII Conferencia de las FARC en 1993. Convertido en uno de los ideólogos más atendidos, alias Iván Márquez lo llevaría a la mesa de La Habana donde trabajó al lado del representante del gobierno, el arcano Sergio Jaramillo, de quien apenas sabemos es doctor en latín macarrónico, griego micénico y ruso autoglotónico. Su aparición en la prensa mundial se dio en Oslo en octubre de 2012, 120 días después del atentado contra el doctor Fernando Londoño Hoyos, cuando desfilando al lado de verdugos como alias Ricardo Téllez, alias Andrés París y alias Marcos Calarcá, al ser interrogado por la prensa internacional, si la banda repararía y pediría perdón a los miles de víctimas del terror farcsiano, muerto de la risa y cinismo dijo, repitiendo el estribillo de una canción del cubano Oswaldo Farrés: quizás, quizás, quizás. Santrich es uno de los tres representantes de las FARC en la comisión encargada de verificar la implementación de los acuerdos y uno de los beneficiarios de los 10 escaños que la caterva pactó con Santos con independencia de los votos que obtuvieran en las elecciones de marzo de 2018.
Jesús Santrich es un Illuminati. Como Kirillov, Shatov o Lizaveta Tushina, los personajes de Dostoievski, ha dedicado su vida a una sola causa y no sabe vivir sin entregarse en cuerpo y alma a ella. Es un activista y soñador devorado por su pasión política: destruir el Estado colombiano y acabar con el Ejército. Como iluminado solo se escucha a sí mismo y cree estar en posesión de una verdad que nada ni nadie podrá jamás derrotar. Una verdad que hará libre a los colombianos así haya que sacrificar a todo el mundo, a quienes ofrece una libertad que solo él sabe dónde reside.
Lector de hagiografías de mártires y conjurados, para enfrentar las equivocaciones de su destino ha decidido portarse ideológicamente como Castro y Milosevic, y practicar el ejemplo del terrorista irlandés que llevó consigo a la muerte a diez más de sus conmilitones. Capturado el 9 de abril de 2018, Santrich inició una huelga de hambre en la cárcel La Picota de Bogotá, donde al día siguiente los burócratas de Naciones Unidas, que han recibido del gobierno de Juan Manuel Santos más de 2 billones de pesos como cuota inicial para su ascenso a la Secretaría General del organismo, hizo un llamado “a las instituciones del Estado a evaluar los acontecimientos actuales con el mayor discernimiento, teniendo en cuenta que las decisiones que se tomen tendrán consecuencias profundas para el proceso de paz”. A renglón seguido las FARC declararon que estaban transitando por el terreno pantanoso de la perfidia y los empujaban al abismo de un acuerdo de paz fallido, ante lo que Santrich afirmó: «En esta hora y sabiendo que hay asuntos de orden irreversible, ofrendo mi vida porque Colombia tenga un futuro mejor».
Jesús Santrich en compañía del verdadero capo de las FARC y el Proceso de Paz, el senador guerrillero Pablo Catatumbo
No habían transcurrido dos semanas de la detención del bandido y un Comité Danés de la Esperanza le concedió un premio por la paz de 50.000 coronas. A finales de abril lo llevaron a una clínica por causa de la huelga de hambre, pero allí concedió entrevistas a la prensa internacional, ofreciendo volver a comer si no lo regresaban a La Picota, cosa que le concedieron llevándole, con la protección de la Conferencia Episcopal, a una casa de reposo donde la ONU procedió a atenderle “como lo pedía”. Un año tardó la JEP en opinar que no lo iban a extraditar y exigieron dejarlo en libertad, providencia por la cual renunciaron el fiscal y la vicefiscal de la nación, sosteniendo que la medida rompía las garantías procesales al ignorar las pruebas conferidas por los jueces norteamericanos y la misma Fiscalía, todo, atentando contra la república. Tres días después fue liberado, pero inmediatamente fue devuelto a la prisión acusado de narcotráfico y concierto para delinquir. Al final, los últimos días de mayo de 2019, la Acreditada Corte Suprema de Justicia, cuya Sala Penal preside un magistrado acusado ante el Senado y sin visa para ingresar a Estados Unidos, ordenó su liberación definitiva sosteniendo que tiene fuero como representante a la Cámara y que los que los detuvieron no tenían potestad para hacerlo. El 12 de junio hizo su entrada triunfal al Congreso y arremetió contra el presidente de la república.
“Presidente Duque, no le mienta más al país –dijo el matrero. El problema real de la mayoría de los colombianos no es ‘Jesús Santrich’, mi extradición tan anhelada por usted no resuelve el flagelo del desempleo que en su gobierno llegó nuevamente a dos dígitos y que azota a millones de familias, haciendo más grave aún este padecimiento para mujeres y jóvenes, que duplican el promedio nacional de desocupación. Mi presidio no supera el estancamiento de la economía que ya señala hasta el Banco de la República, pese a la censura de su ministro de Hacienda”.
Ahora el acusador es él. Como Fidel Castro durante el juicio por el asalto al Cuartel Moncada, donde las fuerzas de Batista asesinaron a 55 de los combatientes, y Slobodan Milosevic, ante el tribunal de La Haya que lo acusaba de 66 crímenes de lesa humanidad en Kosovo, el gobierno y el Estado colombianos son los culpables de que él sea un criminal de guerra y un narcotraficante. Y como Roibeárd Gearóid Ó Seachnasaigh, ha prometido suicidarse antes de permitir ser extraditado a Estados Unidos.
Cosa que sin duda no sucederá. La Corte Suprema de Justicia colombiana tiene mucho miedo a las FARC, porque el verdadero capo de capos, Pablo Catatumbo, les tiene pisada la cola, a ellos y a los hermanos Santos, que harán lo posible para que Santrich no cante en Estados Unidos, sino que sea bendecido por su silencio por la JEP. La verdad de las víctimas, es decir de las FARC, prima sobre los compromisos internacionales de la nación. Somos los colombianos los culpables de que ellos hayan delinquido. Las Fuerzas Armadas deben ser declaradas enemigas de la paz y sometidas a su obediencia.
El almuerzo anuncia la comida. El día que Santrich llegó al Congreso, un representante, hijo de uno de los diputados secuestrados y asesinados por la banda criminal, procedió a saludarlo de mano y luego, con lágrimas en los ojos, imploró a Colombia perdonarlo. Por la plata baila el perro.