OPINIÓN

¿Qué es el anarquismo?

por Ernesto Andrés Fuenmayor Ernesto Andrés Fuenmayor

Dar una definición precisa de términos en filosofía política y social no el algo fácil, ya que estos son sumamente abstractos y, dependiendo del contexto histórico al que nos estemos refiriendo, sus características varían.

Basta con intentar definir un concepto como el socialismo. ¿Se puede hablar de socialismo si el Estado se apodera de los medios de producción, aunque no se incluya a los trabajadores en la toma de decisiones y la distribución de poder? ¿Cuánta planificación estatal tiene que haber? ¿Debe ser pública, colectiva o cooperativa? ¿Vamos a definir con la misma palabra al Estado inca y al Estado soviético? Hay un espectro de posibles definiciones, una complejidad inherente a las infinitas cualidades que el mundo social puede tener.

Una de las filosofías político-sociales más antiguas que existen es el anarquismo. Es imposible dar una fecha exacta acerca de su concepción, pero el primer pensador del cual tenemos registro al que podríamos describir como anarquista es Lao Tsé, un filósofo chino que vivió alrededor del siglo IV. a.C.

Sus ideas rechazaban cualquier forma de autoridad religiosa y estatal, haciendo hincapié en la necesidad de que el individuo tiene que vivir en armonía con la “naturaleza”, siendo este concepto de “naturaleza“ arbitrariamente definido por Lao Tsé. Lo cierto es que se rehusó de una manera históricamente verificable a aceptar autoridades impuestas al individuo, y con ello articuló la esencia de la filosofía que más adelante sería definida como anarquismo. La palabra como tal es posterior, viene del griego y etimológicamente significa “aquello desprovisto de origen y principio director”.

El concepto describe, en esencia, un rechazo a cualquier autoridad que restrinja el libre desarrollo del potencial humano en sus expresiones individuales y colectivas. Esto quiere decir que cualquier entidad que exista en forma de autoridad debe justificarse a si misma, evidenciar su papel en el progreso de lo social, o de otra manera es ilegítima. El anarquista sería aquel que cuestione a las entidades que lo rodean: busca identificar estructuras jerárquicas ilegítimas para luego exigirles que se justifiquen.

Dicha definición tiene limitaciones obvias. ¿Cuál es el verdadero potencial humano? ¿Qué instituciones son necesarias para acercarse a él? ¿Cómo debemos expresar nuestro rechazo a la autoridad ilegítima? Las diferentes respuestas a estas y otras preguntas han dado pie a incontables tendencias que pueden ser definidas como anarquistas: algunas priorizan lo colectivo y otras lo individual, algunas son pacíficas y otras violentas.

Algunas buscan la aniquilación de toda autoridad institucional, sin importar el papel que estén desempeñando en un momento determinado. Es decir, el individuo tendría que rehusarse a cualquier forma de subordinación, pues toda relación de esta naturaleza es intrínsecamente negativa y debe ser eliminada. Y es que la pregunta de cuándo una autoridad es ilegítima es la primera que se debe responder, es la que define como ninguna otra el tipo de anarquismo que se está postulando. Aquí hay un espectro de posibles respuestas que empiezan con el “siempre son ilegítimas”, pero que por definición no pueden llegar al “nunca son ilegítimas”.

La controversia es amplia y demuestra, irónicamente, la dificultad de llegar a un consenso sin un ente mediador, es decir, una autoridad que se justifique a si misma como facilitadora de acuerdos y puntos medios.

Dijo Jorge Luis Borges: “Ojalá algún día merezcamos no tener ningún gobierno”. Y cuánta razón tenía. ¿Quién se puede imaginar un mejor futuro que el de la búsqueda colectiva de la felicidad, en donde los individuos alcanzan su potencial sin hacer daño a nadie, sin ningún tipo de restricciones institucionales? Difícilmente conseguiríamos a alguien que rechace esta idea en principio. Pero los asuntos humanos son engorrosos, y el camino de la teoría a la práctica es largo y se bifurca.

Sea como sea, es difícil imaginar una mejor aspiración colectiva que la anarquista. A nivel individual nos da un objetivo: apliquemos el pensamiento crítico a las estructuras jerárquicas que nos rodean. Con cambios en el consumo, el lenguaje o la alimentación se toma el primer paso disruptivo. También está el activismo organizado, con un potencial inconmensurable. Lo cierto es que si no empezamos a cuestionarnos legitimidades, vamos a reproducir el status quo ciegamente, con todas sus estructuras ilegítimas y retrógradas.

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