No basta solo con no hacerle caso a las rabietas de Maduro por los inconvenientes que afronta en estos tiempos. No le devuelven el avión iraní con bandera venezolana retenido en Argentina, un país donde los jueces enjuician a Cristina Kirchner; Maduro, sin embargo, esperaba que su amigo -correligionario- Alberto Fernández le regresara inmediatamente el aparato en cuestión. La decisión del tribunal inglés que le ha impedido ponerle las manos al oro guardado en las bóvedas del Banco de Inglaterra. Ni siquiera el sucesor de Boris Johnson o la reina Isabel II podrían afectar esta decisión de la juez Sara Cockeril. Y, quizás lo más personal, aspiraba a entrar en Colombia y participar en la toma de posesión de Gustavo Petro. Creo que no comprende por qué el camarada consideró imprudente su presencia en el jolgorio presidencial.
Lo que resalta en estos incidentes es el desconocimiento de Maduro sobre lo que significa el equilibrio de poderes. Entender que un presidente tiene que respetar los límites que impone coexistir en sociedades bajo el imperio de la ley.
Pero, quizás el aprendizaje más profundo de estos eventos es reconocer que los venezolanos tenemos que tomar plena conciencia de la imposibilidad de fundar una democracia si quienes asumen el poder creen que lograrán ejercer sus mandatos sin controles, sin límites y en consecuencia sin responsabilidades, sin rendir cuentas, como si los ciudadanos no existieran. De espaldas a las enseñanzas de Montesquieu «todo hombre que tiene poder se inclina por abusar del mismo; va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar de este hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder».
Las circunstancias negativas que ha afrontado Maduro en esta temporada desnudan un problema de fondo en nuestro país, la gravedad de la inexistencia de poderes que controlen el poder, expresado en la falta de independencia de un Poder Judicial que abandona su responsabilidad con los ciudadanos y se desdobla como servidor obediente de las órdenes y abusos del actual presidente. Maduro reclama a Fernández y a la justicia inglesa porque no entiende que en esos países la independencia de poderes es ley inviolable.
Fuertes preguntas nos acosan cual heridas frente a estos eventos, desafíos imposibles de obviar, o como dicen, hacernos los locos ¿Cómo puede entenderse y soportar que en Venezuela el oficio de juez, de servidor de la justicia, se haya degradado y sirva de telón de fondo y de garrote para las felonías que se cometen desde Miraflores? Cómo digerimos la sentencia por el caso confuso de los drones, que condena a 30 años de prisión a un grupo de venezolanos, jóvenes, inocentes, sin haber encontrado ninguna prueba de culpabilidad, que se robe la vida a este grupo de ciudadanos, entre ellos a Juan Requesens, una brillante promesa de liderazgo para nuestra atacada democracia que quizás generaba enconadas envidias en Maduro y su delfín. Una sentencia emitida por una categoría de juez opuesta al rango de Sara Cockeril.
Maduro grita y profiere obscenidades porque su supuesto amigo Fernández no le devuelve el avión que utilizaba para probables fines particulares. Desde hace más de dos semanas el avión de confuso origen venezolano está retenido en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, el más importante de la Argentina. Sus tripulantes, iraníes y venezolanos, no pueden salir del país por orden judicial. The Washington Post pregunta: “¿Qué pasó? No se sabe. Y ese es el problema. Una fiscal investiga por qué vinieron al país, qué trajeron y quiénes son. Porque incluso sus identidades están bajo sospecha”. Maduro tropieza con la independencia de poderes y no lo puede digerir. Eso no se lo enseñaron en Cuba.
Resultado de este lamentable acontecimiento se perfila una ruta que debería ser acompañada por todos aquellos que aspiran el regreso de la libertad. Nuestra gran prioridad es imponer límites al ejercicio del Poder Ejecutivo en Venezuela, no podemos estar sujetos a la barbaridades y trapacerías de cualquiera que, por giros del destino, una frase pegajosa, un exitoso populismo, una imagen agraciada o una manoseada promesa de bienestar incumplible, tome el poder y lo ejerza cual predestinado, sin frenos ni limitaciones para gobernar un país que no sabe cómo sacudirse este barbarismo.
Los candidatos que se asoman a la contienda electoral primaria están obligados a ofrecerle al país algo que parece contradictorio, que su primera tarea sea acortar su mandato y respetar el equilibrio de poderes, establecer las reglas de juego pétreas que impidan que Venezuela, por circunstancias impredecibles, sea regida por un mandatario irresponsable, ignorante de lo que es la democracia, que solo pretenda realizar el sueño de mandar en un país con poder absoluto, sin contrapoder que lo frene, sin ninguna capacidad de oposición por parte de sus gobernados que para lograrlo subordine las fuerzas armadas y todas las instituciones de control civil.
Frenar el hiperpresidencialismo es una tarea de principio de la estrategia de reconstrucción, no basta con anular la capacidad de intervenir legislativamente del presidente dictando leyes y convirtiendo a los jueces en una manada obediente de personas cuyas endebles bases morales les permite vender sus decisiones por un “puñao de parné”.
Para rebajar el poder del presidente, los venezolanos debemos comprender lo que significa y la envergadura que tienen los jueces en una democracia, ellos son los encargados de hacer cumplir la ley, lo único que nos salva, junto al comercio, de ser una tribu de salvajes. Habría que comenzar por una tarea educativa que pudiera estar a cargo de los cientos de organizaciones civiles que existen en nuestro país. En principio, que la gente valore lo que representa la ley y lo que significa alcanzar la posición de juez, aquellos que hacen cumplir la ley, que deben ser insobornables, como lo es en muchas otras sociedades. La otra gran tarea seria revalorizar el Poder Legislativo que no está ahí para allanarle el camino a las atrocidades que quiera cometer el amo del Ejecutivo, está ahí para representar la conciencia, aspiraciones y grandes acuerdos de los ciudadanos que deben estar plasmados en la arquitectura de leyes que ellos definen y aprueban.
Estas tres condiciones expresadas de forma coloquial, no técnica, son los escenarios imprescindibles para recuperar la libertad en Venezuela. 1. Limitar el poder del Ejecutivo y de su zar, el presidente, 2. Sanear el Poder Judicial, ubicándolo en manos de verdaderas conciencias democráticas. Ser juez constituye uno de los oficios más nobles de cualquier sociedad, requiere mucha sabiduría, templanza, sobriedad, equidad y comprensión de los seres humanos que son juzgados. 3. Devolverle el legítimo poder de legislar a la institución que le corresponde, sin delegaciones, son elegidos por el voto ciudadanos para que cumplan con la insigne tarea de formular las leyes que constituyen el cuerpo insustituible de la democracia.
Estas solicitudes deben estar inscritas en el llamado, en el mensaje de los aspirantes a liderar avalados por una elección primaria. Es el camino para garantizar el respeto al ciudadano, la propiedad privada, la libertad de expresión, el cese del abuso, el allanamiento de los medios de comunicación y la posibilidad crecer económicamente sin chantajes. Ya han salido de nuestro país mas de 7 millones de venezolanos, es hora no solo de hacer caso a la frase «Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos». Es hora de cambiar, una voluntad de equilibrio y respeto a la ley debe y puede imponerse, las democracias en el mundo lo han enseñado.
Los ciudadanos estamos esperando este mensaje.
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