Sí, eso quiero. No seguir en esto que vamos siendo y que puede empeorar si no nos atrevemos a evitarlo. Unidad de propósitos, esclarecimiento en la imaginación y el pensamiento de la dirigencia política opositora, y desde luego, hacer a un lado las apetencias personales o individuales por llegar a posiciones de poder a toda costa.
No veo nada malo en que la gente desee un año 2021 más positivo o mejor que 2020, el mismo que acaba de terminar y ha pasado a ser de ingrata recordación. La generosidad y la solidaridad humanas deben imponerse ante tantos infortunios que vive la humanidad toda, particularmente el país venezolano que tanto nos duele.
No reprocho –no podría hacerlo– a quienes expresan sus buenos deseos y parabienes para que nuestros días sean mejores. ¡Cómo cuestionar un sentimiento de familia o de manifiesta amistad!
Claro que pienso en mi propio bienestar y el de los míos. Pero al propio tiempo, “porque nada humano me es ajeno”, procuro convocar a la esperanza y a los más valiosos principios de la persona para alcanzar propósitos de interés y beneficio colectivo.
Quizá incurra en algo que un poeta llamó “optimismo gafo”. No importa, no me hace mella y respeto la opinión ajena. Me refugio en mi convicción de que las montañas se apartan cuando ven venir la fe.
Quisimos que el anterior fuera un buen año, como de costumbre lo deseamos en cada diciembre de cada año. Queda claro que la realidad de los hechos nos explotó en la cara.
No es mi propósito señalar aquí el rosario de penas y desasosiego; sin embargo, como aquella cuña “aquí estamos y aquí seguimos”. Si bien nos atosigan dos pestes, un régimen corrupto capaz de sostenerse solo en un aparato militar de fuerza y sumiso a sus designios y una pandemia de cuyo nombre no quiero acordarme, que impide abrazarnos, ninguna acabará con la Venezuela decente y deseosa de un cambio del estado de cosas en que encuentra,
Y seguiremos deseando que todo mejore y que las generaciones futuras sepan crear soluciones, criar seres nobles sin corazones solitarios y construir escenarios con amor y justicia.
Son veintiún años, once meses y seis días de esta desgracia chavista, esta maldición inmerecida, este castigo innecesario. Terrible tiempo, tortuoso y dañino de una pesadilla coloreada de un rojo alarmante destruyendo al país. Este dolor debe acabarse. ¡Por Dios!
No se apagarán las luces de la patria, a menos que sea para amarla en silencio y en lo oscuro, y sin embargo… Llegará el día del juicio en que todos entrarán a la sala, la justicia terrena juzgará sus crímenes, se oirán gritos y consignas, otros callarán sus penas y sus culpas, los juzgados harán su trabajo, quizá reos lloren o se burlen al escuchar la sentencia y allí comenzará la reconstrucción
Confío en que se esté apagando la vela en su cabecera. Mi país no merece seguir viviendo esta tragedia, esta desgracia, mala hora que al parecer, hace feliz a los responsables de la peste que la propicia y a su hatajo de cómplices conmilitones aplaudiendo.
Los cuarteles sostienen al usurpador, porque son garrapatas acostumbradas a chupar, parásitos que viven del erario, flojazos en cuyos uniformes exhiben, groseramente, soles y estrellas sin un pedacito de cielo. Otro guindalejo habrá que colgárselo en una nalga. ¡Sinvergüenzas!
Os recuerdo que Simón Rodríguez instaló una fábrica de jabón y velas en Valparaíso. Yo digo hoy, velas para la luz entre tantas sombras tenebrosas y jabón para lavar la mugre de la peste que ha ensuciado la República durante algo más de veintiún años.
Hoy esperanzado te siento más cerca, quiero abrazarte como nunca antes, como ha debido ser siempre. Darte el abrazo que mereciste siempre, el que no he debido dejar de darte en todo momento. No me fui de tu lado, y aunque no hice lo suficiente, algo hice para que volvieras y poder tenerte de nuevo.
En ti mis hijos contigo, prometo tratarte mejor. Gracias por volver. ¡Venezuela!