He leído y releído lo que escribió la CEV y me parece que los obispos fueron muy claros. José Ignacio Hernández hizo un buen resumen en un tweet: “El comunicado de la presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana tiene dos conclusiones muy sólidas: (i) las elecciones parlamentarias convocadas son ilegítimas y (ii) frente a ello, no puede asumirse una posición meramente pasiva. La mera abstención no es estrategia”.
Si los obispos no hablaron de las “condiciones” que hay que poner al régimen ante un eventual proceso electoral no es porque no sepan que estas condiciones son necesarias. Pienso que solo hicieron un llamado a la unidad de la oposición, pues ¿de qué condiciones van a hablar si nosotros estamos divididos? ¿Cómo puede hablarse de exigencias al régimen si entre nosotros hay muchos que no creen en un proceso electoral, otros que sí consideran que esa es la vía, otros que están esperando la intervención extranjera, otros un golpe militar y muchos en el medio que no tienen ni idea de qué hacer? Mis hijos me preguntan qué hacer; mis alumnos también. Todos parecemos náufragos perdidos en un mar de confusión sin saber hacia dónde mirar.
Los obispos han dicho lo que había que decir: no hemos logrado ponernos de acuerdo sobre lo que hay que hacer y ante esta gran encrucijada, ¿qué otra cosa pueden decir sino lo que dijeron? Si las ovejas están todas desperdigadas, como Quijotes con sus planes individuales luchando en principio por lo mismo, ¿cómo no va a ser más fácil que el lobo se coma a una mientras el resto se dispersa sin darse siquiera cuenta de a cuáles se va comiendo en el caos?
Lo primero que dijeron es que han hecho varios llamados ante los sufrimientos del pueblo. Dijeron también que la abstención no basta, pues se trata de ser activos. El llamado a la conciencia de los políticos provocó fuertes reacciones, pero si son mínimamente humildes, tendrían que reconocer que el comunicado pone de relieve la gran verdad de la dispersión y del caos que vivimos: no estamos unidos en torno a ningún plan y el tiempo apremia.
Del comunicado no se desprende una subestimación de los años de cárcel de muchos, ni de las injusticias sufridas, ni del exilio de otros. La Iglesia conoce de cerca el sufrimiento de todos y como pastores de su grey cargan con sus necesidades y escuchan sus confesiones. La verdad es que conocen bien lo que los hombres llevamos dentro. Lo único que han dicho es que el pueblo entero sufre. Venezuela entera está fragmentada (como podría decir Tomás Straka). Parece un país archipiélago (como podría decir Elías Pino). Y refleja bien a un Cristo doliente, con los huesos dislocados, las heridas abiertas, un rostro cubierto de escupitazos y blasfemias, burlas e ironías, insultos y mentiras, que asume todas nuestras miserias y mezquindades (como veía Juan Pablo II a su Polonia sufriente).
Pienso que no es momento de buscar culpables, ni de medir quién ha sufrido más que quién, porque todos hemos sufrido de diversos modos. Algunos dolores son físicos y tangibles, como el hambre, las torturas de los presos políticos, la muerte de tantos en las protestas y el agotamiento de todos y cada uno. Otros sufrimientos son invisibles y serán conocidos por pocos o incluso solo por Dios. El político es, además, un servidor del pueblo. Al menos eso espera la gente. Esa es la expectativa de todos. Y un servidor sufre de buena gana por la gente por la que trabaja y si el fin es Venezuela, si de verdad ese es el objetivo de todos nuestros esfuerzos, ¿por qué medir ahora quién ha sufrido más que otros?
La CEV sabe bien que todo dolor es sagrado y que cada vida es valiosa. Por eso, decir que no lo hemos hecho todo bien; que hay algo que hemos hecho mal o que en definitiva no hemos logrado, no implica desestimar ningún sacrificio. Esto último no se deduce de aquello. Los obispos solo han puesto de relieve una gran verdad. Y la verdad, cuando no cae en un terreno humilde, crispa al cuerpo entero. Cuando un hijo está rebelde, triste o malhumorado; cuando un salón de clases no responde como a uno le gustaría, antes de recriminarlos a ellos (a los hijos y a los alumnos), revisémonos nosotros: ¿Qué he hecho mal o dejado de hacer mejor para no haber logrado ser un instrumento que motive o estimule al otro? ¿Es que acaso no hay en nuestras vidas “algo” que corregir? ¿Les parece que todo va bien?
Así como un padre, una madre o un maestro deben revisarse a ellos mismos con frecuencia, es deseable también que todo servidor público lo haga, pues toda relación es de dos. Preguntémonos entonces, ¿qué hemos hecho mal o qué podemos y debemos hacer mejor? ¿Acaso no vemos que el enemigo necesita de una mínima grieta para destruirnos y sumirnos en la desesperanza? ¿Acaso no vemos que lo que pretende es ponernos a todos en contra de todos para que nos olvidemos de él, mientras creemos que lo enfrentamos? Olvidémonos del régimen en este momento y tratemos de discernir cuál es la estrategia que tenemos para enfrentarlo. ¿Tenemos alguna que nos unifique?
Antes de poner condiciones al régimen debemos revisarnos individualmente para ponernos básicamente dos a nosotros mismos: la humildad y la sinceridad. Reconozcamos que no hemos logrado unirnos; que no es momento de imponer intereses personales sino de pensar en el país. El enfermo de la casa, en este momento, se llama Venezuela y nadie fuera del país va a hacer por nosotros más de lo que podamos hacer nosotros mismos. La fuerza nace de adentro y la realidad es que hay que blindarse en una postura a la que todos nos sumemos, porque si bien es cierto que necesitaremos de la presión internacional, no es menos cierto que la solución pasa por la unión de los venezolanos y somos, pienso yo, “un ejército inmenso” (Ez, 37, 1-14). Solo así nos apoyarán desde el exterior; solo así se podrán sumar a nosotros muchos de los que no se han considerado oposición nunca, pero están tan cansados de este régimen como todos. Y si nos ven desunidos, no confiarán en nosotros.
Todo proceso de unificación precisa de un centro que aglomere todas las voces: de una tribuna desde la que se hable al pueblo para aclarar cuál es el camino que debe seguirse. Pienso que esta tribuna que puede unificar todas las voluntades y orientarnos en el camino debería ser la misma CEV. ¿Por qué? No porque yo crea que los obispos deben tener la última palabra, sino básicamente porque han sido los que han hablado diciendo esa gran verdad que ha dolido tanto: que no nos hemos logrado poner de acuerdo. Como han hablado y han provocado todo tipo de reacciones, a favor y en contra, lo sucedido es indicio de que son escuchados.
No estoy dejando esta decisión en manos de los obispos. Indico solo que podrían muy bien ser un punto de referencia que aglutine todas las opiniones hasta que entre todos logremos un consenso que abarque la mayor cantidad de grupos posibles. Medirnos en votos, bajo condiciones exigidas con fuerza, unidos en un solo bloque, es el camino más racional. Reúnanse todos y enciérrense durante todo el tiempo que sea necesario hasta llegar a un acuerdo.
El Consejo Superior de la Democracia Cristiana ha emitido un documento en el que llama también a la unidad en estos momentos. Ellos proponen consultar al pueblo sobre su deseo de poner fin o no a este régimen. Con esto apuntan a lo esencial: se precisa de un cambio político para evitar el fraude del 6D y salvar al país. Plantean la necesidad de exigir condiciones y pedir el apoyo a la comunidad internacional, pero nada será posible sin la unidad de la oposición. Una oposición que incluye a muchos chavistas cansados de tanta mentira.
Juan Guaidó llamó también el miércoles a unificar a los principales líderes y sectores del país para salvar a Venezuela. No podemos darnos el lujo de tener dos proyectos paralelos y mucho menos tres o cuatro.
La unidad más fundamental es la de conciencia: eso es lo que nos hace una nación. Las reparaciones físicas vendrán después, porque sí, saldremos de este caos fortalecidos si logramos avanzar racionalmente en un proceso complejo de transición. Un proceso que requerirá de un esfuerzo de acompañamiento en el que se explique a la gente el sentido de todos los pasos que tendremos que dar.
Dios obrará si somos humildes y ponemos de nuestra parte. Yo confío, de verdad, en que la Virgen de Coromoto nos salvará del incendio y nos conducirá a “un lugar habitable” (Sal 107) si en la angustia invocamos al Señor, como dice el mismo salmo. Nos llevará “por el camino recto” si tenemos la humildad de ceder y converger en lo común, que es Venezuela. La CEV solo nos despertó de la apatía.
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