En un país otrora con brillante historia, y hoy sin ella por decreto ley, se suceden los acontecimientos maravillosos; o sea que no se pueden explicar por las leyes de la naturaleza. Tampoco conforme a ninguna otra lógica salvo, en buena parte, por los efectos del empeño historicida, dentro del desastre del modelo educativo en general. Los prodigios se producen con tanta frecuencia que, inevitablemente, van perdiendo su capacidad de causar asombro. Aunque eso no sé si es bueno o malo, simplemente así se va imponiendo, como si fuera normal. El terreno político es el más fértil para cosechar tales aberraciones. Muchos ministros son ejemplos difícilmente superables de este tipo de portentos. Todo es posible e imposible al mismo tiempo.
En este contexto un muchacho ha llegado a ministro. No me pregunten por qué, ni cómo. Ni se sabe, ni parece importar. Algo, sin embargo, es de general conocimiento; el sujeto en cuestión, tiene fama de acreditado mentecato. Y no ha tardado en demostrarlo, haciendo lo contrario de lo que correspondería a su ministerio. Con todo no cabe asegurar, a ciencia cierta ni incierta, que fuese el primero en conseguir cargo tan relevante, con virtudes como las que le adornan. En vista del éxito, otros han procurado no quedarse atrás. Lo mismo ocurre, acaso por la paridad esencial, con unas cuantas mujeres, que disfrutan del mismo estatus, atesorando muy semejantes méritos. Esta circunstancia conlleva una ética y una estética peculiares. Los «okupantes» de la primera fila del «hemicirco» tienen todos caras de ministros. Salvo el presidente, más apuesto y más alto, como corresponde a su elevada posición.
Entonces llega lo peor porque los ciudadanos, hipnotizados por la ortodoxia impuesta, o inmovilizados por simple comodidad, pasan a formar parte del problema. El tonto se universaliza y, como escribió el recientemente traducido Piergiorgio Bellocchio, entra a habitar el mismo parque de atracciones estúpidas, falso, abrillantado y ruidoso al límite de lo soportable. Y como síntoma de su derrota se encuentran cómodos en ese espacio de supervivencia ignara. En esta sempiterna «feria de los milagros», de Valle Inclán a Szymborska pasando por Cortejoso, donde «una nube menuda y ligera –es– capaz de tapar la luna llena y compacta», se anuncia un posible cambio de tiempo. ¿Se podrá pensar lo impensable? Veremos.
El personaje que iniciaba la galería de genios, ha culminado su colección de perlas intelectuales, de ocurrencias deslumbrantes, con una declaración sublime: «la monarquía perjudica a España» manifestada con la solemnidad que el caso requería. No se podía esperar menos de un sujeto con sus facultades. Tal descubrimiento podría haber dejado atónitos a la mayoría de los españoles, aunque eso resultaría ya muy difícil. No obstante, han estado a punto de la estupefacción general, cuando han comprobado que, después de varias semanas, el señor ministro de un gobierno de S.M., ni ha dimitido y ni siquiera se lo ha planteado.
Seamos justos o parezcámoslo. Probablemente no ha tenido tiempo por sus múltiples ocupaciones. Y, por si fuera poco, está enfrascado en la preparación de la fase aguda de la inminente campaña electoral. Solo así se explica, además, que no haya podido obsequiarnos, al menos, con una sandez al mes. Claro que en un equipo ministerial unido, otros y otras, han llegado en su auxilio para solaz de la gente. No olvidemos que éste es un gobierno de la gente.
Las próximas semanas se anuncian entretenidas. Los brillantes lemas para movilizar y engatusar, sinónimo suave de engañar a los creyentes, digo a los votantes, pasarán a la historia o al menos a la memoria democrática. Y en ese hacer, o deshacer, ¿qué hará nuestro héroe? ¿sumará o restará?
Menos atención han dedicado ministros y ministras, al ingreso de España, en el selecto club de los países que coquetean con el atractivo ejercicio de no pagar sus deudas. O al tema de la vivienda, asunto cansino donde los haya. Primo de Rivera, el dictador, y Franco, mucho más Dictador, hicieron viviendas ¡pero muchas! ¡Qué despilfarro! Lo inteligente y barato es ocupar. Don Miguel, que debía tener mucho tiempo libre, se preocupaba, a falta del Falcon, en que el alquiler de una casa sirviera como pago diferido para la adquisición de la misma, y no superara el 20 por 100 del salario del comprador. Ahora se duplica o triplica este porcentaje holgadamente. Además, aquellos gobernantes, de «infelice recordación», construyeron embalses, quizás por aquello de la pertinaz sequía. En nuestros días se destruyen. Recordemos que frente al Plan Hidrológico Nacional, otro genio no sé si incomprendido o incomprensible, eligió el negocio de las desaladoras, mucho más baratas y eficaces. Mientras el azote del cambio climático sirve para justificar la desertización y el empobrecimiento de los agricultores. Nada con lo que no pueda la agenda 20/30.
Artículo publicado en el diario La Razón de España