Un alto porcentaje de los votantes republicanos piensa que realmente hubo fraudes masivos en las elecciones que el presidente perdió en el 2020 por casi siete millones de votos, 81 contra 74. Si eso fuera cierto, quienes irrumpieron en el Capitolio serían patriotas y no unos vulgares violadores de la ley convencidos por Trump de que había que enmendarles la plana a los demócratas. Pero no es verdad.
Veamos.
Se trataba de una fauna impresionante. Jacob Chamsley, alias Jake Angeli, penetró en el Capitolio norteamericano por una de las ventanas derribadas por la multitud embravecida. Llevaba un curioso casco de piel de coyote del que salían dos enormes cuernos de búfalo. Tenía la cara pintada en son de guerra de rojo, azul y blanco, los colores de la bandera americana. Su disfraz era el más vistoso. Si hubieran dado premios se hubiese llevado el primero. Los cuernos y el casco ocultaban su agresiva calvicie. Se había hecho tatuar en el vientre, creo, una especie de daga enorme. Era el chamán de QAnon.
Los chamanes son los sacerdotes de las tribus primitivas. Hacen las veces de curanderos y tienen, dicen, poderes sobrenaturales. QAnon es una combinación de una de las más altas gradaciones de los que tienen acceso a los secretos estadounidenses, a quienes les asignan la Q, mientras Anon es una contracción de “Anónimo”. Varias veces una misteriosa letra Q ha firmado algunas de las “teorías conspirativas” que circulan por Internet.
Curiosamente, el señor Angeli tuvo que desmentir una de las más asombrosas teorías conspirativas puestas en circulación por el trumpismo más rancio: que él era, en realidad, un agente provocador colocado por la gentuza de Antifa o Black Lives Matter entre los patriotas de derecha para sembrar el caos y desorden que se vio en el Capitolio el 6 de enero.
En un tweet enviado por el chamán a Lin Wood, abogado de Donald Trump, y experto él mismo en difundir esos rumores, Angeli le explicó que él se había visto obligado a luchar contra esos canallas. Sin dilación, persistió en la huelga de hambre que había montado en la cárcel mientras el juez no le proporcionara alimentos orgánicos que necesitaba su esbelto cuerpo de chamán. El juez, magnánimo y garantista, le otorgó los alimentos que el reo solicitaba.
La lista de las “teorías conspirativas” es casi infinita. Tienen que ver con la importancia de los protagonistas. Por eso los judíos son una fuente inagotable de rumores. Como el origen del pleito ocurrió en las sinagogas, y Roma era el centro del mundo cuando el emperador Teodosio I en el siglo IV declaró “locos o malvados” a quienes desobedecieran a los obispos cristianos del rito de Nicea, los pobres judíos comenzaron a beber la sangre de los niños, a envenenar los pozos de agua potable, a propagar las pestes y a cualquier perrería que se les ocurriera a sus adversarios.
Desde entonces circulan esas canalladas. Un Anderson Cooper, presentador y comentarista de CNN (o sea, la definición perfecta del “enemigo del pueblo” en esas mentes calenturientas), le preguntó a Jitarth Jadeja (de origen hindú, pero estadounidense), renegado de QAnon, si de verdad creía que él, Cooper, se alimentaba con la carne de los niños, a quienes antes les había bebido la sangre. Jadeja le dijo que sí y le pidió perdón. Su explicación era que, si se formaba parte de un culto, se corría el riesgo de creer cualquier cosa.
Creer, por ejemplo, que el 11 de septiembre de 2001 hubo una secreta pasividad de los militares que no respondieron adecuadamente al ataque a las torres gemelas o al Pentágono. O sostener que ese día, ¡oh casualidad!, no fue ningún judío a trabajar a las Torres Gemelas. Pero la palma se la lleva la negación de que un avión de los secuestrados se estrelló contra el edificio del Pentágono “porque nadie lo ha visto”.
¿Existe alguna súbita cura para quienes creen en las teorías conspirativas? Me temo que no. Existe una terapia de realidad, que es capaz de convencerte de que eres un malvado y te conviene modificar tu conducta, porque de lo contrario vas a terminar preso o muerto. Pero eliminar el tipo de pensamiento absurdo que te lleva a creer en los zombis o en los extraterrestres que nos visitan, no tiene un rédito claro e inmediato.
Si mañana Donald Trump declarara que realmente perdió las elecciones se produciría una decepción profunda en sus filas, pero no un cambio de convicciones. Muchos dirían que fue forzado por el “deep State” para salvar las vidas de sus hijos. Le darían otra vuelta a la tuerca. Solo eso.