La amenaza de Putin de desatar una guerra nuclear nos recuerda los últimos días de Hitler en el búnker de la Cancillería, exclamando: “¡Jamás capitularemos, no, jamás! Nos pueden destruir, pero si lo hacen sepultaremos con nosotros al mundo, a un mundo en llamas”. Es el mismo vaciamiento de conciencia que llevó al nazismo a destruir a Europa y producir una mortandad de entre 60 y 90 millones entre combatientes y población civil, en su mayoría ocasionadas por los bombardeos sobre ciudades, pero también como resultado de las violaciones masivas de los derechos humanos siendo el Holocausto su máximo exponente, a lo que se añadió la desprotección de los millones de refugiados y desplazados, sometidos a hambrunas, a los rigores del clima y a su propia suerte. Hoy es incierto el futuro de Europa y del mundo, de nuevo estamos en guerra, aunque los débiles dirigentes occidentales y los Pilatos del momento no quieran intervenir más allá de lo políticamente correcto, creyendo que con eso van a evitar lo inevitable. Putin no solo invade Ucrania a sangre y fuego, sino que, en el colmo de su psicopatía, ordena activar la alerta nuclear de su arsenal de 6.000 ojivas nucleares si Occidente intenta responder a su agresión, amenazando con incendiar el planeta.
En un artículo que publiqué en enero de 2018, titulado “La incertidumbre de las langostas”, hablé sobre los nuevos Chamberlain a cargo de las relaciones con Irán y del impulso con el que Putin había iniciado el nuevo ideal hegemónico de Rusia. Allí comenté una noticia, que me pareció muy significativa, pero que pasó inadvertida en medio de tantas trivialidades, amenazas y calamidades globales. Se trataba del busto en bronce de Putin, engalanado con una toga de emperador romano, erigido al norte de San Petersburgo. Un despacho de la AFP daba cuenta de la ceremonia inaugural en la que se desveló la estatua: “Andrei Poliakov, líder de la asociación que reúne a los cosacos de San Petersburgo, expresó: La imagen de un emperador romano es la de la sabiduría, y esto corresponde al rol histórico de Vladimir Putin que logró unir Rusia y Crimea”. La anexión de esta península ucraniana en marzo de 2014 y el apoyo de Moscú al fraude de los separatistas en el este de Ucrania produjeron un deterioro en las relaciones entre Rusia y los países occidentales. Sin embargo, la anexión de Crimea no perturbó la siesta de los dirigentes occidentales más preocupados por la cultura woke del instante líquido que por la defensa y supervivencia de sus valores. La invasión del ejército ruso a Ucrania hace tres semanas hizo que Europa despertara, esta vez con el feroz dinosaurio gruñendo al pie de la cama.
La agresión de la Rusia de Putin se realiza dentro del imaginario imperial de la reconstrucción de la gloria soviética en el marco geopolítico de un imperio euroasiático frente al mundo occidental, que sigue siendo su gran enemigo debido a que es libre, democrático y próspero. El Gatestone Institute International Policy Council, en su edición de este mes, recoge el llamado de alerta con el que historiador alemán Jan Behrends advierte a Europa: «No se equivoquen: para Putin no se trata de la UE o la OTAN, se trata de su misión de restaurar el imperio ruso. Ni más ni menos. Ucrania es solo un escenario, la OTAN es solo un irritante. Pero el objetivo final es la hegemonía rusa en Europa». Su aseveración se basa en las afirmaciones del politólogo y ultranacionalista ruso Alexandr Dugin, asesor de Putin: «El imperio euroasiático se construirá sobre el principio fundamental del enemigo común: el rechazo del atlantismo, el control estratégico de Estados Unidos y la negativa a permitir que los valores liberales nos dominen». (Soeren Kern, «Why Did Vladimir Putin Invade Ukraine?», Gatestone Institute, March 14, 2022).
El Decreto Tierra Quemada revisitado
Según Glucksmann (Dostoievski en Manhattan, 2002), existe una matriz común entre el nazismo y el régimen soviético, como es la utilización del “terror” como la ultima ratio de cualquier estrategia totalitaria. “El terror de las bombas no perdonará las casas de los ricos ni de los pobres, las últimas barreras entre clases desaparecerán” – exclamaba Goebbels -. “Los últimos obstáculos para la realización de nuestra misión revolucionaria caen junto a los monumentos de la civilización”.
El nazismo utilizó la teoría del «espacio vital» o Lebensraum, para justificar la conquista de territorios mediante guerras relámpago (Blitzkrieg). En su estudio sobre Hitler, Erich Fromm afirma que luego de haber consolidado en su persona todo el poder de la nación alemana, su objetivo fue la ocupación de toda Europa. “Mientras el ejército nazi avanzaba destruyendo todo a su paso, el dictador desde su sala de cine privada dedicaba horas a mirar documentales que le llegaban a diario sobre las matanzas en los frentes de batalla y de los cientos de miles de cadáveres producidos por sus campos de exterminio. Pero su afán de exterminio se volcó también sobre las ciudades incluyendo al final a la propia Alemania. Cuando ya la derrota era inminente, promulgó el Decreto de Tierra Quemada: ‘Antes decque el enemigo ocupe el territorio alemán, todo, sencillamente todo cuanto es esencial para la continuidad de la vida será destruido. Todo será quemado, abatido o demolido, incluyendo los registros, los archivos, las granjas, el ganado, los monumentos, los edificios, los palacios y los edificios de ópera. Y si el pueblo alemán no está dispuesto a luchar por su supervivencia, tendrá que desaparecer también”. (Anatomía de la destructividad humana, 1973). Rusia ha conformado una sociedad totalitaria en su interior y se expresa como un imperialismo agresivo y destructor hacia fuera, un ultranacionalismo expansionista. Hitler, que odiaba al género humano, al fracasar en sus propósitos quiso ver el mundo en llamas, Putin expresa la misma intención.
La mentira desconcertante
En su afán de lograr sus objetivos, podríamos catalogar a Putin de ultranacionalista fanático que, como bien lo definiría Fernando Savater, “ya ha asesinado en su interior a todos los que no piensan como él”. Para poder lograr sus planes imperiales utiliza el terrorismo como política de Estado, ocupando todos los espacios físicos y espirituales de la sociedad, alimentándose del miedo, imposibilitando el movimiento y la libertad de acción de los ciudadanos bajo su influencia. Esto último describe a Rusia atrapada en las garras de Putin.
No olvidemos que durante la vigencia del Pacto de Cooperación Germano-Soviético o Pacto Ribbentrop-Mólotov (1939), los nazis se inspiraron en Stalin y su régimen de terror. Esta unión permitió el intercambio de experiencias en métodos de espionaje y represión, así como el entrenamiento y buenas prácticas para la gerencia y manejo de los campos de concentración para disidentes del comunismo ruso, modelo que la Alemania nazi copiaría y perfeccionaría como una eficiente industria del exterminio, aniquilando en poco tiempo a 6 millones de judíos. Como militar y funcionario de la KGB durante la Guerra Fría Putin se formó en esos perversos protocolos que moldearían su visión de la política, de la sociedad y del mundo.
Según el historiador Jean-Pierre Le Goff (Vladimir Poutine pratique le “mensonge déconcertant” issu du communisme totalitaire. Le Figaro, 4 de marzo de 2022), el discurso de Putin nos confronta con otra forma de sinrazón. Está marcado por la “mentira desconcertante” derivada del comunismo totalitario. La grandeza de sus propósitos y la desvergonzada inversión entre el agresor y el agredido desestabilizan la razón y el sentido de la realidad. Es verdaderamente “el mundo al revés” en una ideología y propaganda donde lo blanco es negro, donde la guerra es paz, donde la agresión es sinónimo de “liberación de los pueblos”, esto es parte de un sistema de representaciones y creencias ideológicas, es la reescritura de un gran relato histórico del que (Putin) quiere ser a la vez heredero y nuevo héroe. Esta significación ideológica determina una relación con el mundo y un tipo de comportamiento desconectado de la realidad y difícil de desarraigar, sin embargo, las verdades históricas básicas son olvidadas o desdibujadas al mismo tiempo: el derrumbe de la Unión Soviética no se debió a una agresión sino a causas internas a un régimen que ya no aguantaba más y este derrumbe del comunismo no fue vivido como “la mayor catástrofe del siglo XX” por los pueblos sometidos al yugo soviético sino por el contrario como una liberación. La pertenencia a la OTAN responde a una legítima petición de protección para no revivir un día lo que estos países sufrieron por décadas. Desconocer estas verdades primarias o considerarlas de hecho como secundarias, equivale a desconocer la voluntad de estos pueblos. Es como si les dijeran que deberían tener cuidado de no ofender a su antiguo opresor y de no alejarse demasiado de él”.
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La incertidumbre de las langostas https://bitlysdowssl-aws.com/opinion/columnista/incertidumbre-las-langostas_219303/