¿Tiene género el ejercicio del poder?
Dra. Ana Teresa Torres:
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Soy sumamente respetuoso. Mi padre me enseñó como buen llanero esa eterna frase “a las damas ni con el pétalo de una rosa”. A cambio, no tuvo ninguna previsión en instruirme para no ser irreverente, contestatario y analítico. Carlucho me obligó tanto a leer que estudié Ingeniería. Resulté de lo peor. Filósofo, buen lector de la historia universal y matemático. A veces no me soporto. ¡De pana!
La Dra. Ana Torres, con suficientes credenciales académicas para no tenerme ni un ápice de misericordia, no tiene el privilegio de ser el primer “miembro número” de alguna academia a quien ofendo por no estar de acuerdo. Los años luz que nos separan en los diplomas, títulos y reconocimientos que adornan las áreas de mampostería con
revestimiento con cal y cemento son directamente proporcionales a sus credenciales e inversamente proporcionales a los galardones invisibles de su humilde servidor.
Estimada profesora, quiero referirme a lo publicado en La Gran Aldea, en su artículo «Los géneros del poder», de
fecha 09/08/2024. Y cito:
«El asunto preocupante en las actuales condiciones políticas es que pareciera olfatearse una suerte de versión «culta» de aquello de «tenerlas bien puestas», y es que el patriarcado político siga pensando que lo mejor sería un presidente varón».
La historia universal también es antropológica. Dicen los expertos y estudiosos que nuestros ancestros en las cavernas necesitaron dividir sus atribuciones en la relación hombre-mujer para sobrevivir. El hombre cazaba. La mujer procreaba. Pero evolucionamos y lo seguiremos haciendo, según Darwin. Hace 12.500 años más o menos
(se llama orden de magnitud) pasamos de ser cazadores recolectores a sedentarios. Los hombres se encargaban de sembrar y proteger y las mujeres de recolectar y almacenar.
Necesito saltar unos cuantos siglos por razones obvias. Dra. Torres, no pretendo enseñarle nada, sabe mucho más, ha estudiado muchísimo más y a pesar de su juventud, le puedo asegurar que soy mucho más viejo que usted. Por favor, se lo ruego como hombre que conoce a las mujeres, más por viejo que por diablo. No meta a las mujeres en un
solo saco. Le explico.
No compare a Cleopatra con Marie Curie, a Simone de Beauvoir con Catalina la Grande. Tampoco a Gabriela Mistral con la Madre Teresa o Isabel de Castilla con Margaret Thatcher. No lo haga, se lo ruego.
Se lo voy a decir como lo diría el Dr. Luis Herrera Campins: “El que va a salir, se asoma”. No es cuestión de género o de nuestras diferencias cromosómicas, profe.
Olvide los eufemismos que expresa, y cito:
“…Si esto fuera solamente un problema de atavismos culturales, de estereotipos que perduran en el tiempo como estatuas en espera de demolición y que pocos se atreven a tocar, parecería un anacronismo entre tantos, pero no me preocuparía demasiado porque aun así las mujeres venezolanas hemos avanzado, y bastante, en la consecución de
nuestros derechos sin que nos los hayan regalado…”
Profesora, ya los que aprendimos a leer con el libro Coquito, que vivimos las desventuras de los castigos de los maestros por los cuales hoy nos sentimos orgullosos, quienes además tienen todo nuestro respeto y admiración, no le paramos bolas a diferencias de género ni a nada.
En este país, en esta Venezuela, sabemos quiénes son los que tienen suficientes taparas para ejercer el poder y administrarlo con justicia, como también reconocemos de lejos a los vestidos de verde, con sus ramas quebradizas, que se adornan bambalinas rojas que simulan algún tipo de esfera muy frágil y quebradizas. Que en mi humilde
opinión, hasta de adorno les quedan feas. Amo a las mujeres, doctora. Y me he casado cinco veces. Dos con gochas, para demostrarte cuán valiente soy.
Me disculpas la franqueza, profe.
@CarluchoOJEDA.