Mi Venezuela de mis tormentos me mantiene lleno de contradicciones. La conocí de un extremo al otro, o como decía mi abuela Elvira: de una punta a la otra. Dormí en el cerro Delgado Chalbaud, a breves horas de camino del nacimiento del Orinoco; y me bañé con las olas que revientan en el Cabo San Román, el punto más septentrional de la geografía nacional, tal como rezaban mis primeros libros de educación primaria. Dormía a orillas del Guainía, y en las cabeceras del Salto Ángel; fotografié las cumbres nevadas de Mérida desde el Pico Espejo y las desérticas bellezas de La Guajira; canté desafinado como nadie con los negros de Curiepe a la llegada del Niño Jesús y con los pescadores margariteños a la llegada de san Juan Evangelista a Juangriego. También recogí lechugas de madrugada con los campesinos trujillanos y recogí nasas con los pescadores de Chuspa; caminé deslumbrado por las calles empedradas de Clarines y por las de San Pedro del Río. En fin, mi país lo he vivido, no me lo han contado, no lo conocí por medio de meras lecturas.
En todos estos sitios, y muchísimos otros que para enumerarlos necesitaría varios días, he encontrado una gente maravillosa, amable, amorosa, generosa, dueña de un espíritu tenaz y maravilloso. Todo ello manifestaciones de una inteligencia y sensibilidad muy particular. Pero, me sorprendía siempre la falta de “malicia”, es decir la absoluta inocencia de todos ellos. Los pícaros nunca faltaban, pero eran los menos. Era por eso que no sorprendía ver destacar en el mundo de las “políticas” locales a los bandiditos de los pueblos y la gente los subestimaba y los trataba con gran condescendencia, rayana en la lástima, era común oír: “Pobrecito Jorgito, ¿qué más podíamos esperar de él?, vamos a darle un votico pa’ ver si sale de concejal…” Y así se preñaron de vagos e ignorantes los concejos municipales, la cámara de diputados y senadores, en un comienzo; después se hicieron concejales, alcaldes, gobernadores y hasta presidentes.
¿Responsables? Claro que los hay, y se han afanado varios cagatintas en tratar de endilgarnos la culpa a usted y a mí, simples ciudadanos que hemos pagado nuestros impuestos, las cuotas de condominio, las multas que nos hemos merecido, los pasajes cuando se nos antojaba viajar –así fuera en autobús hasta Guasdualito–, y las empanadas que comprábamos antes de embarcarnos en el ferry en Puerto La Cruz. Las contorsiones retóricas, dialécticas, sociointerpretativas, o cómo diablos se quieran llamar son dignas de ser recopiladas en una magna antología del disparate. En todas ellas siempre la responsabilidad, perdón debo escribir culpa, porque ni hablan siquiera de responsable sino de culpables, somos todos aquellos que no hemos tenido nada que ver en las tomas de decisiones. ¿Qué vaina es esa?
Los vagos, parásitos y vivianes de turno se apoderaron de las célebres maquinarias y fue así como los partidos políticos dejaron de ser centros de formación de dirigentes y gerentes sociales, para convertirse en centros de repartos de canonjías de todo tipo. A la par de ello entronizaron un pérfido mecanismo de manipulación psicopática: mentir haciéndose las víctimas y confundir al ciudadano. Es la típica conducta del esposo que llega borracho de una noche de farra, y le forma el gran peo a la esposa porque cómo ella es la culpable porque no lo atiende como se merece. Cambie los personajes y tendrá a los grandes estrategas del gobierno y de la oposición achacándonos, a los votantes mortales, del desastre político y electoral que tendrá lugar mañana bajo el manto electoral. ¿Alguna duda?
© Alfredo Cedeño
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