El terrorismo de Estado es un concepto que ha sido debatido ampliamente en el ámbito político y judicial. Hoy en día, la comunidad internacional, a través de organismos como Naciones Unidas, lo define como el uso sistemático de la violencia por parte de un gobierno para intimidar, coaccionar o controlar a la población civil con fines políticos, económicos o ideológicos. Existe una compleja relación entre el terrorismo de Estado —establecido como tal e “institucionalizado” en Francia y luego perfeccionado en Alemania, Italia y la Unión Soviética— y la guerra psicológica. Ambas formas de sometimiento han conmocionado a las sociedades y los ciudadanos de países con regímenes autoritarios y dictatoriales, desde entonces y hasta el presente.
Terrorismo de Estado y guerra psicológica
Estos nefastos mecanismos no se limitan a la violencia física o directa. Muchos regímenes autoritarios utilizan actos aterradores de represión para: contener y extinguir a la disidencia. Uno de sus componentes más insidiosos es la guerra psicológica, usando técnicas de manipulación mental, propaganda y otras estrategias psicológicas para desmoralizar al supuesto enemigo o a la población, crear divisiones internas, y socavar la resistencia al régimen autoritario. En este sentido, el terrorismo de Estado y la guerra psicológica están íntimamente ligados. Estas siniestras operaciones no solo buscan controlar el cuerpo físico de los ciudadanos, sino también sus mentes. A través de la censura, la propaganda, la desinformación y la creación de un clima constante de miedo e incertidumbre, los regímenes dictatoriales que recurren a estas extremas medidas buscan despojar a los individuos de su capacidad para pensar críticamente, organizarse o de resistir.
La guerra psicológica se convierte así en un complemento esencial del terrorismo de Estado. Mientras que la violencia física puede ser eficaz para eliminar a opositores directos, la guerra psicológica coadyuva para mantener un control a largo plazo sobre una población, minando su moral y su voluntad de resistencia. Esta relación simbiótica entre ambos conceptos explica en gran medida la capacidad de algunos regímenes para mantenerse en el poder durante largos períodos, a pesar de la oposición interna y externa, la cual generalmente, cuando los ciudadanos se expresan en protestas o manifestaciones, aunque sean pacificas, terminan en la cárceles.
Impacto psicológico en la población
Como psicólogos, nos es imposible ignorar el impacto devastador que el terrorismo de Estado y la guerra psicológica tienen sobre los individuos y las comunidades. El miedo constante, la desconfianza en las instituciones, y la sensación de impotencia pueden llevar a trastornos psicológicos como el estrés postraumático, la depresión, y la ansiedad generalizada. Además, el tejido social, entre los cuales destacan las conexiones entre las personas, las relaciones familiares, amistades, y vínculos entre vecinos, así como las escuelas, las iglesias, y las instituciones de una sociedad, se ven perturbadas y se deterioran por ello las creencias, valores, normas y tradiciones que una sociedad comparte y que actúan como un «pegamento» que mantiene unido a buena parte de la sociedad. Estas normas influyen en cómo las personas se relacionan entre sí y cómo funcionan las instituciones.
Por el otro lado, las asociaciones, clubes, las redes sociales y las lazos de apoyo comunitario también son parte integral del tejido social. Estas redes proporcionan un sentido de pertenencia y apoyo mutuo entre sus miembros, y también se ven profundamente afectadas, ya que —ante el terrorismo de estado— el miedo y la desconfianza fracturan las relaciones interpersonales y destruyen el sentido de comunidad.
Qué causa el terrorismo de Estado en los ciudadanos
Este estado generalizado lleva a trastornos como el estrés postraumático (TEPT), depresión, insomnio, ataques de pánico y otros problemas de salud mental.
Miedo constante y ansiedad generalizada
El miedo es una de las respuestas psicológicas más inmediatas y prevalentes entre los ciudadanos que viven bajo el terrorismo de Estado. La violencia sistemática, las desapariciones forzadas, las torturas y las ejecuciones crean un ambiente de terror donde nadie se siente seguro. Este miedo no es solo por la propia seguridad, sino también por la de los seres queridos. La incertidumbre sobre quién será el próximo objetivo del Estado crea una atmósfera de ansiedad constante. El miedo constante también puede afectar la capacidad de concentración, el rendimiento laboral y académico, y las relaciones interpersonales.
Desconfianza total
El terrorismo de Estado suele ir acompañado de una estrategia de control social que incluye la creación de redes de informantes y la promoción de la delación entre los ciudadanos. Esto genera un ambiente de suspicacia donde nadie se siente seguro para expresar sus verdaderos pensamientos o emociones. La desconfianza se extiende a amigos, vecinos, colegas e incluso a familiares. Las relaciones sociales se deterioran, y la solidaridad comunitaria se debilita. Este aislamiento social puede exacerbar problemas de salud mental y llevar a una sensación de soledad y alienación. Las dictaduras de la URSS y de Cuba incluso fomentaron la delación entre amigos, incluso entre las familias —padres e hijos— como parte de sus operaciones psicológicas
Impotencia y desesperanza
La sensación de impotencia personal ante el terrorismo de estado es otra respuesta psicológica común en contextos de terrorismo de Estado. Los ciudadanos pueden sentirse incapaces de cambiar su situación o de resistir el control del régimen. Esta percepción sobre sus vidas suele llevar a un estado de desesperanza aprendida, donde el futuro se percibe como sombrío e incierto. Genera así la apatía política, la resignación y, en casos extremos, hasta pensamientos suicidas. La falta de fe en un cambio positivo puede también erosionar la motivación para participar en actividades cívicas o comunitarias.
Deshumanización y desmoralización
El terrorismo de Estado a menudo incluye campañas de propaganda que deshumanizan a ciertos grupos o individuos, presentándolos como enemigos del Estado o traidores a su patria. Esta deshumanización no solo justifica la violencia del régimen, sino que también afecta la autoestima y el sentido de pertenencia al país de sus ciudadanos, y pretende llevarlos a una crisis de identidad, donde los individuos se sienten avergonzados, desconectados de su cultura, su comunidad, y hasta de sí mismos. Esto puede manifestarse en formas de auto segregación, migraciones colectivas para huir del país, y de una sensación de pérdida de la dignidad.
Trastornos de Estrés Postraumático (TEPT)
Los ciudadanos que han sido directamente afectados por la violencia estatal, como aquellos que han sido torturados, encarcelados sin juicio o que han perdido a seres queridos, son particularmente vulnerables. Este trastorno se caracteriza por la experimentación del trauma a través de flashbacks, pesadillas y recuerdos intrusivos, junto con una hipervigilancia constante y una evitación de estímulos relacionados con el trauma, provocando una conmoción en la vida diaria, afectando sus relaciones, la capacidad para trabajar, y su salud.
Sentimiento de inseguridad se extiende
El terrorismo de Estado crea un ambiente en el que los ciudadanos nunca se sienten completamente seguros. De hecho se provoca un “silencio” sobre el terrorismo del régimen. La presencia de fuerzas de seguridad, las detenciones arbitrarias, y las medidas represivas constantes contribuyen a un sentimiento de inseguridad que permea todos los aspectos de la vida diaria. Esta inseguridad puede llevar a cambios en el comportamiento, como evitar lugares públicos, restringir las actividades sociales, y vivir en un estado de alerta constante. También puede contribuir al desarrollo de trastornos de ansiedad y fobias.
Trauma intergeneracional
Los efectos psicológicos del terrorismo de Estado, cuya característica central del terrorismo es la violencia política, no se limitan a la generación que lo experimenta directamente. El trauma puede transmitirse a través de las generaciones, afectando a los hijos y nietos de quienes vivieron bajo regímenes represivos. Esto se manifestar en formas de ansiedad, desconfianza, y problemas de identidad en las generaciones posteriores. La transmisión intergeneracional del trauma puede perpetuar un ciclo de miedo y desconfianza, dificultando la reconciliación y la reconstrucción de una sociedad sana y cohesiva. Los efectos psicológicos del terrorismo de Estado pueden perdurar a través de las generaciones y manifestarse en comportamientos y actitudes colectivas, incluso después del fin del régimen represivo. En el caso de Chile, la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) impuso un toque de queda nocturno y prohibió las reuniones en la noche, lo que generó un clima de miedo y represión constante.
Durante los años de la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile, la vida cotidiana de los chilenos estuvo marcada por el temor a la represión, con controles estrictos que afectaron profundamente las interacciones sociales y la vida pública y en la vida personal hasta en la forma de hablar en tono bajo, o de vestirse y de cortarse el cabello.
La imposición del toque de queda no solo limitó la movilidad y la libertad de reunión, sino que también creó un ambiente de vigilancia y miedo constante, donde cualquier transgresión podría tener consecuencias severas.
Tras el retorno a la democracia, estos miedos y comportamientos adquiridos durante la dictadura no desaparecieron de inmediato. La población había internalizado ciertas normas de autocensura y precaución, lo que se reflejó en la falta de actividad nocturna y en la resistencia a participar en reuniones o eventos después de cierto horario. Este fenómeno puede ser visto como una manifestación de la transmisión intergeneracional del trauma, donde estas experiencias vividas durante el régimen represivo continuaron influyendo en el comportamiento colectivo, incluso ya en un contexto democrático.
El terrorismo de Estado es una práctica abominable que se ha manifestado de diversas formas a lo largo de la historia, dejando tras de sí un rastro de sufrimiento y destrucción. Desde una perspectiva psicológica, los efectos de estas prácticas son demoledores y duraderos, afectando a generaciones enteras. Es, en última instancia, una forma de abuso de poder que debemos seguir combatiendo, para evitar que resurja, con acciones concretas que promuevan la justicia, la paz y la defensa de la dignidad humana.
El origen…
El término «terrorismo de Estado» surgió por primera vez en la Francia revolucionaria, específicamente durante el período conocido como el «Reino del Terror» (1793-1794). Durante este tiempo, el gobierno revolucionario, bajo la influencia de figuras como Maximilien Robespierre, implementó un régimen de represión extrema, utilizando el miedo y la violencia como herramientas para consolidar su poder y eliminar a sus opositores. La práctica de utilizar la violencia institucionalizada para controlar a la población durante la revolución francesa sentó las bases de lo que más tarde se conceptualizaría como terrorismo de Estado.
Definición según Naciones Unidas
La Organización de Naciones Unidas ha condenado consistentemente este tipo de prácticas, especialmente cuando se dirigen contra poblaciones vulnerables o de disidentes políticos. Uno de los aspectos clave en la definición actual es el carácter sistemático de la violencia. No se trata de actos aislados de represión, sino de una estrategia deliberada y planificada que busca perpetuar el control del poder mediante la instauración del miedo y la inseguridad en la población. Esta definición se ha aplicado en múltiples contextos a lo largo del siglo 20 y 21, incluyendo regímenes totalitarios y dictaduras militares en Europa, América Latina, África, y Asia.
Históricamente, varios imperios, países y regímenes han sido categorizados como practicantes del terrorismo de Estado debido a sus métodos de represión y control de la población.
Durante su expansión, el Imperio Romano utilizó la violencia extrema y la represión para someter a las poblaciones conquistadas. Las crucifixiones masivas y las ejecuciones públicas en el Coliseo eran comunes para disuadir cualquier tipo de rebelión social, política o religiosa. Aunque el concepto de terrorismo de Estado no existía en ese momento, las tácticas utilizadas por Roma encajan dentro de esta categoría.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
Bajo el liderazgo de Stalin, la Unión Soviética (URSS) practicó lo que hoy se consideraría terrorismo de Estado. Durante el período conocido como la “Gran Purga” (1936-1938), el régimen soviético utilizó la violencia sistemática, ejecuciones sumarias y el envío de millones de personas a los “gulags” de Siberia para consolidar el poder y eliminar cualquier oposición.
Alemania Nazi
Durante el “Tercer Reich”, el régimen nazi, liderado por Adolf Hitler, implementó un sistema de terror estatal que incluyó la persecución permanente de judíos, gitanos, comunistas, homosexuales, y otros grupos considerados «indeseables». La Gestapo, la policía secreta nazi, utilizaba el miedo, la tortura y las ejecuciones para mantener el control. Tras la Segunda Guerra Mundial, los juicios de Núremberg condenaron las prácticas nazis como crímenes contra la humanidad, aunque el término «terrorismo de Estado» no se utilizaba formalmente en ese entonces.
Las dictaduras militares en América Latina
Durante las décadas de los ‘70 y ‘80, varios países latinoamericanos, como Argentina, Chile, Brasil y Uruguay, bajo regímenes militares, practicaron lo que se conoce como terrorismo de Estado. Estas dictaduras implementaron campañas de represión, tortura, desaparición forzada y asesinatos de opositores políticos. La «Guerra Sucia» en Argentina y el «Operación Cóndor» son casos claros de cómo estos regímenes utilizaron el terrorismo de Estado para mantenerse en el poder. Varios de estos países han enfrentado juicios y condenas internacionales por sus acciones. En Argentina, exmilitares han sido juzgados y condenados por crímenes de lesa humanidad relacionados con el terrorismo de Estado, en contra de los chilenos que sufrieron los rigores del régimen militar incluyendo mujeres en la cárcel y niños secuestrados.
La Camboya de los Jemeres Rojos
Bajo el liderazgo de Pol Pot, el régimen de los Jemeres Rojos en Camboya (1975-1979) llevó a cabo un genocidio en el que murieron alrededor de 1.7 millones de personas, a través de ejecuciones, trabajos forzados y hambruna. El régimen utilizó este terror para eliminar cualquier oposición y transformar la sociedad camboyana según sus ideales comunistas extremos. Luego de la caída del régimen, líderes de los Jemeres Rojos fueron juzgados por crímenes contra la humanidad en tribunales internacionales. Aunque se utiliza más el término genocidio, las tácticas empleadas fueron consideradas como terrorismo de Estado.
El Irak de Saddam Hussein
Durante su gobierno, Saddam Hussein utilizó la violencia constantemente, incluidas ejecuciones masivas, torturas y ataques con armas químicas, para reprimir a las poblaciones kurda y chiita dentro de Iraq. El ataque con gas sarín en Halabja en 1988, mató a miles de kurdos, en uno de los asesinatos masivos más notorios.
El régimen de Saddam Hussein fue condenado por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio. Sus prácticas encajan dentro de la concepción del terrorismo de Estado y de guerra psicológica porque esas horrorosas acciones se ejecutaban para amedrentar, atemorizar y acobardar al resto de la población.
Condenas internacionales
En términos de condenas formales por parte de la comunidad internacional, varios países y regímenes han sido sancionados o condenados por prácticas que se consideran terrorismo de Estado. Las condenas suelen referirse a crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad o genocidio.
Argentina ha condenado formalmente a varios de sus exmilitares por su papel en el terrorismo de Estado durante las dictaduras militares.
Chile ha enfrentado juicios y condenas similares por los crímenes cometidos durante la dictadura de Pinochet.
Corea del Norte ha sido acusada de practicar terrorismo de Estado por diversas organizaciones internacionales, gobiernos y expertos en derechos humanos. El régimen norcoreano, bajo el liderazgo de Kim Il-sung, Kim Jong-il y actualmente Kim Jong-un, ha sido señalado por utilizar tácticas de represión extrema y violencia sistemática para mantener el control sobre su población y eliminar cualquier forma de disidencia. Este país es conocido por mantener un sistema de campos de prisioneros políticos, conocidos como «kwanliso», donde miles de personas son encarceladas bajo condiciones inhumanas, sometidas a trabajos forzados, tortura y ejecuciones extrajudiciales. Estos campos son utilizados como una herramienta de terror para disuadir cualquier oposición al régimen, el cual ha sido acusado de llevar a cabo desapariciones forzadas y ejecuciones públicas como una forma de intimidar a la población. Corea del Norte ha sido consistentemente imputada de utilizar el terrorismo de Estado como una herramienta central de su autoritario control político y social.
Autoridades de Estado han sido acusados
Adolf Eichmann de la Alemania Nazi fue condenado por crímenes de guerra, y crímenes contra la humanidad. Aunque no fue un jefe de Estado, Eichmann fue un alto oficial nazi responsable de la logística de la deportación masiva de judíos hacia los campos de exterminio durante el Holocausto. Fue ejecutado en 1962.
Slobodan Milosevic fue acusado por crímenes contra la humanidad y genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. Milosevic, presidente de Serbia y de la República Federativa de Yugoslavia, fue imputado de ser responsable de las atrocidades cometidas durante las guerras yugoslavas, incluyendo la limpieza étnica y el genocidio en Bosnia, Croacia y Kosovo. Estas acciones involucraron el uso del terror estatal contra poblaciones civiles. Murió en 2006.
Charles Taylor de Liberia fue acusado por crímenes de guerra, y crímenes contra la humanidad por el Tribunal Especial para Sierra Leona. Taylor, ex presidente de Liberia, fue culpado de apoyar a grupos rebeldes en Sierra Leona que llevaron a cabo una campaña de terror contra la población civil, incluyendo mutilaciones, asesinatos y explotación sexual. Aunque estas acciones ocurrieron en Sierra Leona, Taylor fue considerado responsable por su apoyo y complicidad. Fue condenado a 50 años de prisión en 2012, convirtiéndose en el primer jefe de Estado en ser condenado por un tribunal internacional desde Núremberg.
Radovan Karadzic de la República Srpska (Serbia) fue acusado también de crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, y genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY). Karadzic, líder político de los serbios de Bosnia durante la guerra de Bosnia, fue incriminado de orquestar el genocidio de Srebrenica y otras atrocidades contra musulmanes bosnios. Su régimen utilizó tácticas de terror, incluida la limpieza étnica, para perseguir sus objetivos políticos. Fue condenado a cadena perpetua en 2019.
Omar al-Bashir de Sudán fue acusado por Genocidio, crímenes de guerra, y crímenes contra la humanidad, por la Corte Penal Internacional (CPI). Al-Bashir, presidente de Sudán, fue cargado penalmente de orquestar genocidio y otras atrocidades en la región de Darfur, donde el gobierno sudanés y las milicias aliadas llevaron a cabo una campaña de terror contra la población civil, resultando en cientos de miles de muertes y desplazamientos. En 2009, la CPI emitió una orden de arresto contra al-Bashir, siendo el primer jefe de Estado en activo en ser acusado por este tribunal. Aunque fue derrocado en 2019, todavía no ha sido entregado a la CPI para su juicio.
Augusto Pinochet de Chile fue querellado por Crímenes de lesa humanidad, tortura, y terrorismo de Estado. Aunque no fue juzgado por un tribunal internacional, fue arrestado en Londres en 1998 a petición de España bajo acusaciones de crímenes contra la humanidad. Durante la dictadura de Pinochet (1973-1990), el régimen chileno implementó un sistema de represión que incluyó desapariciones, torturas y asesinatos de opositores políticos. Pinochet fue liberado por razones de salud y regresó a Chile, donde enfrentó varios procesos judiciales hasta su muerte en 2006, sin haber sido condenado.
Hissène Habré de Chad fue acusado por Crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, y tortura en los Tribunales en Senegal, auspiciados por la Unión Africana. Habré, ex presidente de Chad fue inculpado de dirigir un régimen de terror durante su gobierno (1982-1990), que resultó en decenas de miles de muertes y la tortura de opositores políticos. Fue condenado a cadena perpetua en 2016, en un juicio considerado un hito para la justicia en África.
Aunque tarde, la justicia prevalece
Estos casos evidencian que, aunque el camino hacia la justicia puede ser arduo y hasta tortuoso, la comunidad internacional está sentando precedentes firmes para responsabilizar a jefes de Estado, dirigentes de gobierno y a sus autoridades civiles y militares por prácticas de terrorismo de Estado y otros crímenes atroces. Los juicios a los responsables de crímenes de lesa humanidad no solo tienen el objetivo de castigar a los perpetradores, sino también de enviar un mensaje claro y poderoso: los autócratas y dictadores, presentes y futuros, enfrentarán consecuencias inexorables por sus acciones…
María Mercedes y Vladimir Gessen son psicólogos. Autores de Maestría de la felicidad y de ¿Quién es el Universo?