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El antipartidismo sólo le conviene al régimen del terror, a más nadie.

No es posible ser opositor al poder establecido y proclamarse antipartidista. A menos que usted sea militar activo o piense como militar. Si es militar activo, al menos en el papel, usted no puede inclinarse a ninguna orientación política, porque usted está al servicio de todos los venezolanos, la Constitución y las leyes. Si piensa como militar, entonces cree todavía que mediante el uso de armas es la única vía de dirimir esta diatriba, esta encerrona que padecemos.

Pérez Jiménez aborrecía, dicho por el, la sola existencia de los partidos políticos. Es lógico. Alguien que llegó al poder sin elecciones y que quería mantenerse en el sin ellas, no podía creer en la habitual dinámica democrática: en la vida de los partidos. Aunque generó un parapeto con fines de finta electoral, no creía, ni quería para nada, el desarrollo de una dinámica política. Basado, desde luego, en el «aquí mando yo» o Yo el supremo, de todo dictador. En su haber estuvo, para el demostrarlo fehacientemente, la proscripción y persecución del Partido Comunista y de Acción Democrática.

En ese Yo el supremo, o Tirano banderas, o con la ficción que quieran remedarlo, anda el régimen actual. ¿Como a estos les puede convenir la dinámica partidista? La proscripción no les sienta bien, se verían como acentuando su violación de los derechos humanos y ellos se han encargado, claro, de mantener una imagen impoluta en ese sentido de preservar los derechos a opinión, a asociación y a expresión. Por ello, solamente han despedazado partidos, infiltrado partidos, arrebatado símbolos de partidos, matado o perseguido líderes hasta la prisión o la expulsión del país, mientras usan la inhabilitación como herramienta para limitar a otros y la amenaza en procura de neutralizar. Resultan más elaborados, con el mismo fin: acabar con los partidos.

De allí que, muy a pesar de que algunos de los líderes pudieran no haber dado la talla que de ellos se esperaba, lo peor para la vida democrática del país es alentar, del modo que sea, el discurso del antipartidismo. En una reunión, el año pasado, acerca de la situación del país, intervine para solicitar respaldo a los partidos políticos, la respuesta, afortunadamente no de todos los presentes, fue de rechazo, de repulsa verbalizada: ¿Cómo? El tiempo me va dando poco a poco la razón en la dinámica diaria. Menos mal.

Porque la orientación que va teniendo la Plataforma Unitaria, aunada con la de la Comisión Nacional de Primaria, va despertando de nuevo el acendrado interés ciudadano por la actividad partidista, por la incorporación a la lucha unidos con propósitos comunes. El primero de ellos el de gestar la vuelta a la democracia. El combate, pues, es contra el régimen, pero también contra el antipartidismo que él usa como manera fundamental para acallar las posibilidades en su contra. Por lo tanto, seguiré enfrentando en todo terreno -e invito a que en eso me acompañen- el discursito prorrégimen de «estas acciones se efectúan sin los partidos políticos», hipócrita planteamiento de algunos desaforados en las protestas laborales, por ejemplo. Dude de quien así le diga. Por dos razones, porque la mayoría de los líderes de esas movilizaciones forman parte importante de los partidos o porque son agentes simulados o no del régimen.

Abrazar la bandería de los partidos políticos nos dará más democracia desde lo más profundo. Y viceversa. Por tanto, fortalezcamos los partidos, las primarias, como elemento fundamental de la movilización política y combatamos permanentemente, como si del régimen del terror se tratara, como se trata, el antipartidismo. Será lo más saludable en estos momentos de fragilidad e inestabilidad. Esto para quienes el objetivo es la liberación. Los otros están allá, en la otra acera, mirando la dinámica, el peligro que los acosa.


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