Como una copia al carbón de las viejas prácticas de Cuba, la usurpación venezolana activa una frenética campaña propagandística con el afán de ganarse para sí los logros de los atletas venezolanos en las Olimpiadas de Tokio.
Se ha dicho que el deportista venezolano que dedicó su medalla de plata al finado, lo hizo debido a la política de coerción que aplican los sistemas de opresión como el que vivimos en Venezuela.
Lo cierto es que el régimen estructuró una campaña comunicacional para tratar de lavarse el rostro a través de la acción de los atletas. Ellos piensan –erróneamente– que los venezolanos olvidaremos la inflación, el caos y el hambre así como así.
Estos olimpiadas pasarán –más allá de la celebración de las medallas que acumulemos y de los récords que logró nuestra Yulimar Rojas– y los venezolanos regresaremos al mismo estado, a la misma situación de oposición ferviente en contra del modelo que encarna el señor Nicolás Maduro.
Más allá de las fotos de los ganadores, de los videos, de los mensajes de felicitaciones publicados por las redes sociales, por encima de toda esa comedia, el país sabe quiénes son los culpables de sus tragedias y de sus necesidades.
Los ciudadanos saben que las alegrías que nos regalan nuestros atletas son producto de su constancia, disciplina, de su coraje y de su fortaleza; los venezolanos saben lo que pasan los deportistas en este país, saben de la tragedia para entrenar y mantenerse en óptimas condiciones.
Nuestra sociedad sabe reconocer que nuestros héroes deportivos están haciendo historia a pesar de este régimen que los acorrala, los amenaza y que luego pretende llevarse las glorias conquistadas por nuestros muchachos.
Maduro y su gente se quedarán con las ganas, porque el país no se come ese cuento.
Aquí todo el mundo entiende que los deportistas, como todo el resto del país, sufren las consecuencias de un sistema de gobierno que se basa en el hambre, la corrupción y el caos.
La propaganda olímplica desatada por la usurpación no llega a ninguna parte, pues ningún mensaje, ninguna foto de esas que publican en Instagram, le quita el hueco en el estómago a decenas de miles de venezolanos que se acuestan sin cenar todos los días.
Los discursos de los enchufados no le dan esperanza a nadie, ni siquiera aquellos que se centran en las Olimpiadas. Ellos saben eso; sin embargo, no dejan de usar ese tipo de «balas» por si acaso alguna dispara y les funciona de alguna forma, rogándole a Dios que algo pueda cambiarle ese destino que ya le luce marcado en su frente.
Más allá de su propaganda, la verdad emerge con fuerza.
Más allá de sus mentiras y de sus manipulaciones, está una ciudadanía que sabe dónde está parada y que se abre camino a sí misma, por encima de las calumnias, de las medias verdades y de las falsedades transmitida por los medios que controla la usurpación.
Sin lugar a dudas, a la usurpación venezolana hay que darle la medalla de oro en farsas y engaños. ¡Punto!