Con el comienzo del nuevo año 2025, con las pertinaces lluvias que se
desparramaron sobre La Sultana del Guarapiche, como se le conoce a la
ciudad donde resido desde hace más de un cuarto de siglo, Maturín, la
otrora “ciudad distinta”, me entregué a meditar y a ratos a
reflexionar por espacios breves sobre los propósitos y metas que
presuntamente me debía fijar para el Año Nuevo que recién adviene a
las listas interminables de los calendarios que rigen la civilización
judeo-cristiana occidental. Entre las cosas que se me cruzaron por la
febrilidad de mi calenturienta mente de viajero inmóvil, pues esa
pretensión me anima como lector irredento que presumo ser desde hace
no sé cuántas y soles; repito, estuvo no prometer asuntos que no voy a
cumplir a nadie. Por ejemplo, escribir por encargo de empresas
editoriales para rellenar “prólogos”, “solapas”, “sinopsis” y
“resúmenes de libros” a cambio de unas escuálidas monedas, obviamente
ya no va más. Con el inicio del nuevo año me tentaron y guiñaron el
ojo no pocas promesas que casi seguro estoy no cumpliré o mejor dicho
no cumpliré del todo y si llegare a cumplir con toda seguridad lo haré
a medias. Dentro del tráfago de promesas que merodearon mi mente
subrayo apenas unas pocas que se salvaron del naufragio de
disquisiciones y soliloquios que tomaron posesión de mi atolondrado
espíritu metafísico aventado a lejanos exilios de continentes de
libros y enciclopedias reales e imaginarias que permanentemente están
poblando mis insaciables deseos de viajero insomne.
Y puestos a “prometer” (como antes dije) prefiero prometerme continuar
con mi irreductible vicio, a estas alturas de mi vida, incurable de
leer más que escribir. Leer y releer para mi, para mi exclusivo uso,
goce y disfrute de ese bien del espíritu que es salirse de uno mismo,
ser otro con otros (Rimbaud) en el tenaz encono de transformarme a mi
mismo para cambiar el mundo. Porque, a decir verdad, si yo no cambio y
modifico mis hábitos y costumbres de ver y beber el mundo con mis
ojos, entonces qué sentido tiene “gastar pólvora en zamuro”
pretendiendo falazmente intentar cambiar la vida y “transformar el
mundo” dejando intacto los cimientos que sustentan el tinglado óntico
que da pertinencia al vasto y ancho y desconocido cosmos o realidad
macro-cósmica que nos contiene en su incesante devenir.
Junto con los libros que inexorablemente me esperan para ser tocados,
olisqueados, acariciados, colocados entre mi pecho con inusitada
devoción y leídos y releídos y también en algunos casos subrayados
para volver a ellos cuantas veces mi mente así lo solicite, escucharé
buena música para el salaz de mi inquieto espíritu. Me prometo oir más
música clásica, quisiera escuchar más sonidos musicales de sociedades
y civilizaciones extintas como los que se conservan de los “carrizos
precolombinos” de nuestras desaparecidas sociedades aborígenes
indoamericanas. Prometo ser más dialogante y conversador con mis
interlocutores y amigos que aún se conservan en la cercana periferia
de mis más caros afectos. Prometo fumar menos y contemplar más los
amaneceres y atardeceres para extasiarme lúdicamente con sus
alucinantes arreboles y policromías del ultramundo. También, eso sí
entre los más insoslayables imperativos estéticos, visitar con mayor
asiduidad a mis “muertos” para saldar cuentas de los olvidos
involuntarios a que fueron sometidos por mi torpeza involuntaria. A
todas mis amistades (amigos de buena voluntad) quedan perdonados si
sintieron que en algún momento del año recientemente fenecido
cometieron alguna falta que lesionó la integridad de la sagrada filía.
“Verba volant escrip manent”.
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