“A man in debt is so far a slave”
R.W. Emerson
“Une certaine quantité de travail amassé et mis en réserve”
Smith
La palabra proletario cuenta con más de dos mil años de historia. En tiempos de la Roma clásica, proletarii eran llamados los ciudadanos de la clase más baja, cuya función principal consistía en la procreación de hijos -prole, precisamente- para ser entrenados como soldados e incorporados en las filas de las legiones del poderoso ejército imperial. Desde entonces, los proletarios han venido cumpliendo con la función de sostener el peso bruto de los cimientos del corpus de toda la sociedad, siendo el gen (las gentes) que garantiza la producción y reproducción (la generación y re-generación) continua del ser social. De tal manera que, ya desde un principio, su labor productiva ha consistido en ser una labor esencialmente reproductiva y, recíprocamente, su labor reproductiva ha consistido en ser una labor esencialmente productiva. Produce reproduciendo, reproduce produciendo. Su única posesión es su propia fuerza corporal, la cual vende para poder vivir. Una transacción de la cual, por cierto, carece de clara conciencia, asumiéndola como si se tratase de una condición natural. En el fondo, siguen siendo los legionarios de siempre. No por caso, forman y conforman el llamado “ejército social de reserva”. Al final, son ellos quienes ponen la sangre, el sudor y las lágrimas. Se trata de una fuerza productiva que garantiza y consolida la reproducción de las relaciones sociales existentes. Vico observa que el mundo de las naciones se sustenta en dos principios, a saber: la mente y el cuerpo de los hombres que las componen, pues “la divina providencia ordenó las cosas humanas con este orden eterno que, en las repúblicas, quienes usan la mente mandan y quienes usan el cuerpo obedecen”. Y, en este sentido, cabe reconocer que el proletariado es el robusto cuerpo sobre el cual históricamente se ha sostenido, y aún se sigue sosteniendo, el mundo de las naciones.
En efecto, lejos de haber desaparecido del modelo económico que fuera impuesto y estructurado a partir de la segunda mitad del siglo XIX en Occidente, la sociedad contemporánea lo ha propiciado y perfeccionado, hasta elevarlo al mayor grado de su realización, al punto de transformarlo en un modelo ideal de existencia. Es así como la sociedad del presente, y con mayor razón la de los países más desarrollados, alienta y promueve la presencia de una amplia comunidad proletaria, cada vez más extensa, diversificada y compleja. Un proletariado, por cierto, muy distante al de las grandes revoluciones industriales del pasado, el desposeído y sufrido personaje acuñado por los fundadores del llamado socialismo utópico que, más tarde, Karl Marx transformara en el centro neurálgico de sus denuncias y elevara a la forma de la Kritik filosófica. Ya no se trata del gen de los fámulos, de los menesterosos, ciertamente. La ratio technica es el instrumento con el cual el gran capital ha hecho posible la sustitución gradual de la antigua escuela de los Legionarios por un gran sistema masificado de instrucción técnica y tecnológica. Un sistema en el cual se forman, o más bien se instruyen, los novísimos -y siempre antiguos- proletarios del presente. Es, virtualmente, la época de la “reproductividad técnica”, como la llamaba Walter Benjamin. Ya no se trata de los espectros ambulantes, dramáticamente descritos en las obras de Dickens. Ni no son Los miserables de Víctor Hugo. En el presente, el sufrido proletariado descrito por Marx va al trabajo manejando un Toyota, un Honda o un Kia. Viven del crédito, en una casa o en un apartamento. Tienen un trabajo que la sociedad valora y, sobre todo, requiere. A veces van a la playa y otras veces a un mall o a disfrutar del último filme de las industrias Disney. No falta el celular ni la “tele”. Casi por inclinación natural, prefieren comer Fast Food en los Mac Donald’s o en los Burger King, aunque no siempre. Es, en fin, el sueño cumplido ya advertido por Marcuse en El Hombre unidimensional.
La historia ha dejado constancia de que el argumento esgrimido por Lenin, según el cual el desarrollo hacia una sociedad auténticamente libertaria sólo podía ser el resultado de la instauración de la “dictadura del proletariado”, ya que el proletariado sería “el único que podría romper la resistencia de los explotadores capitalistas”, se ha puesto en evidencia como un argumentum ad verecundiam, sobre el cual la sociedad de los propietarios ha podido arrojar sus miserias, transmutando la amenaza en su mayor ventaja. Claro que el concepto de dictadura empleado por Lenin -y que ya Marx había sugerido- se correspondía más al de las dictaduras transitorias de la Roma republicana en situación de riesgo que a los interminables militarismos del siglo XX, incluyendo los regímenes ruso del estalinismo, chino del maoísmo y coreano del kimilsunismo, extensiones espurias de las tradicionales formas autocráticas de concebir el poder en Oriente que han sido grosera y grotescamente calcadas, durante los últimos tiempos, por Cuba, Nicaragua y Venezuela. Además de ser un probado criminal de lesa humanidad, el “presidente obrero” venezolano es un visible ejemplo de estafa a una nación en beneficio de la acumulación de capital, cuyo nombre será recordado en los anales de la historia como un palmario modelo de fraude y mediocridad gansteriles. En todo caso, la sociedad proletaria va creciendo a toda marcha, propulsada por el desarrollo sostenido de la ratio technica y la industria cultural, el mayor y más rentable negocio de los últimos tiempos. Un negocio del cual el proletario de hoy no solo es parte esencial sino también uno de sus mayores consumidores. El quantum del mal infinito va signando la ficción cotidiana de su realización y el extravío de sí mismo. La cada vez mayor pobreza de su Espíritu.
@jrherreraucv