Refrescar la memoria para no repetir errores es un ejercicio que imponemos a nosotros mismos recordando principios y valores que deberían inspirar las acciones que encaminen el país hacia una recuperación de su soberanía, identidad e independencia, y que iluminen la gobernanza por un nueva estimulante luz que puede derivar por la determinación y responsabilidad con la cual los ciudadanos solucionan el antiguo dilema que los ha dividido entre la aspiración a la libertad y la tentación del poder autoritario, que en el curso de la historia de la humanidad representa la regla en contra de la “anormalidad” de la democracia pluralista.
Pensar y negociar la convivencia ha caracterizado la modernidad, pero una pulsión, es decir la energía psíquica profunda que orienta el comportamiento enlazado a la estética de la existencia, es el requisito de una posmodernidad que otorga al “espíritu del hombre” un indicio del humanismo fundamentado en las ciencias y en las reflexiones filosóficas, y al ciudadano el sentido de la ética, de la convivencia civil y del Estado.
La confrontación de paradigma ha sido destronada y la disputa ideológica entre liberalismo y socialismo se queda en el pasado, cuando en el presente, tensado por la fuerza pertinaz de lo viejo y la presión de las nuevas racionalidades, emerge la necesidad de redescubrir la identidad del conjunto de la sociedad en sus múltiples manifestaciones. El legado histórico queda cual parámetro de identidad, y las orientaciones ideológicas explicitan su interpretación de las variables económicas y sociales, de la legitimidad y seguridad nacional en la interdependencia que conforma y condiciona la estructura del Estado en su esencia institucional y en las relaciones internacionales.
Es un legado que fundamenta la esencia del ser del Hombre, en su racionalidad. “Cogito ergo sum”, pienso entonces soy, René Descartes había afirmado en 1637, reforzando el postulado del Renacimiento: “Homo faber sui quisque fortunae”, el hombre creador de su propio destino, que en la evolución histórica se transforma en hombre económico, en hombre cibernético, en hombre telemático, en la industrialización digital, en contextos de diferentes niveles de libertad, hasta ser condicionado en su dignidad por expresiones de poder que con la práctica de dictaduras lo degradan a “homo hominis lupus”, el hombre lobo del hombre, así como definido por Hobbes desde 1651, en la significación polifacética, comprensiva de lo económico, lo político, lo social y lo cultural.
En la segunda década del siglo XXI el petróleo ha ofrecido a Venezuela la posibilidad de asumir un rol protagónico del propio desarrollo y salir de las tradicionales condiciones de dependencia tecnológica y financiera, y de contribuir al crecimiento de América Latina marcado por falta de recursos tecnológicos, financieros y energéticos (Celso Furtado, 2003), y potenciar las variables ínsitas en los recursos naturales, que serán disponibles también cuando, en el cercano futuro, la evolución científica de la tecnología del fracking permitirá reducir los costos energéticos de los derivados fósiles, preservar el ambiente y, en competición con las energías limpias, disminuirá los costos de los procesos de industrialización, determinando la sensible reducción del nivel de la pobreza nacional e internacional: se trata de la oportunidad para asimilar y promover como orientación política del proyecto de país y de las naciones suramericanas y del Caribe la integración regional para transformar, según los postulados de la Cepal (1994), “la organización de la producción, el comercio internacional y la inversión en torno a las cadenas globales de valor y regionales de valor”, con la gobernanza propia del valor agregado que determina la distribución de cada una de ellas.
Al contrario, el preciso análisis de Eduardo Hurtado (2018) evidencia cómo los recursos de los venezolanos han sido utilizados por el gobierno social comunista con rigurosos procedimientos que ejecutan estrategias de guerra psicológica, espionaje, entrenamientos, manipulaciones también de la opinión internacional, para condicionar las masas más desvalidas mediantes una ingeniería social por la cual “lo político” asume opciones populistas que se venden como actividades empresariales con promesas de justicia social y falsos ajustes económicos en favor del pueblo. Para soporte se crea la “franquicia cubana”, un inconsistente proyecto de desarrollo endógeno que degenera y destruye el sistema productivo, persigue el control de la población a través del empobrecimiento sistemático, penetra y corrompe la oposición que maneja tácticamente en función del continuismo del ejercicio del poder, y para prevenir y amedrantar hipótesis de cambio defiende el sistema político social comunista organizado mediante la predeterminada debilitación de la Fuerza Armada institucional, su asimilación en el desempeño político, su corrupción, y la organización de hordas paralelas de delincuentes armados, el recurso a fuerzas irregulares especializadas en guerrillas de cualquier origen y proveniencia, el pago de mercenarios: en síntesis, el ejercicio del poder se rodea de instrumentos inconstitucionales para imponer la dictadura como política de Estado que admite y protege la estructuración e influencia, los condicionamientos de un narcotráfico estructurado cual alternativa económica y detención del poder.
Pero la evolución científica del tiempo, el conocimiento y las comunicaciones, las condiciones del nivel de la vida precedentemente alcanzadas empujan el rechazo, la adecuación política, económica y social, y presumen que la nación venezolana, inspirada en su pasado, queda anclada a la sindéresis, a los valores y a la fusión de la ética, estética y política que permitieron a Simón Bolívar formular la visión de la Gran Colombia, es decir de un Estado abierto, amplio, acogedor, iluminista, humanitario, a pesar de las diversiones circunstanciales que tal vez se han transformado en las distorsiones que en la actualidad histórica se presentan bajo actuaciones totalitarias de la izquierda social comunista, impropiamente definida “bolivariana”: es la usurpación de un calificativo que en la valoración ideológica y programática se puede atribuir solo porque realizada en la patria del Libertador y, ciertamente, no a sus ideales y acciones, pues emerge la implícita diversidad de las finalidades dictatoriales que se confrontan con un sistema auténticamente democrático pregonado por los ciudadanos y la comunidad internacional.
Así queda caracterizada la dimensión del conocimiento, de un pensamiento único que asume el valor anti histórico caracterizado por la miopía y el egoísmo de los grupos y proxenetas que persiguen el poder de una izquierda con tendencias populistas, casi irrendentistas; en fin, se llega a la ficción de contraposición y presunción de la mayoría de políticos e intelectuales de derecha y de izquierda que acompañan el proceso inherente por estar comprometidos en la dialéctica de vencedores y vencidos y que con suma hipocresía se sustancia en el interés para el negocio cual parámetro de referencia constante de la acción, olvidando que la prioridad del ejercicio de la política debe ser volcada al bienestar colectivo, en protección de las clases más desproveídas de la población, que se logra solo cuando los factores de producción, los inversionistas emprendedores y los trabajadores pueden desempeñar sus funciones institucionales en función del desarrollo.
Salir de la crisis estructural implica la adecuación de la política petrolera y la innovación del entero sistema productivo para inducir a la definición de un nuevo proyecto de país fundamentado en la diferente tipificación del Estado y de su intervencionismo, cual prioridad estructural de una gestión por la cual se pueda vislumbrar la sustitución de la sociedad rentista con una productiva que enfrenta con absoluta prioridad la descomunal hiperinflación. “Sembrar el petróleo” decía Adriani desde 1936: es una perspectiva que subsiste, entre los múltiples aspectos evolutivos posibilitados por la aplicación de las nuevas tecnologías y el alejamiento de las desviaciones introducidas por el control directo del Ejecutivo nacional y del partido de gobierno. Por consiguiente se anula o se reduce el tráfico de influencia como lo determinado por las facilitades especulativas permitidas por la política cambiaria, de los dólares preferenciales otorgados en el pasado saudita que han incrementado el enriquecimiento ilícito que se intenta esconder detrás de políticas de carácter dialécticamente populista, y se han descuidado aspectos sociales fundamentales como los sanitarios, alimenticios, educacionales, habitacionales, que deben ser regresados al desempeño de organismos gestionados con competencia profesional y no por estructuras que han sido desviadas de sus funciones institucionales y que han sido dejadas en manos político-partidistas extranjeras, tal vez ineficientes e incompetentes como ha sido fehacientemente demostrado en el sector sanitario por presuntos médicos cubanos, en perjuicio de la vida de los ciudadanos.
Una política de cambio debe enfrentar las raíces de los problemas: prioritariamente, se trata de reformular en el Estado venezolano la vigencia del derecho y, por consiguiente, de reponer en sus estructuras institucionales la orientación general del desarrollo del país en los años venideros, por una o dos décadas, mediante una real capacidad de asignar los gastos públicos en el marco de una visión moderna de las relaciones entre los actores sociales públicos y privados y la entera comunidad nacional, con el rigor técnico requerido por la competitividad internacional y la necesidad de redefinir el apego a los principios y valores de la democracia, fundamento de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999.
Determinada por la voluntad política, la disconformidad del ejercicio de poder con la ética ha menoscabado el Estado de Derecho: de modo que es imprescindible otorgar una nueva configuración al valor del Estado y al funcionalismo de las instituciones para que se pueda practicar en lo económico y en lo social el uso apropiado de los recursos materiales, financieros y humanos y así empujar una recuperación del sistema productivo, limitar la pobreza y elevar el nivel de la vida de la población, mediante una leal y franca cohesión del desempeño entre el sector público y el sector privado, aunados en una sinergia sin la cual la búsqueda de una posible recuperación, que requiere los esfuerzos y sacrificios de todos, se resolvería en una ulterior utopía y frustración.
El reconocimiento propio de la dignidad del hombre se fundamenta en la estructura de la sociedad definida por los preceptos de las leyes, en la múltiple valoración de la libertad y de la justicia social: estos son reales factores de civilización, no la apariencia a la cual pueden ser reducidos para satisfacer las exigencias instrumentales de un proyecto de cualquier orientación ideológica o política, máxime de un social comunismo expresión obsoleta que en la historia ha producido lágrimas y sangre, hasta inducir un revisionismo que después de la caída del Muro de Berlín de 1989, con la aceptación de la economía de mercado, propone una reformulación ideológica y programática de la proposición política y de la concepción del Estado en su actuación interna y en sus relaciones internacionales, a pesar de su metamorfosis constante determinada por la adecuación a las estrategias geopolíticas para expandir y mantener áreas de influencia.
De la confrontación de los postulados ideológicos, políticos y programáticos que califican el trabajo y permiten la explotación de las ventajas comparativas y competitivas deriva la asimilación metodológica en el sistema productivo de las especializaciones tecnológicas que caracterizan la competitividad en el mundo globalizado, en el cual la significación del término “colectivo” se afirma a través de la prioritaria afirmación del término “individual” en los límites lógicos y epistémicos determinados por el conocimiento y el redescubrimiento del patrimonio cultural que imprime las características de identidad y que permite superar la estática de la sociedad rentista.
En síntesis, frente a los apáticos, los irresponsables, loe especuladores y los portadores de intereses ajenos, hemos otra vez evidenciado los requisitos para crear una sociedad productiva fundamentada en el conocimiento y que emergen como hilo conductor para determinar la autonomía de la nación, el alcance de su soberanía, la selección de las relaciones internacionales bilaterales y multilaterales en conformidad con la tradición y la cultura, sin desconocer la diversidad y pluralidad con las cuales se presenta en el mundo globalizado la evolución de las relaciones internacionales. En un contexto en el cual la declinación de las grandes centrales ideológicas y el desvanecimiento de las instituciones estatales han alejado de Venezuela el encuentro entre razón sensible y razón instrumental, las características morfológicas, económicas, políticas, sociales y culturales que se desprenden del modelo de desarrollo liberal democrático o social democrático se confrontan con el proyecto revolucionario social comunista por el cual el país ha disminuido progresivamente, hasta perdido la soberanía de la nación, ha aumentado su dependencia y se ha transformado en sujeto sometido al extranjero y a grupos de poder de malfetría mafiosa, delincuencial, narcotraficante.
A los venezolanos les queda la responsabilidad de la escogencia y dimensión del cambio, la búsqueda de la recuperación de la propia identidad histórica a través de una confrontación inevitable entre demócratas, los defensores de la libertad, y los adeptos al pensamiento único, defensores de la vocación totalitaria, en el intento de encontrar una hipótesis de supervivencia y de recuperación del país.
Cada cual tuvo entonces un origen distinto. “Yo sé dónde acabaron nuestras revoluciones, ¿pero dónde empezaban nuestros sueños? Si empezaron por culpa del dolor, hay motivos recientes para seguir soñando. Si empezaron por culpa de nuestra envenenada estupidez, se puede seguir soñando, pues también hay motivos” (Luis Garcia Montero, 1994).
En cualquier caso se impone la recuperación de los valores éticos y estéticos que soportan la dignidad del ser del hombre en el trabajo y en el Estado de Derecho, y que permiten la autodeterminación con la cual la sociedad entera, en su reconquistada unidad y en la diversidad garantizada por el sistema democrático, afirma la soberanía nacional, en paz, libertad, derecho y justicia, a través del compromiso asumido para su crecimiento y desarrollo.
Ya desde 1605 Miguel de Cervantes indicó el camino: “La libertad, Sancho, es uno de lo más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”