Hace años, Julio Anguita puso de moda una frase, sobre la desnaturalización de la política española, ante el abuso del lenguaje, el exceso de ideologización y el vaciado de contenidos objetivables, especialmente en campañas electorales. Exigió la formulación del compromiso de cada partido con los ciudadanos, en una palabra, repetida tres veces: programa, programa y programa. Sobre ese contrato social, económico y político se debatirían y evaluarían los resultados. Primaría así la honradez, la decencia de los candidatos y el grado de cumplimiento de sus promesas, por encima de cualquier fuego de artificio.
Los programas han ido cayendo en el reino de la nada. Tienen menos lectores que las cuentas generales del Estado. Así el elector toca «de oído», y el candidato sabe que nunca podrá exigírsele el cumplimiento de su responsabilidad. Pero ¡hágase la luz! apareció el debate y una especie de «debatitis» sacude la sociedad española, de cara a las elecciones generales del próximo 23. Pero ¿sobre qué debatir? Un debate electoral se justifica por el objetivo de facilitar al votante la mayor información posible, basada en datos veraces, defendidos por los representantes de las distintas formaciones y argumentadas con el mayor rigor.
Pero ¿qué confianza puede ofrecer un candidato que, descubiertas sus innumerables mentiras, ante la contundencia de las pruebas, declara que lo que viene haciendo, un día sí y otro también, no es mentir sino cambiar de opinión? Un personaje que después del batacazo del 28 M llamó inmediatamente a la movilización progresista, para el 23 J, con el fin de mantener «la mejor España»; avanzar cuatro años más o, por el contrario, retroceder cinco, diez o cuarenta. Curiosamente el citado Anguita no tenía gran estima por el progresismo, al que consideraba el sumidero de las ideas de la izquierda y, personalmente, un insulto. ¡Que una vacuidad como la «progresía» siga presentándose como seña de identidad positiva, obliga a pensar si nuestros políticos son los causantes de la degeneración de la vida pública, o es la creciente incapacidad intelectual de nuestra sociedad la que lo demanda!
Sánchez, para evitarnos el sufrimiento de un gobierno Feijóo-Abascal, ofrece como señuelos más llamativos 5.000 millones de euros para la «hucha» de las pensiones; un smi, equivalente a un 60 por 100 del salario mínimo; veinte semanas de permiso, «paterno» o «materno», por cada nuevo vástago, … y una política económica basada en la responsabilidad fiscal, justicia social y reformas estructurales de futuro. ¡Bien! A esto se le irán añadiendo otras ocurrencias.
Feijóo, por su parte, presenta un programa de 365 propuestas, ¡casi nada! Le faltará tiempo para recomendarle a la presidenta de Sumar la lectura de La defensa de las mujeres desde el plano de la igualdad, de otro Feijóo, el de Casdemiro. Tratado que comenzaba con una frase que también recogería Vox, y tal vez la «rojiparda» nueva portavoz de Yolanda: «…defender a todas las mujeres viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres…».
Me atrevería también a pedirle a Alberto que, recomendara a la presidenta de Sumar la inclusión en sus listas de doña Isabel de Joya, mujer muy docta; Luisa Sigea, que además de erudita en Filosofía, hablaba y escribía cinco lenguas; Olivia Sabuco de Nantes, natural de Alcaraz, de sublime penetración y elevado numen, en Materias Físicas, Morales y Políticas,… ; Fernanda Ferreyra, políglota y poeta,… que sustituirían sin desdoro a la defenestrada Irene y su círculo de confianza. Lo cual facilitaría mucho la labor de un futuro presidente de gobierno. Aunque la señora Díaz ha encontrado a Elizabeth Duval, mujer trans, graduada en Filosofía y Letras, a la que ha convertido en portavoz en materia de feminismo, igualdad y derechos y libertades del LGTBI. Prolífica autora que asegura, desde la órbita del posmarxismo y de cierto sentido de la soberanía popular, que buscará impulsar un feminismo abierto, dialogante e integrador. Convencida que una de las labores de quienes escribimos «opinión» ha de ser contrastar y cotejar la de los demás. Porque así nos deshacemos del «desmentido absoluto» o de la «pretendida objetividad», logramos manejar la «obturación», considerar la apertura …
A estas alturas Sumar no ha cerrado su programa. Lógico, porque puede que tenga pocas ideas, pero bastantes intereses. Y por ahí ha tenido que atender a lo prioritario, fijando la cantidad de 20.000 euros, como parte de la «herencia universal», para cada joven al llegar a los 18 años. Parece una medida de gran atractivo electoral, comparada con los 400 euros del bono cultural, con los que Pedro apuntaba indirectamente al mismo fin, y que luego el mercado situó el precio del voto entre 50 y 200 euros. A la vista de los debates, aceptados por unos y no por otros, nos tememos que estos se conviertan en la prolongación del engaño hasta el límite máximo.
Artículo publicado en el diario La Razón de España
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