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¡Profesor!

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Monumento al Magisterio, Pachuca, México

A la voz de «¡profesor!», me volteo entusiasmado para vivir, como ha ocurrido en múltiples oportunidades y en muchos sitios, el saludo entusiasta de algún exalumno. Qué decepción, la salutación no era para mí. Me percato de que ese grito de saludo efusivo, de quien fuera en alguna oportunidad ocupante de un asiento del aula universitaria de mi clase, no lo recibo desde hace varios meses, y hasta años. Fui invadido por un sentimiento extraño, no fue nostalgia, no era una tristeza melancólica de buenos recuerdos que se han perdido. La decepción inicial fue inmediatamente sustituida por la serenidad de la satisfacción de haber cumplido etapas, de haber compartido durante más de 35 años con colegas que me honraron con su amistad, con estudiantes que me dieron la satisfacción de saber que fue útil la información o el consejo recibidos, de compenetrarme con los diferentes actores del recinto universitario con quienes atravesé momentos y horas de labores, esfuerzos, entusiasmo y diversión.

Hoy, luego de toda una vida dedicada a la docencia, jubilado desde hace varios años, puedo afirmar que, si la existencia del ser se mide por sus vivencias, he vivido pues conocí en la universidad, tanto en el aula como en los pasillos, a hombres y mujeres con quienes con satisfacción he compartido, fraternizado, sufrido y disfrutado los acontecimientos que sólo en las academias se presentan. He visto y vivido las emociones en su máxima expresión en las defensas de trabajos de grado, las felicidades al límite en las graduaciones, el temor al fracaso por las vicisitudes de la vida y el regocijo de su superación, la nobleza del brillante colega adornado con su humildad y sencillez, el sacrificio del pobre y desamparado estudiante, la prevalencia de lo espiritual y humano. Una infinidad de hechos que hicieron fácil la llegada y muy difícil la partida.

Hoy, al oír la voz de «¡profesor!», sin importar su procedencia y para quién va dirigida, felizmente la tomo, pues expresa el regocijo de un alumno al coincidir con el apreciado maestro. Un reflejo y un eco de las infinidades de veces que fue dirigida a todos los profesores, algunos ya ausentes; así como la proyección de mayor cantidad de veces que será dirigida a los dignos hombres y mujeres que siguiendo el legado de aquellos, han asumido o emprenden la noble tarea de dar conocimiento y formación como principal misión en su existencia.

 

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