El pasado 1 de enero se cumplieron 46 años desde que a Carlos Andrés Pérez y el partido Acción Democrática se le ocurrió la maniobra política que un par de décadas más tarde asesinaría la democracia venezolana: nacionalizar el petróleo.
Los destinos de los venezolanos de la última generación están profundamente ligados al oro negro, el petróleo está en nuestras venas, casi resultaría verosímil que un venezolano se corte y en vez de sangre, tenga petróleo. Ser el país con la mayor cantidad de este poderoso recurso, lejos de ser una bendición, se ha convertido en una pesada carga, en una maldición, desde que los políticos descubrieron que ese dinero enterrado podía absorberlo el Estado, se olvidaron de gobernar, de gerencia y administrar, ya no había más razones para procurar innovar, formar planes sustentables de autoabastecimiento, y un largo etcétera, todos los problemas de la vida cotidiana del venezolana serían resueltos por el petróleo, y el político, solo debía procurar “repartirlo bien”, meterse un buen pedazo a los bolsillos, pero “ser justo” en las migajas.
Evidentemente esto fue una bomba de tiempo que no terminó nada bien, Carlos Andrés Pérez se dio cuenta de la estupidez que cometió en el año 76 y trató de remediarlo años después en una segunda presidencia, pero ya los venezolanos estaban hechizados de ese mal facilista, acomplejado, socialista y enfermizo, ya daban por sentado que el Estado debía encargarse de ellos, y que no podían dejar de chupar la sangre del petróleo, la sociedad venezolana se había transformado en una sociedad parasitaria.
A Carlos Andrés Pérez el futuro presidente Hugo Chávez trató de derrocarlo, no una, sino dos veces en 1992, y aun así, desde el extinto Senado, los parlamentarios aplaudían al Chávez golpista y abrieron la puerta para que entrase al país, ya no el socialismo vegetariano, sino el carnívoro, que iba por todas a apropiarse hasta de la voluntad de los venezolanos.
Pasa que, 46 años después de esta enorme y compleja catástrofe, que ha expulsado a más de 5 millones de venezolanos de su tierra, y que además ha sumido al país a la peor crisis humanitaria y económica jamás recordada por una nación que no se encuentre en una guerra, muchos venezolanos siguen sin comprender el por qué Venezuela está como está, y esto se debe en gran parte a los partidos políticos.
El discurso populista en Venezuela no solo no se ha reducido como consecuencia del chavismo, sino que se ha incrementado, pues los partidos políticos que dicen oponerse al régimen de Maduro, lejos de criticar sus políticas sociales y económicas, las aplauden, y prometen exactamente lo mismo que el chavismo, solo que dicen que “ellos sí lo harán bien”.
La estupidez colectiva propiciada por la clase política venezolana no ha permitido que la renta del país se diversifique, hoy Venezuela es un país enteramente dependiente del petróleo, y el resto de las riquezas de la nación, han sido sistemáticamente obviadas.
Lo cierto es que un Estado eficiente que deje atrás el modelo de subsidios y sepa apuntalar la empresa privada otorgando los beneficios necesarios al emprendedor y al capitalista, puede sacar a Venezuela adelante, y convertirla de nuevo en uno de los países más ricos del mundo, incluso hasta cerrando todos los pozos petroleros del país. Sí, los venezolanos nos podríamos dar el lujo de cerrar todos los campos petroleros, y aun así alcanzaríamos niveles de prosperidad elevados si cambiamos de sistema político y económico.
El país necesita urgentemente de reformas de fondo, corregir todas las fallas de origen, y no solo sustituir franelas rojas por franelas naranja, solo en un mundo muy maniqueo se puede concebir que este cambio de franelas podría generar un verdadero cambio.
En ese sentido, lo primero que debe asegurarse en Venezuela es la seguridad jurídica en el país, ninguna reforma tributaria, laboral, política o económica surtirá efecto, si en primer lugar no se asegura a los inversionistas que el país volver a ser un lugar serio y legítimo para hacer negocios. En ese sentido, el discurso populista y socialista no es un buen incentivo para meter el dinero al sistema económico venezolano. Para esto, evidentemente se deben hacer las reformas tributarias y económicas necesarias, pero, además, el discurso político y los lobistas deben acompañar esta agenda de recuperación económica, afirmando y demostrando con acciones que no se implementarán subsidios distorsionadores de mercado, que no se regularán precios, y que no habrá un proteccionismo económico que devalúe las proyecciones empresariales.
Unas reformas que nos ubiquen en la parte más baja de recaudación de impuestos en la región, podría incentivar el cambio de eje de operaciones de grandes empresas a Venezuela, atrayendo grandes capitales y abriendo cientos de miles de nuevos puestos de trabajo, para iniciar la recuperación del país.
En ese sentido, Venezuela también cuenta con condiciones sumamente favorables para todo imperio empresarial, la privilegiada ubicación geográfica es uno de los más importantes, pues cuenta con una larga costa al mar Caribe, está a menos de 4 horas en vuelo de Estados Unidos, y a 8 horas de Europa, razones que lo convierten en un lugar estratégico de ensueño para cualquier negocio de importación y exportación.
Las reformas tributarias se deben acompañar también de reformas laborales, la actual ley del trabajo en Venezuela es opresiva con el emprendedor y quien arriesga el capital. La misma blinda al empleado con recursos que pueden facultarlo de desobedecer infinitamente las órdenes de sus superiores una vez contratado de manera fija, e imposibilita el reemplazo de empleados deficientes o el despido de los mismos, a pesar de cometer faltas graves. Esto propició una caída vertiginosa no solo de la productividad en las empresas, sino también en el número de los puestos de trabajo, pues con estas leyes opresoras el inversionista no tiene incentivos para expandir su negocio; por lo que esto en vez de convertirse en una “defensa” al empleado, se convirtió en un sacrilegio pues lo privó de obtener un empleo.
Eliminar las restricciones arancelarias, generar acuerdos de libre mercado con los principales socios de Venezuela, permitir el flujo de capitales, poner en práctica favores tributarios como los realizados por Colombia en la economía naranja y reacondicionar el sistema jurídico y financiero para atraer capitales, es el paso inicial para configurar una nación prospera. Además, es urgente comprender que Venezuela tiene mucho más recursos extremadamente valiosos, más allá del petróleo.
El turismo debería ser el nuevo oro venezolano, generar planes turísticos y realizar una asertiva campaña en el mundo para visitar Venezuela, deberá ser uno de los enfoques primordiales del cambio no solo de imagen del país, sino del cambio político, sistemático y económico. Desde el gobierno se pueden impulsar campañas para realizar algo único en el mundo: visitar desierto, selva, nieve y volcán debe ser la consigna principal; un plan turístico con alianzas de diversos sectores de servicio privados: transporte, hospedaje y comida, para visitar, por ejemplo, Los Roques, Mérida, Médanos de Coro y Canaima, en dos semanas, abaratando precios con alianzas, pueden propiciar un flujo bastante elevado de ingresos de divisas, que a su vez se distribuye a los venezolanos a través del flujo de la economía.
Por ejemplo, Tucacas debería ser un punto central del reacomodo de la industria del turismo, es menester desarrollar un aeropuerto en Tucacas, y reacondicionar el pueblo playero con centros comerciales, centros de recreación, plazas, parques, casinos, hoteles de las principales cadenas hoteleras, y una fuerte inversión en los muelles y sistema de transporte marítimo para el atractivo turístico.
Tucacas tiene todo el potencial y además el espacio para ser un destino más codiciado que Punta Cana, Cancún o Cartagena, y su olvido sistemático solo se explica desde la ineficiencia del socialismo y los gobernantes de las últimas décadas, quienes solo han pretendido tomar el poder para apoderarse del petróleo y financiar misiones populistas a través del mismo.
Urge no solo reacomodar el Estado venezolano, sino empequeñecerlo, librarlo de responsabilidades y a la vez de recursos y herramientas para manipular y pisotear a la ciudadanía, las empresas estatales deben privatizarse, incluyendo a Pdvsa, no solo para recobrar su funcionalidad y operatividad, sino para evitar que vuelvan a instaurarse nuevas tiranías en el país gracias al chantaje y el populismo derivado del gasto público.
Practicando un cambio radical del discurso populista, afianzando las modificaciones urgentes del sistema tributario y laboral, convirtiendo al país en un paraíso fiscal, además de apuntar a la diversificación de la economía para abrir paso a las empresas de innovación, haciendo del turismo un eje primordial, se podría recuperar la economía venezolana en tiempo record, incluso, sin la necesidad del petróleo.
Ahora, evidentemente el petróleo está allí y no lo vamos a sencillamente sepultar, entonces, ¿qué hacer con él? Privatizar, se debe privatizar, el petróleo es de los negocios más rentables del mundo, y debería ser la única industria del país en imponer una tasa tributaria elevada por otorgar el beneficio de extracción y procesamiento; así, sin que el Estado tenga la necesidad de ser el dueño de las empresas que le trabajen, puede recibir un importe elevado de ingresos para el mantenimiento del Estado y el financiamiento de las políticas públicas de turno.
A los venezolanos les quiero insistir, sí es posible cambiar a Venezuela, sí es posible tener un mejor país, pero para ello es menester cambiarlo todo, abordar y resolver los problemas culturales legados de décadas de asistencialismo, acabar con las dádivas, el populismo, los subsidios, y toda la manipulación del Estado a través de recursos públicos. Necesitamos y podemos cambiar, pero necesitamos del aporte, la concientización y el trabajo de todos.
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