OPINIÓN

Privatización de Pdvsa & Muerte del Estado clientelar populista (Venezuela)

por Daniel Arias Alfonzo Daniel Arias Alfonzo

Esta semana se ha producido una noticia inimaginable desde 1976, como lo es el anuncio de una posible privatización de Pdvsa, según han señalado diversos medios de comunicación especializados en materia económica, especialmente la agencia Bloomberg, que inició de manera formal la divulgación de esta información que tiene consecuencias irreversibles desde el punto de vista económico, político y cultural.

En primer lugar, es un reconocimiento al deterioro irreversible de las capacidades operativas y financieras de la industria petrolera en Venezuela y un reconocimiento de la situación de incapacidad financiera del Estado para su rescate.

La deuda aproximada es de casi 140.000 millones de dólares estadounidenses, casi el doble del producto interno bruto del país, que según algunos estaría cayendo este año 2020 a 70.000 millones de dólares estadounidenses, lo que sumado a la virtual ruina de taladros y refinerías por graves carencias de mantenimiento, no hacen exagerado decir que el tiempo está en contra de esta modalidad de intercambio, en el sentido de que cada vez vale menos la empresa por la depreciación de sus activos y la trágica situación de los pagos a proveedores y contratistas.

En segundo lugar, es una ruptura definitiva con todas las manifestaciones políticas de patriotismo económico producto de la nacionalización del petróleo que vienen acompañando el discurso político en Venezuela desde los años cuarenta del siglo pasado, pues se rompe con todos los esquemas, especialmente con los antecedentes históricos de 1976 y 2007, que serían las fechas de las nacionalizaciones petroleras, según el discurso histórico que tenga el ciudadano, sea afecto a la oposición o el oficialismo.

El hecho concreto de entregar las refinerías, campos petroleros, estaciones de servicios y ventas de gas doméstico, gasolina y demás productos refinados a empresas multinacionales, es simplemente un giro tan “revolucionario” en la historia política nacional que nadie hubiese podido imaginar que tal información pudiera surgir en un gobierno que se define “antiimperialista y anticapitalista”, creador y defensor de un nuevo orden económico y social, en el que solo el Estado como único defensor de los pueblos oprimidos, puede participar a través de los gobiernos extranjeros que son aliados a la administración de Nicolás Maduro.

En tercer lugar, crea una situación internacional muy especial, dado que genera un conflicto mucho mayor al existente en el mar Báltico con Alemania, Turquía y Bulgaria, en el sur de Europa, con los oleoductos rusos al introducir dentro de este esquema geopolítico a dos empresas europeas con enorme peso nacional dentro de sus países y que llevarían a conflicto grave las relaciones de estas empresas y sus gobiernos con el de Trump, en un sentido mucho más profundo y problemático que los conflictos con empresas chinas o rusas del sector. En este sentido, debemos destacar la siguiente información básica, acompañada de su inseparable observación política:

Como se puede observar, con estas incorporaciones de empresas italianas y españolas junto con empresas chinas y rusas, es inevitable pensar que se aproxima un choque de orden geopolítico de otro nivel, que siempre en el campo petrolero terminan siendo de enorme impacto social e incluso violencia bélica. Es difícil imaginar cómo puede ser la reacción del gobierno de Trump a este desafío energético y político en un hemisferio occidental que consideran dentro de su área de influencia política y económica, lo cual termina de enredar este conflicto político dentro de la gran mesa de relaciones internacionales muy globalizadas.

Finalmente y no menos importante, dado el peso de esta decisión política, está el hecho concreto de que privatizar la más importante financieramente y estratégicamente desde el punto de vista discursivo de las empresas del Estado, como sería Pdvsa, hace prácticamente inevitable la posterior privatización de las 800 a 1.000 empresas públicas existentes a nivel nacional en manos del gobierno, desatando una ola privatizadora que solo sería comparable al caso argentino de Carlos Menem o el caso ruso de Boris Yeltsin, en los que se desataron todo tipo de situaciones administrativas y financieras.

Estaríamos hablando de la venta de las más de 5 millones de hectáreas agrícolas, aeropuertos y puertos nacionales e internacionales, galpones industriales y empresas operativas aunque estén quebradas, empezando por las empresas de la Corporación Venezolana de Guayana, concesión de autopistas, carreteras y terminales terrestres al sector privado e incluso la privatización del sector bancario, seguro y las telecomunicaciones.

Está demás decir que esta “hecatombe” de empresas estadales implica el paso de millones de empleados del sector público al sector privado. Solamente se salvarían los sectores de educación, salud y seguridad ciudadana, a menos que se presente la voluntad política de reestructuración de estos sectores con la fusión de universidades, cuerpos policiales y entidades de salud.

Lo cierto es que el papel directo del Estado en la creación y asignación de empleos y la conducción de la economía se vería drásticamente disminuido con estas reformas que amenazan con empezar de concretarse la privatización del Pdvsa.