El asunto solía ser al revés. La llegada al poder podía ser una fuente para el enriquecimiento personal o grupal o favorecer a una determinada parcialidad política con el uso privilegiado de fondos y recursos públicos. Contra eso, suponían los creyentes, llegaron los “revolucionarios al poder”, con votos que no se les escamoteó y apoyo institucional. El remedio fue peor que la enfermedad. En la Venezuela de la tercera década del siglo XXI ser corrupto es bueno y merece reconocimiento.
El caso se llama Alex Saab, flamante ministro de Industria y Producción Nacional. El hombre del que se dice que es testaferro de Nicolás Maduro. Saab no requirió llegar a puestos destacados en el gabinete ministerial para vincularse con una red de negocios sin control y sin beneficio público al amparo, eso sí, del poder en ejercicio.
Las investigaciones periodísticas del portal ArmandoInfo, reconocidas dentro y fuera del país, documentan que el empresario nacido en Barranquilla, Colombia, manejó entre 2012 y junio de 2020 —cuando fue detenido en Cabo Verde— una cantidad que oscila entre 8.000 y 10.000 millones de dólares.
Su cartera se nutrió de beneficios del control cambiario, sobreprecio en alimentos, del rédito de empresas de maletín para negociar petróleo y oro venezolano, lavado de activos, en fin. El portal citado, que ha hecho una pesquisa minuciosa de los movimientos de Saab y de sus relaciones con el régimen venezolano desde los tiempos finales de Hugo Chávez, dice que la película aún no está completa. No se sabe todo ni se sabe si algún día se sabrá.
Tras ser extraditado a Estados Unidos desde Cabo Verde, Saab fue liberado en diciembre del año pasado en un intercambio de prisioneros con el gobierno de Joe Biden, además de la libertad de una veintena de presos políticos venezolanos. Fue recibido como un héroe por la cúpula gobernante y en enero pasado Maduro lo nombró presidente del Centro Internacional de Inversión Productiva (CIIP), un organismo creado hace cuatro años a propósito de la Ley Constitucional Antibloqueo.
El CIIP es un instrumento para captar “inversores” a los cuales se les ofrece, según su sitio online, “confidencialidad absoluta” con el objetivo de establecer un esquema de “negocios productivos”. Y, ciertamente, Saab es el hombre de los negocios productivos, al menos para él y su círculo de relacionados.
La llegada de Saab al Ministerio de Industria y Producción Nacional —un área clave en una nación de industrias cerradas y escasa producción— significa la salida del cargo de Pedro Tellechea, coronel del Ejército, una estrella en ascenso que venía de ser primero presidente de Petróleos de Venezuela, luego ministro de Petróleo tras la defenestración de Tareck el Aissami y, desde hace menos de dos meses, titular del cargo que ahora asume el empresario barranquillero, portador, también, de una cédula venezolana.
Tellechea explicó en un mensaje en la red X que “razones de salud”, que requieren su atención inmediata, lo llevaron a tomar “la difícil decisión” de renunciar. Agradeció a Maduro y a la vicepresidenta Delcy Rodríguez por «la comprensión y el apoyo». Saab ya en funciones prometió construir “el (otro) nuevo modelo económico”. Cuando El Aissami renunció al Ministerio de Petróleo se puso a las órdenes del presidente Maduro para impulsar “la cruzada anticorrupción.”
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