Se dice que el inicio fuerte de la secuencia negativa inaugurada el 4 de febrero del 92 fue el mostrar por TV al jefe de la asonada, difundiendo un “por ahora” generador. Punto de agenda prioritario en programas insurreccionales es siempre la ocupación forzada de medios de comunicación, y en primer lugar, los televisivos. En esta misma línea, los regímenes de fuerza (despóticos, totalitarios y semejantes) dan primacía al control total y sistemático de los medios de comunicación social, como primer y fundamental escalón opresivo. Son datos coherentes con la realidad identificada ahora con lo que se suele llamar “sociedad de la información”.
Estos datos obligan a una reflexión sobre la materia, cuando el país se prepara para eventos electorales acompañados arbitrariamente por una manifiesta hegemonía comunicacional, demostrativa del nefasto amaestramiento del pueblo venezolano siguiendo las experimentadas pautas del régimen castro cubano.
Se define con plena razón al hombre como un “ser para la comunicación”. Ello se evidencia en la narración del Génesis sobre la creación. Dios hace un ser parlante, a su “imagen y semejanza”, con el cual establece un diálogo y le encomienda la variedad de otros seres, que son puestos a su servicio. Al parlante se le dará pronto una acompañante de la misma especie.
La comunicación teje la sociedad, que el ser humano desarrolla en el tiempo como historia en virtud de su libertad. Lamentablemente ésta experimentó muy pronto un debilitamiento con la irrupción del pecado (desobediencia de Adán que se reflejará en el fratricidio de Caín), el cual es fractura de una genuina comunicación.
El ser humano siguió siendo un ser libre y, por ende, constructor de su sociedad, la cual constituye un continuum relacional, fundamentalmente comunicacional. Lo sucedido con la Torre de Babel (Génesis 11) es un hecho paradigmático, que puso bien de manifiesto, tanto la soberbia humana, como el papel que desempeña la comunicación en el entramado y devenir sociales.
Antonio Pasquali define así comunicación en su sentido más genuino de deber ser, subrayando los aspectos de igualdad y protagonismo compartido: “el proceso mediante el cual el ente racional, actuando unus inter pares y concediendo total reciprocidad al interlocutor, vectorializa hacia él, en códigos convenidos, un saber o un sentir convertido en mensaje” (18 ensayos sobre comunicaciones, Debate 2005, 48). En esta perspectiva insiste en el derecho a la comunicación -que integra y supera los clásicos de expresión, opinión e información- como innato, inalienable.
Este derecho es primigenio y fundamental en el entramado humano. De modo inmediato y privilegiado se vincula al de la vida. De allí el dicho de que “vivir es comunicarse y comunicarse es vivir”. Muerte viene a ser pérdida de toda comunicación. De allí se puede inferir que el impedir la libre comunicación de un pueblo es una especie de genocidio.
La “domesticación cubana” de nuestro país tiene su manifestación más inmediata y palpable en la hegemonía comunicacional que el totalitario Socialismo Siglo XXI ha impuesto al pueblo venezolano y éste ha venido “pacíficamente” soportando. Los medios han sido engullidos, suspendidos o controlados por el oficialismo. Conatelización en sentido perverso.
En este, como en otros campos, se pone de manifiesto la inexistencia de un Estado de Derecho y la inconstitucionalidad del país. Hecho particularmente grave en tiempos preelectorales, que exigen auténtica libertad en el intercambio de propuestas y tomas de decisión por parte del soberano (CRBV 5), en la práctica efectiva de lo que establece el artículo 57 de la Constitución: “Toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz, por escrito o mediante cualquier otra forma de expresión y de hacer uso para ello de cualquier medio de comunicación y difusión, sin que pueda establecerse censura”.
La urgente refundación nacional ha de tener privilegiada manifestación en el restablecimiento y perfeccionamiento de una libre comunicación.