OPINIÓN

¿Presumible, virtual, ejecutable?

por Luis Beltrán Guerra Luis Beltrán Guerra

Analizar la situación de Venezuela no deja de ser riesgoso, pues la conflictividad es aguda. Tal vez, no sea una de las más inciertas con posterioridad a los doscientos años colonizados por la entonces pujante monarquía española. Pero de que preocupa, no hay dudas, particularmente, si tomamos en cuenta que desde 1821 hemos procurado estatuirnos en un “Estado a cuya máxima autoridad el pueblo elige para un periodo determinado”. Y que lo hace de manera directa, a través de “los ciudadanos” o “indirectamente por vía de sus representantes”. Y que la tarea nos ha sido complicada, no obstante, en apariencia, “lo potable de la metodología”. En nuestras manos, cuesta aceptarlo, sometida a duras pruebas como las confrontadas en la fábula de Sísifo de Albert Camus en El hombre rebelde. Esperanza y fe, virtudes lagrimeando ante las frustraciones.

La crisis, si bien es cierto que no escapa de las que no se comprenden, no únicamente en el entorno de América Latina, sino a medio mundo, presenta algunas particularidades: 1. A una democracia relativamente estable, pues muy pocas en verdad se amparan en una fijeza absoluta, se le derrota a raíz de una manifestación de un presunto “arbitraje castrense”, nada extraño, ya que nos ha acompañado a lo largo de nuestra existencia, 2. La querencia de aquellos sin acceso a las esferas del poder, en rigurosidad, democrático, pero hamaqueado por la vocación humana, que alza una bandera con letras gigantes “El bienestar que se reclama ha de ser el más homogéneo posible”, 3. Perjudicial, por tanto, el gobierno que prosigue intentando resolver con “embusterismo” las contrariedades de aquellos sufragantes, induciéndolos a comprar consignas mesiánicas, bajo la imaginaria apreciación  de la perentoriedad de revocarlos, 4. La pancarta, inclusive, en las sedes parlamentarias, en letras grandes y visibles, de que “hasta cuándo demandaremos eso que llaman “la justicia distributiva”, en realidad fanegas de ofrecimientos, pero, además, décadas tras décadas, y 5. La fábula ante la malograda ofensiva para identificar ¿el por qué?, presuntamente, que Satanás visitó, previa convocatoria, a los partidos políticos, federaciones de empresarios, empleados y obreros y en sus propias sedes, donde se les brindó cama, chinchorro, comida y hasta líquidos alucinógenos en frascos con buenas etiquetas. El menos ubriaco gritaba cuatro semanas después, con su estómago vacío, haber asistido a “una comparsa”, con el perdón de las palabras, pues es duro encontrar otras, “un complot”, alimentado para convertirlo en un torbellino de sinónimos perversos, entre otros, viejas intrigas, maquinaciones, traumas, maniobras y enredos. Y lo más grave, a ellos no hemos podido darle la espalda. La atmósfera, preocupante y hasta triste, muchas veces cuando nos preguntamos ¿qué hacer?, los peticionarios, hoy una gran mayoría y persistentemente. Y en el otro ángulo una minoría que piensa tener la respuesta. El trance, a la fecha, compartido, para gobierno y oposición. Negar la premisa es esconder la verdad y ello no nos lleva a nada bueno.

En los últimos días el prestigioso doctor Miguel Rodríguez, en entrevista con Emilio Figueredo, volvió a recordarnos el programa de gobierno adelantado en la segunda administración del presidente Carlos Andrés Pérez. Nos condujo el ministro a preguntarnos: ¿Pero qué nos ocurrió? Don Miguel expresa que introdujo en el Congreso las leyes para la modernización de la economía, el programa petrolero sustentado en un aumento de 700.000 barriles y la negociación de la deuda en las mejores condiciones jamás vistas. La creación de un fondo sustentado en un programa macroeconómico, el cual de haberse ejecutado, hubiéramos acumulado cientos de millones de dólares, por lo cual su desarrollo lo hubiese ubicado en una de las naciones más avanzadas de América Latina. Pero, adiciona, que “no teníamos nada claro, sincero y real en el cerebro con respecto a lo que debía ser el sistema político”. No sabemos si manifestar que Miguel responde a la pregunta relativa al ¿qué pasó? Pero no hay dudas de que bastante expresa.

El economista Gumersindo Rodríguez, de The London School of Economics, por su parte, atestigua en el libro ¿Era posible la Gran Venezuela (1988)? que “la diferencia entre una democracia civilizada y una semicivilizada, es que, por ejemplo, los ingleses cumplen una Constitución que no han escrito, nosotros escribimos una que sabemos, ni siquiera, que existe. Y recuerda a Andrés Eloy Blanco, “cuando se hace una Constitución se concibe el espejo de un pueblo. Cuando se hace el espejo de un pueblo debe haber un pueblo que se retrate en él”. El exministro en el primer gobierno de Pérez concluye es a las realidades del pueblo y de su poder donde debemos dirigirnos para penetrar la esencia del problema de nuestras instituciones democráticas. De lo contrario, el papel, como dice el pueblo, “aguanta todo”. El analista, igualmente, subraya, con respecto a los obstáculos, que “los partidos fueron utilizados para frenar o neutralizar la implementación de la política de desarrollo económico en marcha”. Las inconveniencias, presentes en CAP I y CAP II. Y Carlos Andrés Pérez, como acotamos en nuestro libro El dilema de Venezuela, presidente 2 veces y entre 2 Rodríguez. El alboroto, el quítate tú para ponerme yo, una de las manifestaciones más típicas de la anarquía que nos ha perseguido. Y sus consecuencias, dolorosas.

Subsumámonos, como experimento, en el escenario actual venezolano, en aras de que alguien nos provea de algunas ideas que coadyuven a amainar la crisis tipificada, entre otros aspectos, por el rechazo de unos contra otros, y cada día más embrollada. Y que respondamos los porqués deambulando en nuestras mentes, ya bastantes atribuladas.  Qué tal el ejemplo de la República de Chile, la real patria del caraqueño don Andrés Bello, el del Código Civil de los coterráneos de Bernardo O’Higgins y autor del trago “Si dame esa vaina”, de los más pedidos por comensales en los menús en los restaurantes de Santiago. Allá, nada más y menos que el general Augusto Pinochet, régimen caracterizado, número uno por ser militar, dos, esencialmente una dictadura y tres, con fuente en un golpe de Estado, procedimiento, como se lee, adelantado en Francia en el siglo XVII, definiéndosele “como actuación, violenta y rápida que desplaza a las autoridades existentes”. Práctica para muchos censurable y censurada, pero que no termina de perder vigencia. En las Américas no sabemos qué hacer con él, pero por allí anda y en cualquier esquina. El gobierno que de él deriva, se escribe, que tiene un origen no estipulado por las normas de la Constitución y leyes. Es difícil afirmarlo, a pesar de la advertencia, pero diera la impresión de que Bello, si residiera en Venezuela, aconsejaría la manera a la cual socorrieron los chilenos a fin de deshacerse del funesto régimen. Nos referimos al “plebiscito”, un portón por donde cupo la democracia, de la cual hoy disfrutan los paisanos del poeta Pablo Neruda, tan bien administrada que hasta el actual jefe del Estado, Gabriel Boric, ha entendido que debemos meditar con respecto a “el sarampión juvenil de la denominada izquierda”. Se escribe que: “El plebiscito constituyó el paso final del largo proceso de institucionalización del régimen militar, que comenzó con la entrada en vigencia de la Constitución Política de 1981. Asimismo, que, para sorpresa de muchos, uno de los elementos distintivos de este proceso electoral, dice relación con la masiva participación ciudadana, luego de más de 15 años de ausencia de votaciones populares, poniéndose de relieve que se inscribieron en los registros 7.435.913 ciudadanos, o sea, 97,53%. Nunca se había inscrito tal porcentaje”. Entendamos ante nuestras complicaciones que siempre hay un “primero entre iguales” y es en ese a quien deberíamos depositar nuestra confianza y poner a su plena disposición la ayuda en beneficio de la patria”. Podemos hacerlo, por las buenas, electoralmente, o por las malas, violencia, conflictos y hasta guerras, para después de ellas lamentarnos. Pareciera el repaso de lo que deberíamos hacer, lo cual no es otra cosa que entendernos los unos a los otros. Pretendamos camino para que la agresividad deje de ser el arma forzosa.

La carta magna que se promulga a instancias del gobierno, cuyo inicio fue trémulo, pero ha de censurarse que en un ciclo de contradicciones con banderas que el viento flameaba, terminó legitimándolo, sin dudas, en lo formal, democráticamente, pero ha de admitirse que cayó en un ciclo de contradicciones los cuales castigaron la hipotética concepción libertaria de su primera época. Hoy malo para muchos y bueno para otros, los últimos numéricamente menor que los primeros. Son verdades incuestionables que nos mantienen alarmados y sin respuesta.

Esa Constitución permite un plebiscito como el adelantado en Chile. Sí, una consulta popular dirigida a que los venezolanos se pronuncien con respecto a la manera de entendernos. Pero con el sacrificio que nos olvidemos de que aparecerán en los cables de los postes, como le ocurriera a Benito Mussolini y a otros de la época, cadáveres guindando. Emularlo excede de la manera de ser de los nacidos en la tierra de Bolívar. Por supuesto se exigirán responsabilidades, pero conforme a la Ley. Jamás “suicidarnos y mucho menos por pilas”. Pensemos que recoger cadáveres es cosa seria.

La propia Constitución del presidente Hugo Chávez, pues, es injusto cuestionar su autoría, no deja de alertarnos con respecto a un “Gran Acuerdo”, a fin de integrarnos, olvidando el pasado y hasta el presente, pero, como solía expresar “rodilla en tierra”. Y adelante. Pero para ese fin. El de la concordia.

Las consideraciones expuestas no son fáciles de entender ni hacerlas realidad. Ahondemos, por favor, en nuestros sentimientos para preguntarnos ¿será posible? Yo, por lo menos, no lo sé. Pero tampoco nosotros, responden Pedro, Manuel y Julián, desde por allá en Barinas, Zulia y Margarita. ¿Qué sucederá? Desde el Táchira se escucha el “eco”, “nosotros menos”. Y en Portuguesa, igual. Finalmente, en Monagas, la vacilación es aguda. La evidencia, un gentío se pregunta: ¿Presumible, virtual, ejecutable? No obstante, seamos, por favor, optimistas, se escucha a un estudiante del último semestre de la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela. Nuestra unión que debemos lograrla a toda costa, será la única manera de deslastrarnos de la apreciación negativa que se sostiene en la academia de países desarrollados. Y la cual procedo a leerles: “Las instituciones democráticas en gran parte de América Latina prosiguen débiles, plagadas de corrupción rampante, polarización política y un creciente escepticismo público en lo concerniente al gobierno y a la política. En algunos países, las formas democráticas son todavía una fachada; en otros, son precarias y vulnerables”. Venezolanos, unámonos, para cambiar la historia. Fuertes aplausos se escuchan.

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@LuisBGuerra