En Venezuela todos somos presos políticos. Pero el asunto lleva gradientes. En la gran cárcel, que no incluye todavía el Esequibo, para salir se precisa mucho dinero o hay que fugarse, lo cual también conlleva una inversión. El trabajo forzado implica una ración de comida nada completa y no existe atención en salud, como no sea muy primaria o que consigas hacer una buena vaca entre los demás presos para pagar los costos de una atención especial. Si quieres hablar debes comunicarte a la antigua con los otros condenados sin condena. Los carceleros determinan todo a su antojo y administran los recursos generales. Ya más de siete millones han logrado fugarse. Otros no se han salvado en el intento.
Por otro lado, en el gradiente existen aquellos que no pueden salir al patio. O tienen límites para la fuga y sin condicionados a ni siquiera entablar vinculación con los vecinos de celda. Los llaman poéticamente no privados de libertad sino condicionados en su libertad. Les obligan a no deambular por la gran jaula, a callar más, a ser vistos permanentemente por un agente especial, a presentarse permanentemente como un soldado en su batallón y otras argucias para darle pulimento a sus cadenas. De ellos no se habla casi. Son miles en silencio. Como todos, aterrados.
Después están los más presos de los presos en este círculo concéntrico. Aquellos que siguen después de años confinados a huecos mugrientos, torturados física y psicológicamente, con visitas muy limitadas, de otros presos familiares. Tienen dolientes que claman al cielo por ellos, que actúan ante los esbirros para impedir más crueldades. Algunos se mueren desecados allí dentro, otros han sido asesinados siempre en muy extrañas circunstancias. Ahora anda de moda el convertirlos en piezas de canje, como los prisioneros de guerra. Nada importa si has sido una destacada figura civil o militar. Alzar la voz ante el penal mayor, actuar contra los creídos dueños de la mazmorra, del modo que sea, representa una razón de la sinrazón para contenerte. A veces sin juicio o con juicios que implican una cartilla: traición a la patria, odio profundo, sedición, organización para delinquir.
Hoy los presos más presos por motivos políticos tienen planteadas denuncias internacionales en tribunales importantes en el exterior del gran penal. Esto implica que algunos pequeños o grandes carceleros pueden sufrir condenas por el resto de sus vidas. Esta limitante ha aplacado un poco la furia de quienes se creen dueños del gran penal. También, hay que decirlo, las sanciones internacionales que le contienen el uso de capitales e impiden transar con empresas fuera de la gran prisión. Han matado menos «privados de libertad» directamente. Allá aquellos que se mueran de hambre o mengua por su cuenta propia. Y han dejado un poco de ir por más para confinarlos en el círculo tortuoso más pequeño.
Nótese que me referí solo a los reducidos por motivos políticos. No he tocado por razones de espacio a quienes han cometido eso que denominan delitos comunes. Algunos de los cuales ni se sabe si son inocentes y sufren la secuela de no tener dinero para encausar sus causas, entre otros derechos humanos que permanentemente también les violan, pero esos son menos expuestos en la gran prisión y menos fuera de ella.
Estos días decembrinos, de finales de año y comienzos del otro, se puede uno olvidar de cualquier cosa o puede pensar en todo lo que falta o le ha faltado para tratar de aproximarse a una vida feliz, tranquila, placentera. Pero no puede olvidarse de los presos políticos que somos y de quienes padecen prisiones más fuertes, más dolorosas junto con sus familiares. A ellos, mi admiración, mi pensamiento de hoy. Con ustedes prisioneros de las mazmorras pequeñas. Los carceleros se irán algún día. Pero a ustedes no habrá cómo devolverles una vida. Un gigante abrazo por la libertad a la que alguna vez refirieron en palabra o acción.
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