“La historia es el espejo de la realidad pasada, en el cual el presente mira para aprender algo acerca de su futuro. La conciencia histórica debe ser conceptualizada como una operación del intelecto humano para aprender algo en este sentido. La conciencia histórica trata del pasado como experiencia, nos revela el tejido del cambio temporal dentro del cual están atrapadas nuestras vidas, y las perspectivas futuras hacia las cuales se dirige el cambio”. Jörn Rüsen (2001: 35).
Un amigo se interrogaba sobre los cambios que en su criterio debían hacerse en Venezuela, para evitar repetir la deletérea experiencia del caudillismo militarista.
De primer abordaje insinuó que el principal mal provenía de la acumulación de poder en la figura presidencial, y subsecuentemente, dejaba ver que la adopción de un modelo de ingeniería pública más vecino al parlamentarismo, permitiría un flujo más seguro y estable que ese común en el continente desde el río Grande y hasta la Patagonia, pero habría que agregar a Norteamérica y otros más si apuntamos a China, Rusia, Bielorrusia y Corea del Norte, cuya arquitectura institucional trae consigo un todopoderoso jefe de gobierno, jefe de Estado y comandante en jefe de las fuerzas armadas. No nos confundamos, no obstante.
El asunto ha recibido consideración y análisis por la doctrina en América Latina y no solamente por nuestros predios, sino que ha dado mucho de qué debatir y pensar en álgidos períodos de la historia europea, en el siglo pasado especialmente, pero también en esta centuria XXI.
Paralelamente, se han también resaltado épocas en que los regímenes parlamentarios lucieron débiles y hasta precarios, soliviantando a los que suponen necesario e incluso indispensable reunir más fuerza y decisión en una jefatura ágil, potente, confiable. La deliberación sería sana solo si permite una providencia pronta y eficaz.
La República de Weimar o la IV República francesa mostraron falencias innegables que dieron lugar en el primer caso a la irrupción del Tercer Reich o al menos colaboró bastante en su gestación y, en el caso de la patria de De Gaulle trajo a la V República que pareciera llegó en oportuno momento, con el general a la cabeza, por cierto.
En el plano del análisis y del pensamiento, un trozo grande de la teoría política se cimentó en esas discusiones, conexiones, derivaciones y recordemos a Carl Schmitt, por solo citar a uno entre otros prominentes e influyentes juristas y estadistas.
En resumen, hay de un lado y del otro fortalezas y debilidades y múltiples episodios lo confirman y así, para salir de uno se apuntó a veces a otro, y hoy en día el populismo inficiona de dudas y disfunciones a ambos sistemas y basta mirar los últimos años para ver como se confirma lo anotado en todas partes. Tanto en Europa como en Estados Unidos y en Latinoamérica hemos visto aparecer fenomenológico al populismo y el parlamentarismo no evitó el uso y abuso de la jefatura.
En una aproximación, sin embargo, y volviendo al tema de uno y otro sistema en Venezuela y su conveniencia, se hace notar que la cultura de los pueblos, digamos más, de los continentes, que evidencia orientaciones constitutivas de una base de idiosincrasia o consciencia histórica que, si no explica, obliga a relacionar ese pasado reiterado, con ese travieso y perdónenme la licencia, presente actual y ensayar una prospectiva, a la hora de examinar cualquiera de los escenarios posibles.
En nuestro país tuvimos siempre auténticos caudillos y hombres de armas en el poder. Con contadísimas excepciones, se posicionó en el imaginario de nuestro pueblo una correspondencia entre el poder y el carácter, entre la institucionalidad y la personalidad de un liderazgo recio. En buena parte del siglo XIX, el mando se detentó, cual botín del procerato independentista, y luego fue el poder de aquellos que supieron imponerse por los medios disponibles, la conjura y la violencia, disfrazadas a veces, pero perceptibles.
El ciclo de las cuatro décadas democráticas y en alguna medida también de la república, de 1958 a 1998, se escurrió presidencialista con instituciones parlamentarias como refuerzo y, si bien acusó situaciones de crisis, pareció sortearlas debidamente, aunque algunos de esos sismos hicieron entender que era el sistema o el Estado constitucional el que fallaba. Personalmente no lo creo así.
El enjuiciamiento de Carlos Andrés Pérez con motivo del sonado caso de la partida secreta reveló la eficiencia metabólica del sistema y el manejo de lo que para algunos fue un momento crucial que condujo al giro que produjo el arribo del candidato antipolítico y antidemocrático por excelencia. Ese aspecto suscita una polémica que lejos de resolverse, convoca más y mejores cavilaciones y réplicas.
En efecto, en elecciones libres y transparentes, el soberano pueblo se tiró ese lance de elegir a Chávez y la república democrática acató aún a sabiendas de lo que podría significar. El sistema funcionó desde un punto de vista Schumpesteriano, pero convocó a los fantasmas del caudillo militar y la reducción de la democracia a la voluntad de un jefe.
La semana próxima, si Dios quiere, daremos continuidad y desarrollo al tema de marras.
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