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Presence de Steven Soderbergh: el horror de la autoconciencia

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Presence de Steven Soderbergh plantea un escenario poco común en el género de terror. Eso, al explorar en el punto de vista de una entidad atrapada en una casa familiar, sin historia y en medio del desconcierto del olvido. Una combinación de elementos que terminan por convertir a la cinta en una extraña mezcla de existencialismo, filosofía y una clásica película acerca del ataque de una entidad sobrenatural. 

En Presence lo sobrenatural se convierte en una mirada entre nostálgica, tensa y dolorosa sobre el mundo de los vivos. El director Steven Soderbergh toma el guion de David Koepp sobre un fantasma que intenta comprender su estado y límites, para reflexionar acerca de la naturaleza humana, sus límites y horrores privados. Todo, mientras la cámara subjetiva analiza todo lo que rodea a su anónimo protagonista desde la necesidad de ser comprendido, reconocido y validado. 

No es óptica sencilla, por supuesto, pero la cinta explora en la posibilidad de la conciencia humana más allá del cuerpo físico con elegancia y destreza. Eso, gracias a la capacidad de la dirección de Soderbergh para profundizar en la idea de la soledad y el aislamiento, con algo más filosófico y abstracto. El fantasma, tal como lo imagina el realizador, es una presencia muda, que vaga de habitación en habitación, desconsolado y privado de conciencia acerca de su identidad. Mucho más, de cualquier dato de su historia. 

Por supuesto, no es la primera vez que una cinta se atreve con un punto de vista tan complicado y extraño. En 2017, A Ghost Story de David Lowery, indago acerca de esa misma idea, pero a través del desarraigo y el olvido. Todo, utilizando el temor como excusa para la reflexión existencialista. Casey Affleck muere en un accidente automovilístico y se convierte en un fantasma, quizás la figura más prototípica que se recuerde en el cine sobre el concepto: el personaje va de un lado a otro cubierto por una sábana blanca, una especie de burla referencial que lentamente se transforma en una metáfora de lo transitorio, el olvido y el sufrimiento del luto. 

Una mirada inquietante sobre la pérdida 

Pero en el caso de la cinta de Soderbergh, el espectro es un espectador silente de su propia historia. Invisible, intangible, violentado por la incapacidad de sentir arraigo, empatía o comprender solo lo que le rodea, debe enfrentar lo que ocurre después de su muerte: un vacío en que una familia recién llegada parece el único punto central al que puede aferrarse. El guion es cuidadoso al reflexionar acerca del sentido del ser y parte de su éxito radica, en la capacidad de desmontar, paso a paso, la percepción sobre la vida y el sentido de lo sobrenatural. 

Por lo que para el fantasma anónimo de la cinta, el tiempo crea círculos concéntricos. Una y otra vez, ocurren situaciones que aportan antes o después, datos sobre la familia que vive en la casa en que habita la entidad. También, poco a poco, la sutil percepción de que el dolor y el sufrimiento se trasladan a través de una serie de sucesos cada vez más crípticos. Quizás, Presence pierde un poco de fuelle y solidez, cuando intenta que su extraña atmósfera sea más comprensible o al menos, más abierta a una explicación lineal.

Sin embargo, Soderbergh está más interesado en el detalle abrumador acerca del dolor y el sufrimiento que puede habitar más allá de la vida y de la muerte. El director encuentra una manera de expresar el desarraigo a través de los habituales clichés de las historias de fantasmas, reconstruidos para una nueva perspectiva y de manera audaz. El espectro desespera, sufre y padece en silencio, se convierte en una presencia amenazante y finalmente, solamente está de pie, en medio del infinito, convertido en un tormento. Con sus largos silencios y angustiosa ausencia de diálogos, Presence alude a todos los estratos de lo que puede provocar el terror y lo que se asume como evidente. Toda una concepción sobre el miedo que se transforma en un cuestionamiento constante a la naturaleza humana.

Presence se hace más profunda, a medida que su atmósfera contenida, singular y emocional, es más cercana a una visión de la memoria. Por supuesto, la cinta confronta el miedo — al final, sin duda, es una película de horror — pero además, reflexiona sobre la naturaleza humana y su desconcierto ante la incertidumbre. Mientras el personaje deambula de un lado y contempla el mundo desde cierta estupefacción, la película reflexiona sobre la lenta erosión de la individualidad en medio de un acto colectivo solemne que convierte al hombre y su circunstancia, en un mero observador del tiempo. 

El fantasma deja de ser una figura que aterroriza para tomar vicios de tragedia y al final, de un vínculo invisible con la historia que le rodea. La apoteosis de Soderbergh — esa caída lenta y dolorosa a una segunda muerte — demuestra que en la actualidad el terror encarna algo más que el sobresalto y la capacidad de cualquier historia para apelar a lo primitivo. Una nueva percepción sobre el tiempo y el mundo interior de enorme eficacia.

 

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