OPINIÓN

Preocuparme por el país

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Mi amigo Víctor Guédez padece una contracción muscular en la espalda que los médicos ya están tratando favorablemente. Asumo, sin ser profesional de la medicina, que se trata de un malestar indigno pero pasajero. Reconozco y acepto que es una referencia personal, individual, pero me afecta porque la imagen que tengo de él y de muchos de mis amigos es la imagen de seres sonrientes, cultos y sensibles; intelectuales de prestigio. Víctor ha demostrado conocer todo lo que debemos saber de los aforismos sin darse cuenta de que se estaba convirtiendo, él mismo, en el mejor y más sabio de los aforismos, es decir, en una renovada aspiración.

Me inquieta su salud pero con igual desaliento me preocupa la salud del país venezolano cada día con mayor fiebre y sin diagnóstico exacto de la enfermedad política que lo azota con impávida crueldad. Peor aun, siento que algo me desgarra por dentro y descubro con lágrimas de lástima y furiosa tristeza que el país que alcancé a tener y disfrutar hasta hace algunos años atrás, espléndido y ávido de democráticas promesas y un horizonte abierto a un destino lleno de certidumbres, evidencia estar hundido en la ciénaga pantanosa de un impresentable régimen militar.

Me complace que analicemos el comportamiento de los partidos políticos, que conozcamos sus avances, desventuras y equivocaciones, pero no  olvidemos que en 1908 la sociedad civil aplaudió a Juan Vicente Gómez. Romerogarcía dijo refiriéndose a Don Cipriano: se fue Atila, pero dejó el caballo y ochenta y tantos años mas tarde, la sociedad civil, es decir, nosotros, aplaudimos a Hugo Chávez. Manuel Caballero fue el primero que lo escribió en El Universal y yo lo dije solo al verlo en televisión: ¡Es un fascista! ¡Habrá qué estudiar con atención quiénes somos!

Me crispa mi propia desventura porque es la misma que sacude en la desdichada hora bolivariana el alma de muchos de mis compatriotas maltratados en países ajenos o extraviados en espacios como el Darién, donde la muerte gusta instalarse para que sus víctimas sucumban ante la impiedad de los países del mundo que miran hacia otro lado mientras adolescentes desgraciadamente marginales o de buena cuna mueren en el país venezolano abaleados por esbirros asalariados o fallecen víctimas de tuberculosis en El Algodonal después de recorrer el insensible rechazo de familias, clínicas y hospitales.

¿Cuánto mide o pesa mi dolor ante el amigo enfermo o ante el niño que cae sin haber vivido su inmediato futuro o agoniza el padre destrozado en los sótanos de la tortura, o el pánico en los ojos de la mujer muerta a pedrada por alguna leve ofensa al pudor islámico? ¿Cuánto mide la ausencia o inutilidad de mi protesta o el indiferente silencio de gentes y países doblegados por la cobardía o la infeliz complicidad con la perversidad que recorre el mundo como fanático terrorista?

No es solo la muerte física por hambre, maltratos y vejaciones sino la atomización de las familias aventadas y sepultadas bajo la tormenta de arena de una diáspora de más de 6 millones de migrantes venezolanos convertida en la segunda de mayor magnitud en el mundo. Semejante despropósito ¿ha enardecido al resto del mundo? ¿Ha levantado el mundo una voz unánime para acusar al régimen culpable? Es la asfixia de la memoria histórica del país venezolano que ve surgir como verdadera la falsa y tramposa ficción bolivariana de seres convertidos en nuevos apóstoles de una patria brutalmente estropeada. Jóvenes que no solo ignoran quienes fueron los fundadores de su propia venezolanidad y llegan a la universidad sin saber leer sino que desconocen quienes son los continuadores de la heroicidad civil que aun viven entre nosotros o dijeron adiós en fechas recientes sin recibir ningún respeto por parte del chavismo. Gracias a la tenacidad y empeño de nuestros artistas y pensadores se menciona, a duras penas, la palabra arte, pero la palabra ciencia dejó de pronunciarse desde hace décadas. No vivimos, sobrevivimos en un país que carece de afectos y somos muchos los padres que aun respiramos gracias a los hijos que desde el desaliento de la diáspora viven por nosotros.

Y al preocuparme en Caracas por Víctor Guédez, me preocupo por todos los venezolanos viejos y jóvenes, niños y adolescentes y mujeres de cualquier condición y de países cercanos o distantes que sufren vejámenes y humillaciones y abusos de poder e invito a todos a formar parte de Ulises, el grupo civil que sin estatutos ni reglamentos de ninguna naturaleza, sin corporeidad, pero con ánimo dispuesto aspira a reconquistar la dignidad que creemos perdida, la gloria de la democracia que aún vive y alcanzar el iluminado horizonte de nuestras propias vidas.