Ese totalitarismo de hoy, que descoloca para sobrevivir, se ve de pronto descolocado por la manifestación de lo que constituye una de las características fundamentales de la realidad social, esto es, su independencia de todo determinismo.
Muchos son los cálculos y muchos los hilos que componen la inmensa red de engaños de aquel, unos de buena factura, otros burdos y esperpénticos, aunque no por ello menos perjudiciales, como el de la inexistente vinculación de miembros de Voluntad Popular con las bandas surgidas de la propia podredumbre del régimen que los persigue, del que ya derivó el ruin y condenable secuestro de Freddy Guevara y el también repudiable intento de arresto, o de algo peor, de Juan Guaidó. Son además cuantiosos los recursos invertidos en estos por el emporio delincuencial al que pertenecen los jerarcas, agentes y aliados internos de las dictaduras de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán, Rusia, China y otros países del orbe —no pocos, por desgracia—, y sus cómplices que pululan en todas las esferas del mundo democrático. No obstante, la continua transformación anímica y del pensamiento del ser humano es una constante que no tiene cabida en ninguna ecuación esclavizante, pues es ella causa del indeterminismo, genitor de infinitas posibilidades, para el que no hay espacio en la mente de un opresor.
En la mecánica macroscópica del universo impera la indefectibilidad. Las galaxias, los soles, los planetas y todos los objetos cósmicos visibles danzan al compás de unas leyes de las que no pueden escapar. Incluso las aparentes «anomalías», como la de la pérdida de una órbita que hace errar a un cuerpo luego de una serie de colisiones, no son tales. Las fuerzas y los movimientos que se generaron en el «comienzo» solo siguen el curso que las características de ese evento «inicial» determinaron, como los engranajes de un gran reloj del cual no podemos ver nosotros, partículas de polvo en un espacio sin fin, más que una minúscula parte. Pero aquella indefectibilidad, que no gobierna la realidad cuántica, no rige tampoco el pensamiento humano, por lo que el futuro de una persona o de una sociedad no es una desconocida historia escrita, sino una por escribir.
No existen leyes que determinen las ideas y, en consecuencia, las conductas de las personas. No existen esas leyes de la historia que con suma vehemencia defendió Marx. No existe un fatum que pueda leerse en los cielos y al que fatalmente estemos encadenados, y si en la historia pueden hallarse similitudes entre ciertos eventos no es por la acción de alguna ley, sino porque los mismos sentimientos y motivaciones, buenos y malos —para expresarlo en términos simples—, han estado siempre presentes y en pugna; en una en la que al anhelo de libertad se ha tratado de imponer la hegemonía de la ambición de poder y el deseo de dominación, a los que alimentan la envidia, el resentimiento, el odio, la avaricia y otros afines, por medio de la mayor arma de destrucción masiva: el miedo al dolor y a la muerte.
En este miedo han confiado los opresores de todas las épocas para establecer su «paz», la sumisión de los oprimidos, en cuyo mantenimiento, aparte de la sombra de la tortura y el homicidio, ha sido también crucial la manipulación, tan variada en formas que de cualquier página de la historia saltan decenas de ejemplos de ella, desde el extremo de la instrumentalización de las nociones de Dios y de lo sacro, de la que derivaron imposturas como la «divinidad» de los faraones y emperadores, el derecho divino de los reyes o la infalibilidad papal, hasta el de la superposición de constrictivas ficciones seudoculturales y seudocientíficas a los sistemas de ideas, conocimientos, innovaciones y manifestaciones que expanden las fronteras de la libertad, como las de la propaganda goebbeliana o las forjas enciclopédicas de la Unión Soviética.
De tal indeterminismo, sin embargo, puede surgir lo considerado imposible para dar al traste con creencias en «destinos» impuestas a través de la violencia y la manipulación, y de ahí, por ejemplo, que sí sean pertinentes las advertencias y exhortaciones de quienes procuramos exponer la falaz naturaleza de lo perverso que se intenta vender como inmanencia sin serlo por constituir lo contrario de la esencia de la voluntad, aunque algunos prefieran invitar al silencio por suponer que de estas puede extraer ideas el implacable enemigo de la libertad y la democracia; una postura ante la que no huelga preguntar si esa información no ayuda a las potenciales víctimas más de lo que, supuestamente, le puede servir a su agresor.
¿No habría acaso salvado innumerables vidas una masiva difusión de las sospechas, basadas en los cientos de indicios que sí estaban a la vista, acerca de la existencia de la maquinaria de exterminio nazi? Claro que, muy probablemente, los más habrían sido los escépticos, por cuanto ha predominado desde tiempos inmemoriales lo que subyace tras el «¡no vale, yo no creo!» que tanto daño causó en Venezuela.
Sea lo que fuere, lo que está ocurriendo en Cuba en este instante es evidencia de la magnitud del error de los opresores, lo que en modo alguno significa que los de ahora carezcan de capacidad de adaptación. Por el contrario, las acciones represivas del dictatorial régimen chavista, para tratar de ayudar —de manera infructuosa— a desviar la atención mundial de las protestas cubanas, así como de impedir que estas tengan repercusiones en la dinámica interna del país, demuestran que no están ellos aferrados a un plan que comienza en A y termina en D luego de pasar por B y C, como sí parecen estarlo algunos actores de la oposición venezolana.
Por un lado, los partidarios del electoralismo por el voto —que le hacen un nimio favor a los electoreros por el cargo y uno inmenso a los actuales usurpadores del poder— recurren a su «ceguera» selectiva para seguir justificando algo que jamás ha sido causa del establecimiento de un orden democrático, sino la consecuencia de este —incluso en Chile, donde la salida de Pinochet, luego de conocidos los resultados del plebiscito del 5 de octubre de 1988, se decidió por presiones dentro del estamento militar, no por voluntaria aceptación del dictador—, algo tan cierto que puede coincidirse con ellos cuando afirman que el voto es un instrumento de la democracia, aunque por el notorio hecho de que en sistemas no democráticos como el cubano, donde no se han dejado de celebrar «elecciones» en los últimos seis decenios, es él completamente inútil.
Por el otro, los promotores de «negociaciones» con el régimen, que solo las ha utilizado y las pretende seguir usando para el encubrimiento de los movimientos que en mayor medida favorecen la consolidación de su criminal sistema, insisten en no ver otras posibilidades más allá de semejante despropósito, y para ello intentan ocultar debajo de la alfombra el también notorio hecho de que en Venezuela no se cumple la única condición sine qua non para el establecimiento de una verdadera negociación, a saber, la simetría entre las partes, en virtud de que no poseen ningún elemento que les permita ejercer una determinante presión sobre quienes sí cuentan con una descomunal fuerza coactiva.
Este es un buen momento para preguntarse, a la luz de la clara desesperación de la nomenklatura cubana ante la visión de lo inconcebible dentro de su estructura de creencias sobre la naturaleza del ser humano, si en la lucha por la libertad y la democracia en contextos como el venezolano resultará efectivo echar mano de lo que una y otra vez se ha acomodado al juego de violencia y manipulación de los opresores, para acabar beneficiándolos, o de aquello capaz de descolocarlos, aunque la obvia respuesta, ya conocida y soslayada, conduce al terreno de otras interrogantes más incómodas y aparentemente fuera de lugar en estos instantes de inicial avance de la enésima ola de represión dictatorial que, en todo caso, no puede erigirse en un mecanismo de chantaje por cuyo medio cada sector del «liderazgo» opositor intente imponer su «solución».
Verbigracia, ¿por qué esos que constituían la más férrea oposición a Guaidó, cuando este repetía en cada esquina el mantra «cese de la usurpación; Gobierno de transición; elecciones libres», son ahora, olvidado este en el frenesí de la nueva «política», sus más solícitos aduladores y hasta autoproclamados comisionados plenipotenciarios para el cese de las sanciones? ¿Por qué ya no se habla de la tercera pregunta de la consulta del 16 de julio de 2017 a la que respondimos de manera afirmativa cerca de siete millones y medio de venezolanos, creándose con ello el antecedente vinculante que concurrió con otros elementos de enorme peso en la definición de la vía resumida en aquel mantra? ¿Por qué tampoco se mencionan ahora las de la consulta de diciembre de 2020, en particular la segunda, por la que alrededor de seis millones y medio de ciudadanos, con nuestra respuesta también afirmativa, rechazamos la farsa «electoral» de la cual salió la írrita asamblea que después designó a los miembros de la instancia «arbitral» que, a su vez, está organizando la pantomima «comicial» cuya legitimadora comparsa se disponen a conformar aquellos electoreros por el cargo con la venia de los defensores del electoralismo por el voto?
Cierto es que cada posible respuesta abre un poco más el abanico de las especulaciones, pero estas y muchas otras preguntas no pueden ignorarse en una situación en la que millones de vidas están en riesgo y en la que la violencia alterna con una manipulación cuyos medios y alcance no se conocen con exactitud, si bien es igualmente cierto que más allá de estas se encuentra la sensatez a la que debemos tratar de asirnos como sociedad para que nos guíe por el camino de lo inconcebible para los tiranos.
Cabe añadir a propósito de esto último, y a modo de reflexión —no de respuesta— propiciada por la inquietud de una admirada escritora venezolana que recientemente expresó su pesar por la ausencia en el país de acciones en favor de nuestra causa emancipadora concurrentes con las manifestaciones de apoyo a la causa cubana, que no se puede subestimar la importancia, en cuanto inspirador acontecimiento, del logro de lo que hasta hace escasos días lucía como un imposible, por más de medio siglo de predominio de unas mismas actitudes y actuaciones internas y externas, y que ahora es fuente de cambios de los que no alcanzamos siquiera a imaginar el impacto en una sociedad global en la que grandes mayorías están viendo por vez primera la infame realidad que se ocultaba tras la cortina creada tanto por el encanto del mayor embaucador del siglo XX como por un efectivo aparato propagandístico.
Esto no supone la supeditación de la conquista de la libertad en Venezuela a los resultados de la lucha de los cubanos, pero quién sabe hasta qué punto puede actuar esta como un factor motivacional en la nuestra y en la de otras naciones azotadas por la bestia totalitaria… y no menos importante, como desencadenante de una indignación de la opinión pública del mundo democrático traducible en la exigencia de las efectivas acciones de apoyo que tanto se requieren.
@MiguelCardozoM