Ayer culminó el proceso de votación de las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
Las encuestas permitían vaticinar con bastante probabilidad que Joe Biden, el retador demócrata, iba a recuperar por lo menos dos de los tres estados que en la elección de 2016 fueron clave para el triunfo de Donald Trump: Michigan y Wisconsin. El tercer estado era Pensilvania. Para sustentar este vaticinio, no solo se observaba que Biden iba adelante en las preferencias preelectorales, con más de 5 puntos de ventaja en los 2 estados, sino que Trump mantenía el nivel de rechazo que tenía desde 2016, más de 50%. Hace cuatro años el ahora presidente era casi tan rechazado como su contendiente de entonces, Hillary Clinton. Pero ahora era solo Trump el rechazado. Para Biden, la balanza estaba del lado positivo.
Biden, por otra parte, le había quitado algunos partidarios (no la mayoría) a Trump en segmentos como el de los votantes de raza blanca sin universidad (particularmente las mujeres) y el de los adultos mayores. Y al mismo tiempo, entusiasmó más a los más jóvenes y a los electores de raza negra para que fueran a votar, dos segmentos que en 2016 dieron cuenta importante de su abstención.
Con esto presente y sobre la base de que el presidente Trump podía mantener los demás estados que lo llevaron al poder, se podían visualizar dos escenarios, teniendo como variable fija a Pensilvania como un estado indeciso. Si Trump mantenía Pensilvania, ganaba la elección con 279 votos de los colegios electorales contra 259 de Biden. Si Trump perdía Pensilvania, ganaba Biden con la misma proporción, 279 contra 259.
Pensilvania, como se ve, era tan esencial para el triunfo de Trump como Florida, porque si el presidente mantenía Pensilvania de su lado, pero perdía Florida, Biden se alzaba con 288 votos de los colegios electorales y Trump se quedaba con 250. A Biden le tocaba reforzar Pensilvania, el estado donde él nació, sin descuidar Florida, donde llevaba un promedio de un punto de ventaja. Y a Trump le salía trabajar paralelamente en los dos, mientras intentaba erosionar las simpatías de Biden en Michigan y Wisconsin, donde antes se hizo de la presidencia.
Pero la estrategia demócrata no se quedó allí. Los números indicaban que además de Florida y Pensilvania, había tres estados que se habían convertido en campo de batalla explotables para ellos. En 2016, la campaña de Hillary Clinton dio por descontada su victoria en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, y la candidata ni se paseó por los dos primeros. Es un trauma con el que los demócratas han vivido en estos últimos cuatro años, porque la diferencia entre Trump y Clinton en los tres estados si acaso llegó a poco más de 100 mil votos del electorado en general, pero le permitieron al actual presidente obtener 46 votos de colegios electorales que le dieron la victoria, a pesar de haber perdido frente a Clinton en el voto popular, con una diferencia de unos dos millones de votos.
Los nuevos frentes de batalla de 2020 fueron Carolina del Norte, Georgia y Arizona, estados de tradición republicana. La diferencia entre los dos candidatos presidenciales era mínima en los tres, décimas de punto en el promedio de encuestas, pero los cambios demográficos de los últimos años en Arizona y Carolina del Norte, y el trabajo en el terreno en Georgia, con dos candidatos a senadores que los demócratas lanzaron allí, animaron al partido de Biden.
De nuevo, si Trump ganó Florida y Pensilvania, pero perdió Carolina del Norte, Biden habría triunfado con 274 votos de los colegios electorales frente a 264 de Trump. Si en vez de perder Carolina del Norte, Trump perdió Georgia, serían 275 para Biden y 263 para Trump. Y de ganar Trump Florida y Pensilvania, pero perder Arizona, Biden llegaría a los 270 votos necesarios para obtener la presidencia y Trump perdería con 268.
Si Georgia, Carolina del Norte y Arizona se mantuvieron los tres en la columna de Trump, Pensilvania es el estado que inclinaría la balanza hacia un lado o el otro. Pero ello se sabría entre hoy y el próximo fin de semana, según el pronóstico de las autoridades electorales estadales. Los votos en ese estado, sin importar cómo fueron emitidos, no se podían contar hasta el día de ayer, el día de la elección. La avalancha de votos por correo fue abrumadora, impulsada por la pandemia. Procesar las boletas recibidas por correo lleva más tiempo que las de votos emitidos en persona y exigen un poco más de control. Y la votación en persona también fue cuantiosa, impulsada por la polarización.
Si Trump perdió en Georgia, o en Carolina del Norte, o en Arizona, en uno de los tres, es muy probable que haya perdido la elección.
Al día de hoy, Florida probablemente dio a conocer la mayor parte de sus resultados, debido a que las leyes del estado le permitían procesar los votos antes del día de la elección. Arizona también permitió que las boletas electorales se procesaran y contaran antes del día de la elección. En Carolina del Norte, las boletas se podían procesar antes del 3 de noviembre, pero no se podían contar hasta este día. En este estado no se vio un desproporcionado volumen de votos por correo como en otros, por lo cual el conteo podía ser relativamente rápido. Se calculaba que ayer en la noche, Carolina del Norte podía haber reportado más de 95% de los votos emitidos.
En Georgia, los votos por correo podían ser procesados antes del día de la elección, pero no podían ser contados hasta que cerraran las mesas de votación en persona. Las autoridades de ese estado han dicho que los resultados de las votaciones en competencias muy reñidas (hay otras elecciones además de las presidenciales) podrían conocerse en uno o dos días después del 3 de noviembre, pero que los de las menos competitivas se podrían conocer en la noche del día de la elección.
Así que Georgia y Pensilvania probablemente estén definiendo todavía hoy la elección. A menos que uno de los dos candidatos haya mostrado una tendencia apabullante ya a su favor. O que los republicanos estén dando la pelea en los tribunales (que prometieron que la iban a dar) para invalidar votos. Trump llegó a decir el domingo que las boletas que llegaran después del 3 de noviembre no deberían contarse, ignorando a miles de soldados que están fuera de Estados Unidos, que votan por correo, y que podía ser que sus votos no llegaran el día 3. Una posible razón del argumento de Trump es que aunque los militares norteamericanos siempre han tendido a votar por los republicanos, más de 40% se manifiesta hoy contrario a la continuación de tenerlo a él como comandante en jefe. Pero deben ser muchos más segmentos de la sociedad norteamericana, porque Trump no se quiere terminar de contar.
@LaresFermin
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