El centenario del natalicio de Simón Bolívar permitió al general Antonio Guzmán Blanco demostrar su ilimitado poder e influencia, convirtiendo la celebración en una fastuosa fiesta como ninguna otra hasta entonces. Es verdad que la celebración transmitía un mensaje de unidad en torno a la épica independentista y el recuerdo del Libertador, pero en el fondo -como lo afirma Pedro Enrique Calzadilla- la celebración también brindaba “a los liberales amarillos una extraordinaria ocasión para hacer por sobre todas las cosas una apología del régimen guzmancista, que contaba ya con trece años de desempeño”. No se trató de un evento improvisado, más bien uno minuciosamente planificado desde finales del año ochenta y uno, cuando el presidente de la república decreta el 24 de julio de 1883 como fiesta nacional, designándose una Junta Directiva integrada por Antonio Leocadio Guzmán, Arístides Rojas, Agustín Aveledo, Andrés Aurelio Level, Fernando Bolívar y Manuel Vicente Díaz, aunque luego se sumarían otros. Sin embargo, será la Exposición Nacional el acto más ambicioso y emblemático del programa elaborado, pues contando con la participación de todas las regiones y sectores, permitía dar “una idea la más exacta posible del estado actual de Venezuela y de su adelanto progresivo en sus distintas épocas, desde el siglo pasado á la fecha”.
Se trataba de una muestra heterogenia en esencia, que agrupaba los objetos a ser exhibidos en seis grandes secciones y dos especiales, a saber: productos naturales y agrícolas; máquinas y utensilios; productos industriales; bellas artes; publicaciones oficiales, obras científicas y literarias e instrucción pública; objetos que pertenecieron al Libertador; animales; horticultura y floricultura, todo dispuesto en un monumental palacio de casi 5.000 metros cuadrados, todavía hoy en pie en el centro capitalino. En ella habrían de participar los estados y poblaciones, gremios científicos e industriales, productores, escritores, artistas y naciones amigas. Detalles acerca de aquella exposición, a la usanza de las organizadas en las grandes capitales del mundo, abierta al público entre el 2 de agosto y el 4 de septiembre y a la que concurrieron un total de 62.761 visitantes, nos lo brinda el sabio Adolfo Ernst, uno de sus principales artífices, en dos voluminosos tomos publicados bajo el título La Exposición Nacional de Venezuela en 1883, caleidoscopio de una tierra por descubrir y que mucho prometía.
La Junta Directiva conmina a todos los ciudadanos a sumarse a las festividades, convocatoria que desata una fiebre patriótica con manifestaciones de apoyo que venían de todos los rincones del país. Desde el puerto, a mediados de agosto de 1882, el periodista y editor J. A Segrestáa escribe a la Junta Directiva del Centenario acusando recibo del decreto del Ilustre Americano y documentación anexa, que publica en El Diario Comercial, órgano de prensa del que era propietario y redactor. En su respuesta al Presidente de la junta organizadora, escribirá: “… Permítame U. Ilustre prócer, asegurar á U. con súplica de ponerlo en conocimiento de la junta directiva que dignamente preside U. que la noble y patriótica idea del ilustre americano encontrará en mi diario el más decidido apoyo, estimando como un deber del patriotismo coadyuvar á la celebración y honra de la gloria nacional, simbolizada en el libertador y á la realización de la Exposición venezolana, que tan poderosamente ha de influir en el progreso de nuestra patria en todos sentidos…”; mientras que la municipalidad, entonces presidida por el general Joaquín Berrío, elabora un programa local, destacando la edición de un libro homenaje a manera de ofrenda dirigido a honrar la memoria del Libertador. Trescientos ejemplares se imprimirán, ordenándose que: “Un ejemplar de esta obra lujosamente empastado se presentará en la apoteósis del Libertador por una comisión que al efecto se nombrará, para que se conserve en la Biblioteca de la Exposición; otro se pondrá por la misma comisión en manos del ciudadano Presidente de la República; y otro se dedicará al Ilustre prócer, Presidente de la Junta Directiva de la festividad. Los demás ejemplares se distribuirán entre los Majistrados y Corporaciones de la República, destinándose uno para la Biblioteca Nacional, y otro para la Biblioteca de Carabobo”.
Puerto Cabello, al igual que el resto de las regiones, estará presente en la muestra, ya que tenía mucho que ofrecer. El directorio mercantil para 1882 es una clara muestra de la febril actividad industrial que vive, lógicamente, complementaria por la naviera, aduanera y portuaria en la que el nada despreciable número de treinta casas comerciales dominaban el negocio. Contaba el puerto con fábricas de cigarrillos, fósforos, jabones, velas, chocolates, tenerías, moliendas, licores, entre otras, algunas de verdadera avanzada como la Hispano-Venezolana de José Moratinos, dotada de un “tren al vapor de molienda de masa” para procesar arepas, café, chocolate, harina de maíz, trigo y arroz; o La Indiana de Genis y Estapé, célebre por sus chocolates. Los salchichones de José Roberts, los licores de José Duch y C.a, los vinagres de Piñero y C.a, los fideos de Ernesto L. Branger, los fósforos de Madrid y Puncel, los artículos de perfumería de J. Stürup y C.a, los jabones de H.L. Boulton y C.a y Roberto S. Hill, las tintas negras y violetas de Julio Stürup & C.a y las de Fed. C. Escarrá, el Amargo aromático de Br. Romagosa, los tabacos de Pedro Capriles, Pablo Noblot y L. Puncel y C.a estarán todos presentes. A lo anterior se sumaban una variada muestra de las maderas que ofrecía el puerto (19 variedades en total), así como una colección de aves embalsamadas perteneciente a C. F. Starke, de San Esteban.
El empresariado porteño atiende a la exposición, cosechando triunfos. En la clase sales y aguas minerales, V. Cortina recibe mención honorífica por las aguas de salud de San Jean, Borburata; igual premio, pero en la categoría de abonos minerales, recibe Polly Boom y Ca. por su fosfato de la Isla de Aves. En la clase colecciones y dibujos relativos al grupo animal, se le otorga medalla de bronce al señor Starke por sus cuadros de insectos. El señor Socorro Cazorla se hace acreedor a una medalla de plata por su cacao, al tiempo que la de bronce le es entregada a Jesús María Ochoa, por las piezas que presenta en la categoría mueblería y ebanistería. Similar premio recibe Polly y Ca por los trabajos en madera de palma de Araque, que exhibe durante la muestra. En el rubro pieles y cueros curtidos, Revenga y Ca y el señor P. Dachary también se hacen acreedores a la presea de plata por sus suelas. El bronce irá a Boulton y Ca por sus jabones, y a Juan A. Segrestáa por sus materiales de imprenta. Menciones honoríficas son recibidas por Roberto S. Hill (jabones) y las casas José Duch y Ca y Genis y Barcons por sus licores dulces y chocolates, respectivamente.
Finalmente, en la categoría publicaciones oficiales, obras científicas y literarias e instrucción pública, específicamente en el rubro publicaciones periódicas e impresos sueltos, comunes y de lujos, hechos en el país, el establecimiento de Juan Antonio Segrestáa se hace acreedor a la medalla de plata por sus trabajos tipográficos, lo que resulta por demás meritorio, al medirse con destacados impresores como Fausto Teodoro de Aldrey, J. M. Herrera Irigoyen y C.a y Eduardo López Rivas, los dos primeros de la capital y el terceo del Zulia, quienes también recibían similar presea.
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